Café y lectura contra la desconsideración o el insulto

Le gusta la vida. Padeció lo más brutal de la Transición de la que vienen su experiencia y su tiempo. Como alcaldesa le dio a Madrid adjetivos, sobre la belleza o la esperanza, una balsa en el Retiro. Ya ella no está. A la ciudad le han querido quitar su sello. Ella no tiene rencor, tiene lecturas. Cuando estaba a punto de ser alcaldesa, presentó su libro Por qué las cosas pueden ser diferentes. Reflexiones de una jueza (Clave Intelectual, 2014). Los que advienen al gobierno de la ciudad le han desorganizado hasta la fachada del Ayuntamiento.

¡Qué se le va a hacer! Leer, por ejemplo. Lee lo insólito. Le hizo bien leer Mis maestros y otros educadores, de Federico Rubio y Galí, que no es sólo una calle que desemboca en las casas de Caballero Bonald o Francisco Brines. Los libros viejos la motivan, la hacen disfrutar. Y ese es el verbo, disfrutar, que se dibuja cuando descubre a “ese médico innovador y uno de los más importantes cirujanos” de la historia de la Medicina, hijo de analfabeta que no supo leer ni escribir porque en el siglo XIX “era peligroso que las niñas aprendieran”.

Esa madre de Federico Rubio aprendió a leer fijándose en cómo se recitaba el Padrenuestro. Y la primera clienta de la abogada Manuela, antes de la matanza de Atocha, fue una chica de Jaén, comunista, que aprendió a escribir, gracias a lo que ponían las latas de Nescafé, en la Cárcel de Mujeres. La madre de Carmena tenía en la casa, para las que venían a servir, este cartel: “Nadie que pase por esta casa se va a ir sin saber leer y escribir”.

A ella la puso a leer Heidi, de Johanna Spyri, “cuando aún no existían los dibujos japoneses…».  «Me hizo pensar en aquel queso caliente de la fondue. ¡Tuve la sensación de que los libros olían! Era maravilloso: las nieves, la cama de paja, las mantas”.

Tolstoi, Thomas Mann, Mauriac o Somerset Maugham le enseñaron que la vida iba en serio. “Y Concha Espina y Pardo Bazán y don Benito… Pero las novelas me han dejado de entusiasmar”. La poesía, “el ensayo reposado”, la historia son ahora su alimento. Habla de la sustancia de leer y parece degustar sabores, frutos amargos… En ese libro (Por qué las cosas pueden ser diferentes…) hay muchas zonas en las que Manuela se refiere a la maldad. En el tribunal percibió “la grave enfermedad biológica del psicópata, la expresión de la maldad pura. Una persona dispuesta a hacer todo el daño que sea necesario, para destruir la vida del otro para hacerle sufrir sin atisbo de arrepentimiento”.

Cuenta en apólogos: “Porque quiero trasladar recetas, por ejemplo de la felicidad… Te pueden pasar desgracias horrorosas, pero la mayor parte de los ciudadanos tenemos una vida en la que el tanto por ciento de las situaciones adversas es el razonable. Pero ves a cantidad de gente infeliz, que no está preparada para la felicidad. Cuando éramos muy jóvenes y empezaban los desengaños conocimos el dolor tan inmenso que producía el desamor. Desde la experiencia puedes aconsejar. Y me da placer aprender, racionalizar, plantear alternativas al dolor, porque es como señalar caminos de felicidad”.

La vía es poner el rencor “en la carpeta de los malos recuerdos”. Por ejemplo, en el Ayuntamiento… “Me insultaban en los plenos, sobre todo el actual alcalde, tan desconsiderado conmigo. Te hace daño, claro, pero hay que pasar página de inmediato. Una persona que se comporta así no vale la pena, no puede producir sufrimiento porque hay que entender que es una utilización coyuntural del insulto, una manera de hacer política cainita, sin sustrato ético. Lo terrible es que la política ha dejado de ser ética”.

En Por qué las cosas pueden ser diferentes… advierte contra la venganza. Y ahora dice: “Intentar conocer a la persona es como el antídoto de la venganza”. Ella se ha reunido con personas que la han insultado. “Y a Cayetana Álvarez de Toledo, que ha dicho cosas tan desagradables sobre mí, si hubiera seguido en el Ayuntamiento, la hubiera invitado un día a tomar un café para que yo la conociera y para que me conociera ella. Cuando la gente se conoce la agresividad disminuye”.

En los tiempos que han hecho de su frente un surco de disgustos a Manuela Carmena le vino bien la poesía. Ángela Figuera. Alfonsina Storni. De esta, “los versos de un pajarito que me han emocionado mucho. El verso te libera tanto, te abre tanto espacio para vivir”. Lleva el reloj adelantado. Ahora no tiene prisa, pero ahí está el reloj, recordándole que la vida es el tiempo que nos queda por leer para que las cosas resulten diferentes.

FUENTE: EL PAÍS