Cuentos para escapar del encierro: Servicio a domicilio
¿Sí?”, contesta el citófono.
“Buenas noches… traigo el domicilio para la señora Camila González”.
“Sí, es para acá. Pero le devuelvo el ‘señora’. Me faltan unos años para eso”.
“Ah, disculpe”.
“Ya le abro”, oprime un botón, “¿listo?”
“Sí, ya está abierto”.
“Deje la pizza en el corredor, yo bajo ahora por ella”.
“Se le va a enfriar. Si quiere, la subo”.
“Tranquilo. Bajo en un rato”.
“Son solo dos pisos, la puedo subir. O de pronto alguien se la lleva. ¿No hay portero?”
“Aquí somos nuestros propios porteros”.
“No me cuesta nada dejarle la comida en su apartamento”
“Le agradezco, no es necesario”.
“La pizza fría no es buena… Recalentada, peor”.
“Señor, ¿usted cómo se llama?”
“Róbinson…”
“Róbinson, estamos en cuarentena. No debemos tener contacto con otras personas, ¿o se le olvidó? Está prohibido”.
“Lo sé. Pero puedo subir la comida, toco la puerta, la dejo y me voy. No nos encontramos”.
“¿Tiene tapabocas?”
“Sí, claro”.
“Le siento la voz muy clarita. Parece que no tuviera nada”.
“Me lo he quitado para hablarle”.
“¡Ja! Deje la pizza en el corredor. Yo ya pagué con mi tarjeta en la aplicación”.
“Solo quiero ayudar”.
“Gracias…”
“¿Alguien más de su casa puede bajar por el domicilio?”
“Vivo sola. Si viviera con alguien, no hubiera pedido una pizza personal.”
“Grosera…”
“¡Qué le importa! ¡A usted qué le importa! Deje la pizza y váyase.”“…”“…”
“Doña Camila, ¿está llorando?”
“…”
“Tranquila…”
“Estos han sido días difíciles… Y su insistencia no ayuda mucho”.
“Yo entiendo, no hay problema. Tampoco quería ponerla así. Voy a dejar la pizza en el corredor, entonces”.
“Terminé con mi novio”.
“…”
“Dice que ya no me quiere, este tiempo distanciados le mostró lo que sentía realmente por mí. Es un pendejo de mierda”.
“Uy”
“Seguro tiene otra. A lo mejor está con la solapada esa de Teresa… Venía cayéndole hace rato”.
“No creo que hagan mucho a distancia”.
“Existe el sexo virtual, Róbinson”.
“Yo sé. Solo quiero ayudar”.
“Cinco años de relación y me sale con estas… Y ahí debajo de los calzones de la mamá, como siempre”.
“¿Vive con ella?”
“Lo cogió la cuarentena allá. Quién sabe qué le diría la vieja frígida. Esa señora me odia”.
“Uy. Ja, ja, ja”.
“¿De qué se ríe?”
“Pues, como trata usted a su suegra”.
“Ya no es mi suegra. Y mejor, me salvé de vivir con esa familia de locos”.
“Bueno, ahí le voy a dejar la pizza”.
“Se están tirando toda la herencia que el papá les dejó. La mamá no sale de los salones de belleza cada semana. Debe estar más fea que de costumbre, con todo cerrado por estos días. Está al natural, viéndose la cara de bruja, tal como es”.
“…”
“El hermano mayor es peor. Mauricio, se llama. Ese anda con cuanta vieja se le atraviese y les gasta sin reparo. Antonio seguro le va a seguir los pasos; o si no, apenas pueda invitará a Teresa a todo lo que esta vividora le pida”.
“No se atormente más. Seguro conseguirá otro tipo. Tiene una voz muy bonita, así debe ser usted físicamente”.
“¿Me está coqueteando?”
“No. Solo quiero ayudar”.
“Necesitaba hablar con alguien. Ya estoy cansada de tanta virtualidad”.
“Déjeme le subo la pizza”.
“Que no, Róbinson. No insista”.
“No me demoro. Así la acompaño un rato”.
“Usted lo que quiere es mirarme a ver si soy bonita como mi voz. Además, no tiene tapabocas. El virus le entró ya”.
“Sí tengo tapabocas”. “Pero se lo quitó para hablarme, eso es lo mismo”.
“Así me entiende mejor”.
“¿Sabe qué es lo peor? El muy cretino me propuso matrimonio antes de que todo esto pasara. Me pintó bombitas y florecitas. Hasta definimos fecha y todo”.
“Muy difícil, señorita. La entiendo”.
“¡Se va a casar con Teresa! Estoy segura, esa vieja lo va a exprimir todo”.
“Eso usted no lo sabe, solo lo supone”.
“Conozco a esa vieja porque estudiamos juntas en la universidad, y desde esa época le tenía ganas a Antonio. Ella le insistía a él más que usted a mí para subirme la pizza. Ahora debe estar aprovechándose de toda esta situación”.
“No imagine esas cosas…”.
“Y el papá de esa marrullera es igual, un lagarto dedicado a lamerle las suelas a los candidatos políticos y a los alcaldes para conseguir puesto. En la universidad tenía fama de interesada. Solo se le acercaba a los que tenían plata”.
“Doña Camila, debería escucharse…”.
“No estoy para escucharme. Quiero que me escuchen. Usted va a escucharme”.
“Mejor tranquilícese y cómase la pizza”.
“Cuando quiera su opinión se la pido”.
“¿Sabe qué, señora? Aquí la frígida es otra…”.
“¡QUÉ!”
“Lo que oyó, usted es insoportable. Deje tanto rencor. Esa voz tan bonita hablando tan mal de la gente”.
“¡Quién se cree, imbécil!”
“Busque ayuda pa’ que le quiten ese mal genio”.
“No necesito ayuda, igualado. Solo quiero hablar”.
“Entonces hable con otro, vieja amargada”.
“Róbinson”.
“…”
“Róbinson”.
“…”
“Róbinson”.
“…”
“¡Róbinson!”
“Ahí le dejé la pizza en el corredor. Ya se le enfrió”.
“¿La probó o qué?”
“Casi…”.
“¡Asqueroso! ¿Qué hizo? Yo sentí un ruido raro”.
“…” “Voy a pedir otra pizza. No me voy a comer esa cochinada”.
“¿A esta hora? ¿En dónde?”
“Yo veré. No le importa”.
“Listo. Un gusto conversar con usted. Con razón su novio la dejó. Yo también hubiera hecho lo mismo”.
“Váyase”.
“Debe estar con Teresa…”.
“Lárguese, idiota”.
“…dándose cariñito virtual…”.
“¡Que se vaya!”
“…porque apenas puedan el cariñito va a ser real”.
“¡Cállese, cochino!”
“¡Esos dos van a ser muy felices!”
“¡CÁLLESE!”
“¡Baje y cálleme!”
“Voy a poner la queja en la aplicación. Lo voy a denunciar por acoso y por mal servicio”.
“Haga lo que se le dé la gana…”.
“Se va a quedar sin trabajo, Róbinson… ¡Oiga!… ¡Oiga!, ¿está ahí?… ¡Oiga!… ¡No me deje hablando sola!… ¡Oiga!… ¡Maldito, me colgó!”
La pizza la probó el pedazo de sol frío de la mañana que entró por el corredor.
JERÓNIMO GARCÍA RIAÑO