Venecia rinde homenaje al realismo mágico y los retratos psicológicos de Carpaccio

El cuadro ‘Dos damas’, de Vittore Carpaccio.

Sentadas en un balcón, dos nobles, aburridísimas, aguardan a que sus maridos regresen de una jornada de caza, en la laguna de Venecia. Visten al último grito de la moda del siglo XV: escote redondo con cintura muy alta, mangas ceñidas y zapatos de plataforma. Durante décadas se pensó que las protagonistas de Dos damas, de Vittore Carpaccio (1465–1526, Venecia) eran dos prostitutas o cortesanas de alto nivel, a la espera de sus amantes. “La obra más bella del mundo”, según el escritor y crítico de arte John Ruskin, suscitó uno de los acontecimientos más interesantes de la historia de la pintura renacentista. Junto con Caza en la laguna formaban una única obra, hasta que, a finales del XVIII, alguien la dividió en dos partes en circunstancias dignas de una novela policíaca.

Es posible admirarlas juntas —hasta el 18 de junio—, tal y como las había concebido Carpaccio, en la retrospectiva Vittore Carpaccio. Pinturas y dibujos, en el Palacio Ducal de Venecia, joya absoluta de la arquitectura gótica. Organizada por la Fundación Museos Cívicos de Venecia y la National Gallery of Art de Washington, la exposición reúne 70 obras del artista, entre las cuales figuran 42 pinturas y 28 dibujos del maestro renacentista. Gracias a la descripción aguda, de testimonio ocular de Carpaccio, la muestra constituye un viaje extraordinario a la vida cotidiana y sagrada de la Venecia del siglo XV, cuando la ciudad era un centro cultural grandioso, cosmopolita, con calles repletas de mercantes provenientes de toda Europa y de Medio Oriente.

‘Caza en la laguna’ de Vittore Carpaccio (1460-1526).

Una de sus mayores obras maestras, Dos damas —de apenas 94,5 centímetros por 63,5—, salió del taller del artista hacia 1492-1494. Por muchos años se desconoce su paradero, hasta que en 1830 emerge en la colección del noble veneciano Teodoro Correr, que, tras su muerte, dona su rico patrimonio a la ciudad de Venecia. Por su parte, Caza en la laguna inmortaliza la pesca y la presa de pájaros. Hay siete pequeños barcos, cada uno con cuatro pasajeros: nobles y remeros africanos. La laguna es un manto de agua plácida. Al fondo, las Dolomitas y una pequeña isla con tres chozas. El cuadro, como se suele decir en Italia, tiene ruedas: terminada la Segunda Guerra Mundial, la pintura aparece en la vitrina de un anticuario romano. Más adelante, sale clandestinamente del Bel paese, para caer en las manos de un coleccionista suizo; desde 1972 es propiedad del Getty Museum de Los Ángeles.

El enigma se resuelve entre 1991–1992, cuando ambas pinturas fueron restauradas por separado. Andrea Bellieni, comisario de la exposición y director del Museo Correr, resume las conclusiones del equipo que intervino en la restauración: “Observe este lirio. Las dos escenas están unidas por él: el tallo alargado que sale del florero, apoyado en el parapeto, pertenece al mismo lirio blanco, solitario, que aparece en la escena de caza. Además, el fondo del balcón de Dos damas es el mismo que el de la laguna”.

Queda por resolver por qué la cabeza del perro de cacería, a los pies de la mujer mayor de Dos damas, ha sido violentamente decapitada. Recientes estudios, prosigue Bellieni, indican que ambos cuadros formaban parte de una puerta plegable que conducía a un espacio íntimo; pero no hay pistas de las dos piezas restantes que la componían. Más allá de la historia rocambolesca, Bellieni destaca la capacidad de Carpaccio para crear el estado psicológico que aflige tanto a la fémina joven como a la mayor. “Capta con gran sensibilidad y extraordinaria imaginación la mirada misteriosa de ambas mujeres, esa indefinida e indescifrable dirección de sus ojos, entre la soledad y el hastío. Es de una modernidad impactante”.

La reconstrucción de ‘Dos damas’ junto con la ‘Caza en la laguna’ de Vittore Carpaccio.

Estupendo narrador

Esta obra es solo una entre los innumerables ejemplos de la capacidad narrativa de Carpaccio, testimonio fidedigno de la historia y de las costumbres venecianas de su tiempo. El artista, como muchos venecianos de su época, era lector asiduo de crónicas de viajes omnipresentes en una ciudad de mercantes. El ojo de los locales, como el del creador, se había acostumbrado a distinguir los materiales, los colores y hasta la calidad de los hábitos, las condiciones sociales, los gestos, así como también las expresiones de ricos y pobres. Y la arquitectura, cómo no.

Así que el agudo espíritu de observación del autor de conjuntos narrativos como el Ciclo de la vida de Santa Úrsula se traduce en un realismo mágico, lleno de anécdotas, convenciéndonos de que sus historias sagradas, ambientadas en Venecia ocurrieron tal y como él las imaginó. “Carpaccio es un pintor-escenógrafo al que todos sentimos cerca. No tiene filtros. Exprime sentimientos, con una sencillez absoluta. Giovanni Bellini, su maestro, es profundísimo, pero apático; sentimos lejanas sus Madonas”, considera Bellieni. El comisario se detiene delante de una de las Madonas más hermosas de la historia del arte, aquí expuestas: Virgen con en el Niño y San Juan, conservada en el Museo Stadel de Fráncfort. Es lo más parecido a una escena íntima de una madre y su hijo en un ambiente doméstico de una familia rica veneciana. El Niño no aparece desnudo, como sugiere la tradición, más bien lleva una túnica, coquetos zapatos rojos, una gorra, un collar y un brazalete de coral, mientras sostiene un libro diminuto en sus manos. Durante muchos años se pensó que el cuadro era falso, hasta que en 2003, una restauración sacó a la luz la firma del autor, que en sí misma trasmite siempre un mensaje: escribe su nombre, como para subrayar su legitimidad, y no de sus ayudantes. Firma en latín, como “Victorius Carpathius, Venetia, Opus” (obra de Vittore Carpaccio de Venecia). Su apellido fue traducido a Carpaccio después de su muerte.

El cuadro ‘Virgen con en el Niño y San Juan’ de Vittore Carpaccio

En una Venecia en la cual se abrían paso artistas de la talla de Tiziano Vecellio o Jacopo Tintoretto, la pintura de Carpaccio, poco a poco, fue perdiendo interés. Por eso, no era el centro de una antológica en su ciudad natal desde 1963. Cabe entonces preguntar a Gabriella Belli, promotora de la exposición y exdirectora de la Fundación Museos Cívicos de Venecia, ¿por qué han pasado seis décadas para homenajear a un pintor tan importante? “El estilo visual tan detallado de Carpaccio, con el tiempo, dejó de ser el epicentro de la crítica internacional. Ha triunfado una línea modernista, la pintura del movimiento, de la energía, dos características que resultan muy familiares al arte contemporáneo”, sostiene. Sin embargo, continúa, ha llegado la hora de leer su pintura con otros ojos: “La simplicidad de Carpaccio, sus escenas con pocas luces y sombras, sin profundidad de campo, crean situaciones sicológicas, suspendidas en el espacio y en el tiempo. Sus pinturas están llenas de significados metafísicos. Sin duda es un artista muy moderno. Por otra parte, era necesario releer la evolución de su obra desde el punto de vista histórico-crítico”.

El hombre que mejor contó la vida de Venecia en el siglo XV, hijo de un mercante de pieles y de cueros, murió con apenas 60 años. Sus dos hijos continuaron copiando las obras del padre, pero sin mucha fortuna.

FUENTE: EL PAÍS.