Pedro Mairal: «La literatura es la espalda de Instagram»

Las novelas de Pedro Mairal se parecen a los cómics de línea clara: el dibujo es nítido y la narración tiene un aire muy natural, de modo que la lectura avanza con alegría y amabilidad sin que el lector se dé cuenta de que, escena a escena, algo más va creciendo. Algo más que, al final, tiene siempre un sabor un poco triste y un poco cómico a la vez y que, quizá, desmienta el aire casual del relato.

«Tengo un amigo que siempre me dice eso: vos jugas mucho a eso de ‘táchame del nobel, bájame el superyo’… pero yo sé que, en el fondo, no eres eso que pretendes«, explica Mairal desde Buenos Aires. «Y sí, es algo con lo que tengo que pelear. Ese superyo que aspira a la obra maestra, a la trascendencia y a la escalinata griega… Eso existe y lucho con ello. Porque sé que si lo dejo ganar, pierde frescura lo que escribo. Así que tengo que hacer un esfuerzo constante por confrontarlo con otro lado vitalista y juvenil que también tengo. Hay una tensión entre el anhelo de la alta literatura y el instinto de escribir tal cómo le contaría una anécdota a un amigo. Son dos polos entre los que tenemos que manejarnos todos. Mire, yo tengo una formación clásica fuerte; me enseñaron poesía desde la métrica, cosas así, llevo dentro conocimientos que ya ni existen. A menudo tengo que recordarme que no todo tiene que ser eso, que me puedo entregar al juego».

Esta primavera, Mairal regresa a las librerías con la reedición de Salvatierra (Libros del Asteroide), una novela de 2008 que Mairal calificaba como su favorita allá por 2017, cuando La uruguaya se convirtió en el gran descubrimiento de aquel curso.

«Le tengo fe a Salvatierra. Creo que tiene algo especial, que no le pasa el tiempo porque trata sobre una relación padre-hijo, sobre un hijo descubre a su padre a través de su arte… Y eso no cambia. A otros libros míos que hablan de relaciones de pareja les pasó más el tiempo. Cambiaron paradigmas y hay personajes que empezaron a chirriar un poco. Hay personajes que no parecían tan machistas antes y hoy sí lo parecen. En cambio, en Salvatierra tenemos a un padre, a un hijo y tenemos el arte. Son cosas que no cambian y que se entienden en todas partes. Es un libro que viajó mucho, hasta al yoruba lo han traducido en Nigeria».

Una explicación breve: en Salvatierra, el padre era un funcionario insignificante en un pueblo de la provincia de Entre Ríos. Era mudo, tendía al pequeño delito y estaba muerto. Sólo tenía un rasgo interesante: pintó cada día de su vida en un colosal lienzo (iba cosiendo las telas, de modo que su obra era un inmenso continuo). Nunca expuso su obra y nunca nadie le dio mucha importancia a sus pinturas, hasta que alguien, en un museo de Holanda, descubrió aquella locura y quiso llevarla a Europa. Así que los hijos del pintor volvieron al pueblo desde Buenos Aires con la idea de sacar algún dinero. Todo les salió mal.

Porque, igual que las películas de Luis García Berlanga, los libros de Pedro Mairal consisten siempre en que alguien que cree que va a dar el gran golpe que le cambie la vida (por medios no del todo morales), acaba la historia en el punto de partida, igual de pobre y de solo. Y en ese viaje un poco patético está la dulzura y la comicidad.

«Hay un humor sin gags, hecho por la distancia entre lo deseado por el personaje y lo que le termina sucediendo. Es un poco quijotesco, ¿verdad? Esa distancia entre el molino de viento y el gigante, que el lector conoce y le parece gracioso. Esa idea del fracaso, de la distancia entre expectativa y realidad, me interesa mucho. En general, los personajes se plantean siempre desde su deseo o desde su miedo. Son las dos cosas que mueven las historias. Si los instalamos en su deseo, el lector ya sabe que ese anhelo va a fallar porque si no no habría historia. El asunto es descubrir cómo le va a salir mal», cuenta Mairal.

¿Y la inmoralidad? El personaje de La uruguaya era un adúltero evasor de impuestos; el de Una noche con Sabrina Love era un adolescente aspirante a pornógrafo. Y los hijos de Salvatierra, cuando llega el momento, se apuntan al tráfico ilegal de obras de arte. Pero todos son también gente amable y tierna. «Claro, porque la literatura es la espalda de Instagram. Estamos todos construyendo obsesivamente nuestra idenidad en las redes. Construimos al ciudadano, a la persona, al amigo… siempre desde el mejor ángulo. Esta bien, pero eso no lo puedes hacer en la literatura. Un personaje literario se construye con lo que te daría vergüenza mostrar en tu Instagram. Siento como que esa construcción del ser en las redes quiere entrar en la literatura y crear una literatura biempensante o más bien didáctica. Y yo creo que la literatura no debería tener filtro. La literatura es moral, inmoral y amoral, todo junto. Es como un holograma, como un fantasma que atraviesa las paredes. No puedes encadenarla. La literatura es los sueños, también los oscuros. Es un sueño dirigido, pero es un sueño, al fin».

¿No decía Mairal que algunos personajes antiguos le molestaban porque se habían quedado obsoletos moralmente? «Es porque últimamente me he visto obligado a explicar que los personajes son ficción. Antes no me pasaba eso, no tenía que explicar que yo, como ciudadano, no soy mi personaje y que no necesariamente coincido con lo que piensa. Antes no había que explicar nada; ahora hay una nueva moral, con la cual, al menos en el mundo diurno, coincido, pero que no tiene por qué estar mis personajes. La página en blanco es un territorio de libertad total. No digo que eso no tenga sus consecuencias. Puedes ser juzgado severamente por lo que escribas, pero hay que asumirlo porque lo contrario te lleva a ese realismo de tipo soviético que pretende educar a las personas y que es medio aburrido».

Sólo falta hablar del paisaje. Salvatierra ocurre en un pueblo fronterizo con Uruguay, húmedo y lentísimo. «En lo que escribo suele estar el campo del litoral argentino: es una zona de lentos ríos y llanuras enormes, un poco como el Misisipi en Estados Unidos: la costa del Paraná, del río Uruguay… Sáer escribió muchísimo de esa zona. Es una zona de confluencia entre ríos, es más bien un río metafísico, un río sin orilla de enfrente pero con un agua marrón, con algo de Mar Muerto. Puede ser un poco angustioso«.

«Y es mi campo. Yo era un niño criado en un departamento de ciudad, en un piso como dicen en España. Jugaba con autitos en un rincón. Era muy urbano. Cuando tenía nueve años, más o menos, mi padre compró un campo en Entre Ríos con un amigo, pensando que iba a ser un gran negocio. Luego fue una ruina porque el lugar se inundaba y no se podía hacer nada con él». Como en las películas de Berlanga, ¿no? «Exacto. Bueno, mi mamá se enamoró del lugar y yo también. Íbamos los fines de semana ella y yo. Y yo dejé de ser un mocoso llorón de departamento y descubrí, por ejemplo, lo que era galopar a caballo. Me sentía como un dios que salía volando, que conectaba con una bestia… Era una sensación de poder muy impactante. También estaba la sensación de conocer a la gente de allí, gente distinta, acompañarlos en el trabajo, hacer mío el pisaje. Después empecé a ir solo, en omnibus, hacía dedo, caminaba los últimos 10 kilómetros por un camino de tierra para llegar y me sentía como un superhéroe. En muchos de mis libros está ese paisaje».

FUENTE: EL MUNDO