La nueva vida del libro de viajes en tiempos de Instagram

Siempre es verano en las pantallas, siempre hay alguien que publica en Instagram la fotografía de una playa virgen, de alguna ciudad prohibida, de algún sitio increíble que, en el fondo, se parece a todos los sitios increíbles que en el mundo hay. El viaje se ha abaratado para bien, en el sentido monetario, y también para mal: se ha convertido en una experiencia casi banal, en un tedioso hábito consumista. A su lado, la venerada tradición de la literatura de viajes también ha perdido valor. The travel writing tribe es el título de un libro de Tim Hannigan publicado en inglés a finales de 2021 que plantea la crisis del género: ¿quién necesita libros como El tiempo de los regalos, Los trazos de la canción o La ruta de la seda en este mundo hiperconectado?

Hay otra idea, más peliaguda, que se plantea en el libro de Hannigan: el libro de viajes no sólo responde a una necesidad obsoleta sino que refleja una actitud anacrónica y más bien sospechosa en 2022. En primer lugar, porque el gran negocio del turismo de masas tiene una huella medioambiental, cultural y política difícil de infravalorar. Puede que el viaje a pie y en soledad de Patrick Leigh Fermor desde Róterdam hasta Constantinopla fuera lo contrario de pasar un puente en Estambul, pero también es probable que a los turistas de 2022 los mueva una imagen del viaje idealizada por la literatura.

La segunda parte de esa crítica va un poco más allá. La teoría, en resumen, dice que la esencia del libro de viajes tradicional consiste en que un señor blanco, educado y probablemente con la vida resuelta, salga de Europa, llegue a algún lugar poblado por gentes primitivas y haga su retrato impresionista, bienintencionado y condescendiente. Carnaza para un mundo woke. La caída en desgracia de Ryszard Kapuscinski, viajero encantador del siglo XX al que las biografías de los últimos años van convirtiendo en un pícaro vanidoso, es un ejemplo perfecto de ese pecado original.

«Como mínimo, la etiqueta ‘libro de viajes’ se ha quedado obsoleta», explica Emilio Sánchez Mediavilla, editor de Libros del KO y autor de Una dacha en el golfo (Anagrama), crónica de los años que pasó en Baréin. «Era una marca que vendía bien, pero a la que se le diluyó el concepto. Supongo que eso tiene que ver con la masificación de la experiencia del viaje. Es muy difícil ahora hacer un relato que sea atractivo porque has dado con un lugar que no conoce nadie».

Sin embargo, sostiene Sánchez Mediavilla, siguen existiendo libros que tienen que ver con la tradición de la literatura de viajes, que la amplían, y que encuentran a su público. El género, que siempre tuvo algo de crónica periodística, de novela de aventuras y de libro de divulgación científica o histórica, se ha convertido, en 2022, en cualquiera de esas cosas o en todas a la vez, en lo que sea menos en un libro de viajes. «Nosotros publicamos los libros de Ander Izagirre y se venden bastante bien. Curiosamente, el que vendió peor fue Cansasuelos: Seis días a pie por los Apeninos, que es un texto de literatura maravillosa y que es, de todos sus libros, el que más se parece a la idea clásica de lo que es un libro de viajes».

«Es verdad, a ese libro le costó más», recuerda el propio Izagirre. «Pero hay otros libros que funcionan bien y que son más o menos libros de viaje. Se me ocurre pensar en los de Xavier Aldekoa o en los de Zigor Aldama… El género del libro de viajes ha caído un poco en desgracia pero, al mismo tiempo, ha evolucionado hacia otra cosa, hacia una especie de crónica en profundidad. Y yo creo que sigue siendo necesarias». Igual que la literatura erótica se diluyó y se recicló en una nueva y desinhibida literatura romántica, el libro de viajes se ha vuelto libro de periodismo.

EL VIAJE DE VUELTA

¿Y la culpa? «Cuando presenté Potosí en Bolivia hubo quien me preguntó que qué falta hacía que viniese un europeo a contar aquella realidad, si creía que no había gente en Bolivia que pudiese hacerlo. Bueno, lo entiendo, yo parto de algunos privilegios por venir de donde vengo. Sé que hay maneras de viajar que son una cosa neocolonial… Pero lo deseable no es que yo, europeo, no pueda contar el mundo que no me sea inmediato. Lo deseable es que todos tengamos acceso a los relatos de los propios bolivianos». Izagirre sostiene que no es una utopía. «No hay revista de viajes que publique hoy un dossier de Dakar, por ejemplo, sin contar con escritores senegaleses. Eso, hace unos años no ocurría. Y a las librerías empiezan a llegar crónicas de los viajes que se hacen en dirección contraria, las que hacen los migrantes en patera, por ejemplo. Claro, son relatos tan potentes que nos hacen palidecer un poco a los demás».

Xavi Moret, autor de los recientes A la sombra del baobab e Historias de Japón, pertenece a una generación anterior a la de Izagirre, Aldama y compañía. «En realidad, ese cambio ya estaba en los libros de Bruce Chatwin. No tiene sentido describir el mundo, porque ya hay quien está retransmitiendo el mundo 24 horas. Hay que plantear los libros con una idea previa, apostar por una mirada subjetiva, hablar con la gente. La clave no es tanto ver sino escuchar, buscar en el contacto con el otro y, a través de ese contacto, ponerte en cuestión a ti mismo».

El nombre de Chatwin nos lleva a mirar atrás, a la edad de oro del género a finales del siglo XX: ¿qué pasaría si leyésemos hoy los libros clásicos del canon del viaje? ¿Nos incomodarían? «Supongo que algunos libros nos sonarían al tópico del inglés de clase alta que va por el mundo con una mirada condescendiente. Pero en el caso de Chatwin, el recuerdo que tengo es que su mirada era de una curiosidad muy pura, un anhelo de entender al otro para el que no creo que haya muchos reproches posibles», dice Sánchez Mediavilla. «Y no debía de ser fácil no ser desdeñoso en 1980 con algunas de las realidades que retrató».

«Los libros de esa época fueron muy inspiradores para mí. No sé cuántas cosas chirriantes nos encontraríamos hoy, pero no me parece justo demonizarlos por unos cuantos anacronismos. Lo que los movía era un deseo de abrirse al mundo que me sigue pareciendo noble», termina Izagirre.

 

FUENTE: EL MUNDO