La literatura infantil o el primer asombro del mundo

La infancia es un estado prodigioso. Durante este momento transitorio, construimos y almacenamos recuerdos vívidos y duraderos: los de los primeros descubrimientos, los del asombro ante las cosas que pasan inadvertidas para los adultos, los del confuso borde entre realidad y fantasía. Una imaginación inquieta y volcánica nos ayuda a filtrar el mundo, para entenderlo desde aristas muy particulares: el juego, la curiosidad y la imaginación.

¿Qué proporcionan estas historias a los lectores?

Momentos inolvidables, respuestas simbólicas y seducción. Experiencias no desdeñables, porque a pesar de ser inasibles consolidan al futuro adulto: le aseguran recorridos emocionales, le muestran opciones del bien y el mal, lo aproximan a lo que es diferente y le hacen detener el tiempo por un instante, cautivado por el encanto de las palabras que susurran, que cantan, que tienen poder.

Algunas personas aún identifican la literatura infantil con el estereotipo de los cuentos de hadas en sus versiones de Disney o la confunden con sagas comerciales o textos aleccionadores que promueven mensajes implícitos para educar al lector.

Cuando hablamos de literatura infantil, nos referimos a un abanico extenso y muy diverso que comprende libros ilustrados y libros álbum para encantar a los primeros lectores; múltiples opciones de narrativa para mantener el interés de los lectores autónomos, como la novela policíaca, la de aventuras o las historias de corte realista; libros de información maravillosos para conocer sobre las ciencias; novelas gráficas que absorben convencionalismos del cómic y proponen un ritmo narrativo muy particular; colecciones de poemas para agradar el oído y enriquecer las imágenes mentales; historias asombrosas de ciencia ficción o relatos cotidianos que nos confirman que compartimos una misma esencia.

Para eso sirven los libros infantiles, para extender los puertos hacia el viaje interminable e incierto que es la vida

Aunque cada persona realiza un ejercicio muy personal para encontrar su camino de lector, necesariamente ese camino comienza cuando germina una semilla regada por la voz de los padres, que nos hablan cuando estamos en el vientre, que se toman un tiempo de calidad para leernos antes de dormir o que comparten sin prisa la lectura de un libro.

Los libros transforman e irradian una esencia muy especial que nos hace más sensibles y también más capaces de entendernos y entender a los demás. Leer permite apropiarnos de nuestro propio destino porque canalizamos de manera inteligente ciertas búsquedas o abrimos oportunidades al azar que muchos viajes literarios nos proponen, aunque no sepamos el destino que nos deparan; viajes siempre al corazón de lo humano y a los misterios más recónditos.


Para eso sirven los libros infantiles, para extender los puertos hacia el viaje interminable e incierto que es la vida.

 

FUENTE: El Tiempo