Breve historia del libro del General Uribe sobre el conflicto armado que tildaron de «pecado»
Terminada la Guerra de los Mil Días, de la que había sido protagonista como general en las filas liberales, y ya dedicado a la actividad parlamentaria, Rafael Uribe Uribe escribió un libro sobre el conflicto armado colombiano que fue calificado como «pecado mortal».
En 1912, dos años antes de su trágico asesinato en las escalinatas del Congreso, Uribe publicó De cómo el liberalismo político colombiano no es pecado, con una intención que queda clara en el primer capítulo.
Mi punto de vista, mi preocupación constante, que no me permite una hora de descanso y tregua, es la suerte de los liberales de las aldeas y de los campos
Sabía que el conflicto armado colombiano exponía a los campesinos de su partido a la muerte porque allí, lejos de las ciudades, estaban desprotegidos, y porque la sentencia de un sacerdote español de apellido Sardá, que había sonado cuatro décadas atrás, se había convertido en el argumento de los curas y del partido conservador para atacar la libertad de pensamiento y enseñanza que defendía su movimiento. En defensa de la monarquía española y de la religión católica, Sardá pregonó en 1876 que “el liberalismo era pecado”.
En el prólogo de una edición del libro publicada por Planeta hace 25 años, el historiador Juan Camilo Rodríguez Gómez destaca que para la Iglesia y sus aliados en los gobiernos conservadores de la época, la frase y algunas encíclicas se adaptaban plenamente a sus objetivos en contra de la doctrina liberal. Rafael Uribe cuestionó en su ensayo esas posturas.
… si en absoluto y sin distinción alguna está condenado cuanto pueda llamarse liberalismo, en absoluto y sin distinción alguna está condenado cuanto puede llamarse progresismo y civilización, y entonces están en lo cierto quienes acusan a la Iglesia de enemiga del progreso y de la civilización, con todos los adelantos que los constituyen; y entonces resultan justos los motes de oscurantistas y de retrógrados que les aplican a los católicos…
Concluye Uribe que las diferencias entre liberales y conservadores están lejos de ser religiosas y solo competen a la esfera del concepto de Estado, al principio de autoridad y a las libertades públicas.
El líder liberal cuestionaba el hecho de que el partido y la Iglesia hicieran creer que ser liberal era lo mismo que ser anticatólico. Su libro era un mensaje sobre la violencia que encarnaba esa tesis. Era un clamor para parar el desangre.
El arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera, proscribió y condenó el libro “por la gracia de Dios y de la Santa Sede”, al considerar que su contenido acarreaba “peligro de perversión”. Dice textualmente el decreto que la obra no fue sometida a censura eclesiástica y que “ningún católico, de cualquier estado o condición que sea, le es lícito leer, tener, vender, propagar o defender de cualquier manera dicha publicación…”. Luego llegaron la condena del Vaticano y la inclusión del texto en el Índice de Libros Prohibidos.
El historiador Rodríguez Gómez alude a los hechos que distanciaron a la Iglesia del liberalismo en Colombia: expulsan a los jesuitas, eliminan privilegios de los sacerdotes, establecen la libertad de cultos, separan la Iglesia del Estado, toman medidas económicas que afectan el poder de la curia y muchas cosas más.
Con el retorno de los conservadores al poder, llegó de nuevo la bendición para la Iglesia. Con la Constitución de 1886 se consagra la religión católica como credo nacional y un año después se firma el concordato con la Santa Sede.