El último día antes de la independencia sudamericana
Una mujer da a luz en medio de Los Andes y desde el general hasta el último cabo lo toman como una señal de que su fortuna está por cambiar. Para finales de 1824 ya ha pasado un mes desde que el Ejército patriótico comenzó a jugar a las escondidas con las tropas españolas entre las montañas de Perú. La última batalla contra el control español en Sudamérica se está por librar. Unos días antes del encuentro definitivo, el 9 de diciembre en la Pampa de Quinua en Ayacucho, Flora Barros tiene a su hijo. Entre celebraciones, lo bautiza en nombre del mariscal Antonio José de Sucre y sigue camino a través de Los Andes. “Ahora lo único que falta es que termine la guerra”, le dice Flora a su marido. El camino es fatal, pero se respira buen aire. “El Libertador nos ha dicho que somos invencibles”, le dice.
“La batalla sucede a 4.000 metros de altura, en un sitio inhóspito, y el Ejército se recorre caminando mil kilómetros de esas trochas en un mes”, afirma el periodista y escritor Fermín Goñi (Pamplona, 1953) que viajó durante casi 15 años por Sudamérica tras las huellas de las guerras de independencia. En su último libro, Un día de guerra en Ayacucho (Fondo de Cultura Económica, 2021), se adentra en los días previos a la batalla final por la independencia de Perú. “Lo mejor de los ejércitos, ya no de América o de España, del mundo, estuvo ese día en esa batalla. Fueron héroes y heroínas”, dice Goñi. Entre el desencanto de Simón Bolívar por Perú y el triunfo de un desconocido Antonio José de Sucre, Goñi hila la historia de su personaje. Flora Barros, una rabona, las mujeres que acompañaron a ambos bandos durante la guerra y que en lo peor del conflicto también tomaron las armas.
El fervor revolucionario en Perú era tan grande que en las iglesias peruanas se cantaba primero a Dios y después a Simón Bolívar. El libertador, que para entonces era presidente de Colombia, llegó a Lima a principios de 1924, y en la cordillera de los Andes se aguantaba entre los dientes el festejo por lo que se intuía que iba a pasar antes de las navidades. En agosto, Bolívar comandaría la batalla de Junín, pero después quedaría a un costado de la batalla.
“Simón Bolívar era el jefe de todo en un país al que no entendía, que tampoco quería y del que quería salir cuanto antes”, escribe Goñi, que con esta novela cierra una trilogía sobre la independencia en América. Le anteceden Los sueños del libertador (2009), en la que dibujó una biografía del militar criollo Francisco de Miranda, el general de la Francia revolucionaria que fue mentor de Bolívar; y Todo llevará su nombre (2014), en la que se sumergió en los últimos 15 días de vida del libertador de América. “Bolívar es un personaje muy poliédrico, sobre el que se han fundado ideologías y religiones, pero del que hay un profundo desconocimiento”, dice el escritor.
El Congreso de Colombia había votado en contra de que el presidente comandara al Ejército sobre otro país y Bolívar no pudo pelear en Ayacucho. Ya en Lima, le comían las ansias. Si a principios de año se asumía derrotado y se quejaba de que “el Perú es un país muy difícil y enredado, que no tiene que comer y es carísimo; que no tiene agua y está helado; que no tiene gobierno y todos mandan”, para diciembre daba órdenes por carta a Sucre, a quien había apuntado como comandante, y alababa el teatro limeño.
“Bolívar no escribe teoría política, solo está su correspondencia”, sostiene Goñi, que se enorgullece de haber estudiado los “38 volúmenes” con la correspondencia del libertador. “Estos héroes patrios se toman como seres perfectos, prácticamente angelicales. Pero en realidad cometieron muchos errores. Hay batallas que Bolívar las pierde porque estaba holgazaneando. Pero eso no quita que el hijo de una de las familias más ricas del continente dejase todo para echarse a andar a caballo”.
Sucre acababa de cumplir 29 años cuando lideró al Ejército patriótico en la última batalla por la independencia. Con su personaje principal fuera de la batalla, Goñi imaginó a este comandante, desconocido e invadido por la soledad, reptando por Los Andes. El escritor se anima a una descripción de la batalla sin romances: “Esta fue una guerra civil. si hubo 14.000 combatientes, americanos eran 13.700 y el resto españoles peninsulares. Unos eran partidarios de la monarquía y otros querían que su país fuera independiente, pero la población de entonces desconocía lo que estaba pasando”, sostiene. “Esto fue obra de ciudadanos con gran personalidad, hombres fuertes y recios, intelectuales, que cuando eliminaron al enemigo para ser independientes, encontraron algo que sigue hoy en día: los Estados son débiles. ¿Por qué América Latina ha producido tantos dictadores? Son producto de este proceso”.