Julio Llamazares: “Las librerías están llenas de libros de gente que no son escritores”

Tal vez él no lo sabe, pero Julio Llamazares resuelve en su nuevo libro una ecuación que suele perseguir a escritores, lectores o creadores en general sin que nadie se atreva a ofrecer una solución contundente. ¿Para qué y por qué escribir? ¿Y para quién? Identificar el motor de la escritura, lo que para Borges o Nooteboom es la perplejidad y para otros como Pessoa era una manera de estar solo, se va a ir dilucidando en Vagalume (Alfaguara), una novela de intriga en torno a los manuscritos secretos que ha dejado un viejo periodista al morir y que su discípulo, el protagonista de esta historia, intentará desentrañar. El suspense es literario.

Esta es la ecuación que plantea Llamazares: todos tenemos una vida pública, una privada y una secreta. “García Márquez lo dijo con otras palabras. La vida pública es la que ven los demás; la privada es cómo nos ven los más cercanos; y la secreta, que no compartimos con nadie. Algunos nos volcamos en la vida secreta, a la que damos más importancia que a la real”, asegura el autor nacido en Vegamián (León), en 1955.

Llamazares habla en su casa en el barrio madrileño de Chamberí, desde donde señala la calle abarrotada de gente que va y viene entretenida en sus asuntos. “Esa gente está viviendo su vida mientras yo estoy aquí a las tres de la mañana con la luz encendida volcándome en unas vidas que no existen más que en el papel. Les miro y me pregunto si no estaré bien de la cabeza”.

Y este es uno de los mimbres de su novela: el porqué de la literatura. Cuenta que, cuando alguien preguntó a Mircea Cărtărescu qué haría si muriera el último lector vivo sobre la tierra, el autor rumano respondió: “Seguir escribiendo”. “Las librerías están llenas de libros escritos por gente que no son escritores. Escritor es aquel que seguiría escribiendo aunque no le leyeran ni publicaran, porque tiene la necesidad de escribir”.

El otro de los grandes motores de su novela es rendir homenaje a esos escritores proscritos por rojos, por republicanos, que adoptaron seudónimos para firmar novelitas policiacas o del Oeste durante el franquismo como Marcial Lafuente Estefanía, Francisco González Ledesma, Miguel Oliveros o Eduardo de Guzmán. En Vagalume, el escritor secreto es hijo de uno de esos autores prolíficos capaces de entregar dos novelas a la semana. Él ha heredado la vocación y la reserva solo para sí.

Varios objetos que decoran los estantes del despacho de Julio Llamazares. A la derecha, una foto de Vegamián, el pueblo donde nació y que hoy permanece desaparecido bajo el agua del embalse Juan Benet. | MOEH ATITAR

“Siempre me han fascinado esos escritores que han escrito en la oscuridad, como las luciérnagas de mi título”, explica Llamazares (vagalume es luciérnaga en gallego). “Las novelas surgen de un impacto emocional, algo que te golpea tan fuerte que tienes que soltarlo. Como un tumor que se te va formando en la conciencia hasta que te pesa tanto que lo tienes que sacar fuera. Y el impacto que originó el tumor de esta novela es una historia real que viví”. Se refiere a su primer editor, Mario Lacruz, que publicaba a autores como Rosa Montero, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina o él mismo mientras guardaba bajo llave manuscritos que solo han empezado a ver la luz después de su muerte. “El editor más poderoso de España, que podía haber publicado donde quisiera, escribía sin publicar y sin que lo supiera su entorno. ¿Por qué? No lo sabemos. Y ese es el origen de mi novela”.

¿Tal vez por miedo al fracaso? Este subyace en toda la novela como un motor de la abdicación y Llamazares reflexiona sobre ello. “En nuestro mundo nos educan para el éxito social y no para el éxito personal. Tú puedes tener mucho éxito comercial y ser un desdichado y a la vez hay gente encantada con su vida a la que que no conoce nadie. Muchos temen el fracaso social o comercial como antagónico del éxito y se repliegan. Eso está en la base de la novela”.

— ¿Y usted cómo definiría su literatura?

— Me sorprende que muchos me vean como un escritor raro. Yo me considero normal porque escribo como lo han hecho los escritores durante toda la historia: a partir de mi experiencia, de mi memoria, de lo que he vivido y conozco, tratando de transmitir lo que pienso de la vida o siento. Y si tuviera que usar dos conceptos elegiría estos: la coherencia y la poesía.

La coherencia por la fidelidad a sí mismo. Y la poesía como forma de tratamiento del lenguaje. “Lo que diferencia la escritura simple de la literatura es el poso poético, esa magia que hace que las palabras signifiquen mucho más de lo que significan en la conversación coloquial. La literatura es la música de las palabras, la poesía de las palabras”.

La poesía es para él, dice, una forma de entender la vida. “Mi mirada del mundo es poética”.

— Defina poética.

— Es la búsqueda de la emoción y la belleza a través de la mirada, a través del lenguaje y del misterio. La poesía es el misterio del lenguaje, el misterio de las palabras, es la clave de todo.

“Los mejores escritores que conocí”, cuenta, “eran los viejos de mi pueblo, que al ponerse a contar cosas se paraba el mundo. Te quedabas con la boca abierta. Bajaban la voz y entrabas en una ensoñación. Cuando hablo de poesía hablo de magia, de convertir el lenguaje en un misterio que emborrache al lector y le traslade a otra realidad”. A ellos les debe su gran clásico, Luna de lobos.

Los escritores, cuenta, “somos como los ríos; a base de pasar y pasar como las corrientes y las torrenteras vamos puliendo las piedras, moviéndolas, hasta que producen un rumor, una música que hace que al asomarte a un puente entres en una especie de ensoñación que te traslade a otro lugar. Es lo que hacemos con las palabras”. “Las palabras pueden ser piedras preciosas si las pules y las tratas bien o cantos rodados que te caen como pedruscos. Ese es el trabajo de los escritores. Y la poesía, que es lo convierte la escritura en la literatura, es la creación de esa magia que te introduce en el misterio. Tienes que manipular el lenguaje para sacar su máxima capacidad de expresión”.

— ¿Y usted por qué escribe?

— Moriré preguntándomelo. No me basta la vida y necesito vivir más. Leemos y escribimos porque necesitamos vivir más. Se trata de intentar explicarte la vida primero a ti mismo y luego a los demás.

El autor recuerda las respuestas de otros escritores a la misma pregunta en un reportaje que leyó: unos escriben para sobrevivir, otro para pasar el rato, para seducir, por misantropía. Elige la del húngaro Stephen Vizinczey (En brazos de la mujer madura), que respondió: “Solo sé que fui un gran mentiroso de niño”. “Eso me impactó y me dije: ‘Este soy yo’. Yo era un chaval de un pueblo perdido de España donde no había un ambiente libresco, sino todo lo contrario, pero recuerdo dos cosas: que era un gran mentiroso en el sentido fantasioso y que me castigaban por escribir”.

“Hay personas que preferimos vivir en el mundo de la ficción y tenemos doble personalidad con la que conjugar la vida real y la de fantasía. Solo a los locos, a los niños y a los escritores se nos perdona mentir. Y cuanto mejores mentiras cuentas, más prestigio tienes. Un niño lo primero que pide a sus padres es que le cuente cuentos, que le cuente mentiras para dormirse. Y un escritor es alguien que se niega a dejar de escribir cuando se hace mayor. Es la esencia de escribir y lo que explica los personajes de mi novela”.

Julio Llamazares, en su casa del barrio de Chamberí. | MOEH ATITAR

 

FUENTE: EL PAÍS.