1984 cumple 70 años, ¿por qué nos atraen las distopías?
En el 1984 de George Orwell, pensar era uno de los crímenes más graves. El autor retrataba una sociedad oprimida por un régimen totalitario en el que hasta la historia se ponía en duda y se reescribía de acuerdo con la conveniencia de los poderosos. Ni las ideas ni las críticas se podían compartir y la censura llegaba a un nivel tan alto que plasmar esos pensamientos en un diario era, incluso, una práctica condenable.
El protagonista de ese libro, Winston Smith, acostumbraba a hacer esa práctica a escondidas, evitando las enormes pantallas del gobierno que observaban la intimidad de los ciudadanos hasta en sus casas. Cada movimiento era vigilado y en ese Londres sombrío y gris a todos los observaba una entidad suprema que no tenía un rostro en particular: el Gran Hermano, ese ojo que todo lo ve. Un ser omnipresente y poderoso del que solo llegaba su inmensa sombra, una que cubría a los ciudadanos y bajo la que debían obedecer.
Como la de Orwell, que se imagina el final de la sociedad como se conocía entonces, ha habido varias suposiciones frente a cómo llegará el fin de la humanidad de distintas maneras. Algunos escritores la han imaginado y dejado en sus libros, incluso siendo premonitorios, aunque eso se compruebe después. ¿Por qué atormenta la idea del fin?
Se repite y hay un porqué
Así como Orwell, el futuro también lo retrató en la ficción la canadiense Margaret Atwood en El Cuento de la Criada, de 1985. Recientemente fue llevado a la televisión y plasmó un porvenir sombrío especialmente para las mujeres.
Ray Bradbury dejó su visión en Fahrenheit 451, en la que los bomberos incineraban bibliotecas, y hace unos años los tres libros de Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins fueron un fenómeno literario en el que se mostraba una realidad en la que la muerte era entretenimiento para someter al pueblo.
“La literatura sirve para extrañarse de la cotidianidad y ese extrañamiento puede generar perspectivas negativas”, destaca el especialista y docente de la UPB Richard Alonso Uribe.
De hecho, añade él, podría hacerse un rastreo desde las tragedias griegas, pues en determinados contextos le podían hacer pensar a la audiencia en las amenazas del mundo que los rodeaba.
El psicólogo Lisímaco Henao, máster en psicología analítica junguiana, destacó que es normal tener esa inquietud por el final. “Los seres humanos en un momento determinado nos dimos cuenta de la existencia real de la muerte”, dice. “Eso generó preguntas sobre cómo sería nuestro fin”.
Destaca que la humanidad ha estudiado mucho de dónde viene, tiene más claro su nacimiento, por ejemplo, “pero sobre el hecho de la desaparición y la muerte no sabemos mucho”, cuenta.
Según él, es lo que el psicólogo Carl Jung denominaría un arquetipo, “pues no dejamos de producir estas imágenes sobre el fin”, se vuelven parte del inconsciente colectivo. Explica que, partiendo desde la propuesta religiosa de que la humanidad fue creada (independientemente del credo), “probablemente la idea de un Apocalipsis o de un final colectivo corresponda a ese inicio colectivo. Si fuimos creados por alguien al comienzo, puede que todos juntos lleguemos al final”, analiza.
Exagerar las posibilidades
Orwell publicó esta novela distópica en 1949, justo después de la Segunda Guerra Mundial y justo un año antes de morir. Cuando la escribió, pasaba por un momento personal complejo, había quedado viudo unos años antes, estaba enfermo y tenía que viajar mucho por esa Europa todavía devastada. Esa visión pesimista del futuro tenía, en ese caso, un sustento personal. Pero han existido distopías en diferentes contextos y épocas, la que vivía Orwell fue una de las más oscuras de la historia.
Tomando como ejemplo el ensayo Escribir después de Auschwitz, de Günter Grass, la profesora de la Universidad de La Sabana Mónica Montes, doctora en Filología de la Universidad de Navarra, destaca que “después de la barbarie la única posibilidad que le queda a la escritura, a la narrativa y a la literatura es la de ser peligrosa, es decir, sacudir las estructuras, obligar a cuestionarse, poner el dedo en la llaga”.
Esos mundos que a veces apelan a extremos demasiado bruscos en la literatura “tienen la intención de despertar la consciencia, enfatizar en aquellos problemas y peligros a los que la sociedad tiende a acostumbrarse”, continúa.
El profesor Uribe comenta que la literatura también tiene una intención formativa. “Si un muchacho lee hoy a Orwell no verá un testamento de lo que se vive hoy, sino un texto que le permite emanciparse, que lo prepara para enfrentarse a un mundo que tiene rasgos muy particulares”.
Hay algunas ideas del escritor que parecen haberse materializado, aunque no fue precisamente en 1984. “Todos nos sobrecogemos un poco cuando abrimos las ventanas de internet del computador y nos ofrece como sugerencias aquellas cosas que se esconden en nuestros más profundos deseos o pensamientos”, confiesa la profesora Montes.
La idea de los 2 minutos de odio en esa novela, en los que la gente debía profesar odio en público todos los días durante dos minutos a sus enemigos, “es lo que pasa en Facebook, en el noticiero, en la avenida oriental o en un aula de clase”, destaca Uribe.
Aunque las distopías son ficciones, “Orwell hizo un trabajo de interpretación del mundo y los extremos a los que podía llegar”, tristemente parece que la humanidad ha querido acercarse a ese sombrío futuro.
FUENTE: El Colombiano