Harold Bloom: «entiendo la crítica literaria como una manifestación de la literatura»
Harold Bloom se arrastra en su castillo mental como el fantasma del padre de Hamlet. Se sienta al lado de un escritorio cubierto de papeles, notas y un teléfono blanco. Bloom conoce el orden del caos aparente de hojas amarillas que él usa para escribir sus libros. Un mechón sin peinar cuelga de su frente. Un trozo de correa asoma en medio de sus pantalones de hilo. El autor de La angustia de las influencias (1973) le presta poca importancia a su apariencia personal. Utiliza un suéter azul de cuello tortuga, no tiene reloj pero le agrada compartir el almuerzo los domingos con sus esposa y sus hijos.
El aspecto de un hombre a quien no le interesa la moda, porque entre otras cosas no tiene tiempo para ello, contrasta con la energía impetuosa de un crítico literario que por más de tres décadas ha planteado, a través de sus teorías y laberintos imaginarios, el origen y evolución de la literatura del mundo occidental; empero, él se considera como antiacadémico. El escritor es seductor con su palabra y se deleita cuando recita de memoria poemas de Blake y Shelley.
En la mitad del salón donde el estudioso Bloom trabaja y vive durante algunas temporadas, hay una cama de hierro que en verdad cumple una función decorativa porque Harold duerme en el segundo piso. El apartamento es dúplex y por las ventanas del primer piso se ve Washington Square. Sin embargo, Bloom ignora el catre de la sala, una pintura de dos metros cuadrados que le obsequió un amigo y los libros de las estanterías.
Harold Bloom nació en Nueva York el 11 de julio de 1930. Bloom vivió con sus padres William y Paula Lev Bloom en el Bronx, hasta que comenzó sus estudios de literatura en la Universidad de Cornell, donde se graduó en 1951. En la Universidad de Yale recibió el título de doctor y a partir de 1955 trabajó como profesor en el departamento de inglés por más de dos décadas. En 1958 se casó con Jeanne Gould y del matrimonio nacieron Daniel y David.
El escritor fue galardonado por las fundaciones Guggenheim y MacArthur y la Academia de Artes y Letras, entre otras. Es autor de números libros: The Visionary Company: A Reading of English Romantic Poetry (1961), Blake’s Apocalypse (1963), Mapa de la mala lectura (1975), La cábala y la crítica (1975), Poetry and Repression: Revisionism from Blake to Stevens (1976), The Flight to Lucifer (1979), Modern Critical Views (1985), The Critical Cosmos (1986) -que es una colección de ocho volúmenes-, El libro de J (1990), The American Religion (1992) y su más reciente publicación, El canon de Occidente (1995).
Bloom es un iconoclasta que desafió la crítica literaria y revaluó las teorías de la escuela deconstruccionista y la nueva crítica. Algunos de sus temas exploran la evolución del misticismo desde dos siglos antes de Cristo hasta el siglo XX, el estudio de la poesía romántica y algunos aspectos del surgimiento de la corriente multicultural.
El profesor Bloom distribuye el tiempo entre sus clases en las aulas de Yale y la Universidad de Nueva York.
¿Por qué considera usted que su libro La angustia de las influencias es valioso para la crítica literaria del siglo XX?
Es un momento crucial para la historia de la humanidad porque, entre otros cosas, es el fin de milenio. La era de cambio está marcada por la opulencia y un sentimiento de retraso en la participación de los acontecimientos actuales. Creo que existe una relación muy peculiar entre los períodos clásicos de los hispánicos, ingleses o alemanes y la era antigua y el romanticismo del siglo XVII. De igual manera, la época presente muestra similitudes con los períodos anteriores, en cuanto a que existe un denominador común: no se vislumbra un final claro. En efecto, establezco una relación entre, por ejemplo, el período de Alejandría y el siglo XX, ya que ambos momentos históricos se caracterizan por una sobrecarga de hechos, y a la vez un sentimiento de ansiedad por no poder controlar una serie de acontecimientos simultáneos. Las cuatro grandes centurias del ciclo alejandrino, don antes de Cristo y las dos subsecuentes de la era cristiana, son un buen modelo para comprender lo que ocurre en esta época.
Por otra parte, es muy difícil escapar a las consecuencias de la historia, si tenemos en cuanta que la literatura es como un barómetro. En este caso particular, la literatura es más sensible que otras disciplinas como la filosofía, la sicología o las ciencia sociales. Considero que la literatura es como una ley inexorable de la que es imposible liberarnos. Nosotros llevamos a cuestas la literatura de Occidente, la literatura hispana del Nuevo Mundo, que entre otras, no es más que parte de la tradición del Viejo Continente. La literatura estadounidense es el resultado de las interpretaciones de la tradición europea.
El fenómeno de Alejandría es un sentimiento de ansiedad que se produce por la sensación de participar demasiado tarde en los hechos históricos. Cabe anotar que varias de las consecuencias de la ansiedad son la ausencia de estilo en la literatura y una escasa producción en las corrientes gnósticas.
Reconozco que mi libro es un tanto difícil de leer. Comencé a trabajar en el proyecto a partir de un sueño que me afligía y en el verano de 1967, cuanto tenía 37 años, empecé el texto. La traducción rumana se titula La contaminación de la angustia. Pienso que si tuviera la oportunidad de reescribir el libro, le daría este nombre, ya que refleja la idea central de mi obra.
¿Se definiría usted como un apocalíptico?
Ahora estoy escribiendo un libro que se llama Omens of the Millennium. En la primera parte de la obra describo la vida espiritual de los estadounidenses del siglo XX y luego me remito a las obsesiones de la cultura americana con el mundo de los ángeles, los sueños patéticos y otras experiencias gnósticas que se proyectan para el 2001. El fenómeno gnóstico de los primeros siglos de la era cristiana, la edad media, los períodos musulmanes y judíos, y en general de la tradición occidental, es mucho más interesante desde el punto de vista de la riqueza espiritual que al era comercial en la que vivimos. Yo me considero como un judío gnóstico, pero me rijo por mis experiencias religiosas y la tradición ortodoxa. El gnosticismo es una doctrina esotérica que se expandió dos siglos antes del Cristo y se fundamenta en principios tales como la creación y el fin, son un solo momento y la humanidad solo tiene una chispa divina. Los gnósticos discrepamos con el Apocalipsis porque es un fórmula. En el caso de que la profecía falle, el enunciado apocalíptico se desmorona; sin embargo, el gnosticismo no puede fracasar porque al fin y al cabo no se espera que algo suceda en la Tierra. Nosotros creemos que la trascendencia de los divino es inalcanzable porque aún nos separan miles de años del cosmos. Vale la pena anotar que Kafka fue un judío gnóstico.
¿De qué manera sus libros han cambiado la forma de entender el sicoanálisis, la filosofía y la teología judaica en el siglo XX?
En mi libro más reciente, El canon de Occidente, que ya se publicó en España, escribí un capítulo sobre Freud y su relación con Shakespeare. En la obra sostengo, con todo respeto por el sicoanálisis, que Freud merece ser llamado el Montaigne del siglo XX, es decir, un escritor fabuloso. Debo subrayar que Freud estudió la naturaleza humana de una forma más exhaustiva que el escritor francés. Desde el punto de vista de la filosofía creo que no tengo mucho que aportar; es más, no tengo ninguna filosofía. Mi amigo Richard Roddick definió lo que yo considero mi filosofía; en otras palabras, soy un seguidor de la filosofía pragmática americana. Con respecto a los asuntos teológicos judíos, ya sea en Estados Unidos, Israel o en algunos países de Europa, no encuentro una razón poderosa para el judaísmo sobreviva en el siglo XXI, en medio de aquellos que dicen llamarse judíos. Creo que solamente una porción mínima de judíos conservadores y ortodoxos podrá cruzar el umbral de un nuevo milenio. Ahora bien, la supervivencia del judaísmo será posible si se presenta una revisión intelectual de la tecnología, pues en el futuro será una mezcla peculiar de moralismo freudiano y el gnosticismo propuesto por el brillante académico Moshe Idel o inclusive las ideas kafkianas. Considero que el judaísmo de los próximos siglos se convertirá en lo que denominaría como “el estado de ser judío”, más que el hecho de ser miembro de una religión.
El profesor Jay Hilles dice que usted conoció en primera instancia la poesía y después aprendió a leer prosa. ¿Por qué le fascina la poética?
Hilles fue mi colega en la Universidad de Yale. Él vive en la Costa Oeste. Jay pertenece a la escuela deconstruccionista y aunque tenemos puntos de vista disímiles, somos buenos amigos. Hilles es discípulo de Derrida y en realidad no me gustan sus teorías. Así mismo, de una manera afectuosa, Hilles se proclama como mi enemigo intelectual y pienso que él se hizo miembro de lo que yo calificaría como “la escuela del resentimiento”, es decir, la corriente que apoya el seudomarxismo, el seodofeminismo y el multiculturalismo.
Por otra parte, crecí en el Bronx y durante mi infancia solo se hablaba yiddish (hebreo-alemán) en mi hogar. Aprendí inglés a los ochos años, a través de mis lecturas de los poemas de William Blake y algunas obras de Shakespeare.
¿Admira a poetas hispanoamericanos?
Me gustan las obras de Luis Cernuda. Él fue un poeta español que se exilió en México durante el régimen de Francisco franco. M atrevo a decir que Cernuda es superior a Pablo Neruda. Carpentier es como la figura paterna para la literatura hispana. Vale la pena anotar el trabajo del indigenista peruano Vallejo y los poemas de Octavio Paz. Considero que Jorge Luis Borges es mejor ensayista y cuentista que como poeta. En Latinoamérica los escritores superan a los poetas.
¿Cuál es su pero defecto literario?
Me preocupo demasiado. No obstante, mis detractores y enemigos registran sin compasión mis debilidades. En verdad, no sé de qué podrían acusarme en términos literarios, aunque se me ocurre que soy un escritor nómada y tengo la tendencia de escribir en aforismos, pero pienso que esa es la forma como funciona mi mente. Nietzsche dijo que unos de los problemas de la literatura decadente era precisamente el hecho de expresarse en lun lenguaje críptico. No sé si el filósofo tenía la razón y en mi calidad de escritor trato de condensar las ideas en pocas frases. Así mismo, en la actualidad escribo para el público en general y pretendo llegar a un mayor número de lectores. Por ejemplo, mis tres últimos libros tuvieron éxito no solo en el mundo académico, sino también entre la gente de otras disciplinas. Además, las obras se leen en países extranjeros.
¿Admite ser antiacadémico?
Sí, soy antiacadémico. Admito que parte de mis ingresos provienen de la academia, pero yo abandoné el departamento de inglés de Yale en 1976. En Yale enseñé cátedra de Shakespeare y en la Universidad de Nueva York dicto algunas clases de poesía. Deseo aclarar que nunca fui académico. Además, jamás tuve la sensación de sentirme en casa cuando trabajé en Yale u otro centro educativo. Soy un proletario y me parece que las universidades son lugares donde se reúne la burguesía. La mayoría de esos académicos que se autoeligen como feministas o marxistas o son más que burgueses.
¿Qué diferencia existe entre la poesía y la crítica literaria?
Es una distinción compleja. A nivel técnico se podría mencionar la diferencia de la forma, es decir, cómo está escrita la poesía, excepto por los versos que se escriben en prosa. Yo entiendo la crítica literaria como una manifestación de la literatura, de otra forma la crítica no existe. Por ejemplo, la poesía de Silvia Plath, una mujer histérica que no tenía la menor idea de escribir, se considera patrimonio de la literatura. Así mismo, la crítica literaria de Kenneth Burke es también parte de la literatura. Ahora bien, la teoría literaria es inútil, basura, no importa donde se practique. La auténtica crítica literaria es literatura. En tal sentido puedo mencionar los trabajos de Samuel Johnson, John Ruskin, Jorge Luis Borges, Ralph Waldo Emerson, O.G. Wilson, William Haskin, entre otros. Mis críticas no tienen la calidad de las obras de los autores nombrados, No soy ni mucho menos el divino Oscar Wilde.
¿Cómo define la imaginación?
Durante mis años de infancia tuve gran influencia de Blake Y Shelley y la escuela del romanticismo. Sin duda soy un producto de mis lecturas poéticas y me veo como un creador en el sentido de inventar un heterocosmos. Por algún tiempo fui muy escéptico, como se puede apreciar en los libros que escribí en la mitad de mi carrera, que se caracterizan por su tono escatológico y se traduce un sentimiento de ser siempre gobernado por una interpretación tergiversada de mis textos. En esta etapa de mi vida me llaman la atención la cabalística y la imaginación gnóstica. A veces me pregunto si existe un mundo imaginario dentro del mundo real. El escritor André Carvan presenta las cosmogonía de un mundo imaginario denominado Hurqalya, que es un nivel intermedio entre el mundo empírico y el trascendental donde habitan Dios y los ángeles. Me atrae el interuniverso esotérico.
¿Ve alguna esperanza en la literatura estadounidense?
Tenemos poetas más importantes en esta generación que en la mía. Cabe mencionar las obras de John Ashbery, James Applewhite, Elizabeth Bishop, Amy Clampitt, Anthony Hecht, Grace Paley, Cormac McCarthy, Jay Wright, Thyliass Moss y Rita Dove. A pesar de la mediocridad del último libro de Thomas Pynchon, su trabajo es muy valioso. Ahora bien, surge una pregunta: ¿contamos con una audiencia capacitada y numerosa para leer las obras? Estados Unidos en un país adicto a la televisión y los ordenadores. Por mi parte, le tengo pánico a un teclado de computador y jamás aprendí a escribir a máquina. Toda mi vida he escrito a mano, con pluma negra y sobre hojas amarillas; mi secretaria transcribe los textos.
Igualmente, debemos tener en cuanta que la generación de jóvenes del fin de milenio está viviendo en la era de la pantalla chica y ahora los avances tecnológicos como la “realidad virtual”, son una manera de disminuir la motivación para leer. Además, si agregamos el hecho de la proliferación de los movimientos rockeros, que es una vía par disminuir la capacidad auditiva de los muchachos, podríamos vislumbrar una gestación de una cultura visual computarizada, que desconoce el hábito de la lectura. Sostengo la idea de que en el futuro los escritores tendremos que leernos unos a los otros porque no existirá un público competente para disfrutar las obras. No me preocupa la producción literaria, sino la percepción de parte de los lectores. Por desgracia el público cada día es más iletrado.
Por otra parte, me concierne la enseñanza de la literatura en las universidades porque está aumentando el índice de deserción de estudiantes. Cabe destacar entre una de las causas principales del descenso del número de alumnos de literatura, la incompetencia del sistema educativo, ya que se traicionó el verdadero espíritu del alma mater. El nivel educativo deja mucho que desear y las facultades de literatura se arruinaron. Los profesores convirtieron los departamentos en lugares experimentales del movimiento multicultural, además muchos son mediocres y solo se preocupan por sus compromisos políticos y consideraciones étnicas que no tienen ningún sentido.
¿Cree en el multiculturalismo?
Cuando comento sobre el movimiento multicultural, me refiero a Cervantes; sin embargo, por desgracia la palabra no se asocia con Don Quijote o Cien años de soledad, sino con las últimas tendencias políticas chicanas o puertorriqueñas. Las feministas que se autodenominan artistas no saben ni siquiera escribir un poema. Ahora bien, los estudiantes de literatura leen escritores de pésima calidad. Lo ideal, es decir, como entiendo un proyecto multicultural, sería que lo alumnos aprendiesen español a través de Lope de Vega o Lorca. Tarde o temprano Estados Unidos se transformará en un país hispano. Sería una maravilla si llegásemos a un punto donde la cultura fuera bilingüe.
FUENTE: EL ESPECTADOR