Una declaración de amor por la poesía
De niño solía entrar en la noche de los clósets. En su denso follaje de alambre y algodón desaparecía: escuchaba, espiaba, evocaba, meditaba, escudriñaba. Torre, nuez, cápsula, matriz, laboratorio del ser y la despersonalización, el clóset fue el nicho donde forjé la visión interior, la soledad, la imaginación, la memoria profunda, el oído atento de la poesía.
Leídas, dichas, escritas, oídas, las palabras despertaron siempre mi asombro. Experimenté con ellas desde las primeras letras. En el jardín infantil Normandía acortaba y alargaba los renglones de las planas creando efectos geométricos y tipográficos. Al jugar con las palabras asimilaba su cadencia, resonancia y sentidos. Las paladeaba y descomponía, les quitaba las vocales, les quitaba las consonantes, agrupaba y pronunciaba mentalmente sus letras por pares y tríos. Eso explica que años después, cuando Luz Nelcy Acosta me mostró una foto del almacén de su familia el día en que velaban a su padre, la ausencia de las letras que habían caído del letrero me fascinó, al punto de encontrar ahí un poema y el título de mi primer libro.
‘ALMAC N AC STA’ se publicó en 1993, fruto del proceso de escritura mientras estudiaba cuatro semestres de filosofía y ocho de literatura en la Universidad Nacional. En julio de 1999 apareció ‘El coraz´n portátil’, que junto con ‘AY-YA’ (1997) son los libros que escribí durante la década que viví y morí en Medellín. En 2003 volví a Bogotá con los primeros textos de ‘Árbol talado’, laureado en España en 2009. Luego, en 2013, gracias a que en Colombia, Brasil y Venezuela hallé amor, no tuve que matarlo, sino exaltarlo en ‘LI poemas para Li’.
‘Envío vers.o.s.’, el volumen que tiene en sus manos el lector, contiene íntegros esos cinco libros. Es un sucinto pentateuco, mi antiguo testamento, la raíz de cinco y obra que aquí re-uno. Veinticinco años después de publicado ‘ALMAC N AC STA’, ante el hecho incontestable de que mis ‘vers.o.s.’ no están en las librerías, con la complicidad de Alexandra Quintero, Luz Eugenia Sierra y Óscar Pinto me di a la tarea de releerme, reescribirme y reeditarme. Cada letra, fonema, imagen, secuencia, título y espacio pasaron por el láser de mi detector de mierda, que es como Hemingway llamaba al sentido autocrítico. Pocos poemas quedaron indemnes, terminé no excluyendo ninguno pero sí retoqué, afiné, depuré. Por momentos siento haber extremado el uso del instrumento (la palabra, la voz, el verbo, el verso).
Si entrar al clóset fue la vía para iniciarme en los misterios del ser, la oscura página en blanco se convirtió luego en el modo de salir del clóset, de revelar lo sondeado e intuido. Desde entonces, a eso me dedico: entro y salgo del clóset, escribo y envío ‘vers.o.s.’ como mastines, estandartes, líneas rectas, grillos. Como piezas de un rompecabezas que no termino. Todos ellos un mismo renglón, sostén y sombra día tras día, notas de idilio y exilio, tazas humeantes, electrocardiogramas, taquigrafía que a duras penas descifro, carta sin tregua para quien soy después de olvidos.
Paso a paso, letra a letra, deshielo contra viento y marea, del edén al desdén y viceversa.
De la sima del silencio al mar nuestro de la lengua.
FUENTE: El Tiempo