El cuento latinoamericano en busca de un nuevo lector
A menudo se espera que las antologías les sirvan a los lectores para descubrir nuevos textos y autores o, incluso, para evitar la fatiga de ser quienes deban leer todos los textos de un autor para seleccionar “los más logrados”. Pero no siempre se espera que, con la selección de cada pieza, las antologías tengan una intención que vaya más allá del afán enciclopédico y acumulador. Sabemos por el investigador mexicano Daniel Zavala Medina que cuando Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo armaron su célebre Antología de la literatura fantástica, no solo reunieron los textos que les parecían “mejores”, como dice Bioy en el prólogo de 1940, sino que esta selección, en su conjunto, representa un gesto crítico ante el realismo de algunos contemporáneos suyos en Argentina. Justamente, las antologías que merezcan tal nombre —y pienso que así debería ocurrir con las sesiones que componen un curso universitario o los destinos que se escogen en un itinerario de viaje— tendrán al menos dos caras dependiendo de quién las mire: la de Ariadna, que socorre a su lector con un hilo que le impide perderse, y la del minotauro del cuento de Borges, Asterión, cuya faz terrible no asusta al invitado que quiere verdaderamente jugar con él, mientras recorren una casa llena de sorpresas alegremente dispuestas de acuerdo con la agudeza de su residente.
Para el lector que quiera seguir el hilo de Ariadna, la Antología de cuento latinoamericano, de Diana Diaconu y Alejandro Alba García (Bogotá: Panamericana, 2021), permite hacer una lectura diacrónica del cuento como un género que ha sido practicado ampliamente en Latinoamérica desde el siglo pasado hasta hoy, a partir de la consideración de dos tipos de poéticas: la moderna y la contemporánea. De esta manera, esta antología da cuenta de la vida de un género en constante cambio, a partir de propuestas literarias singulares y paradigmáticas, como las de Horacio Quiroga, Gabriel García Márquez, Juan Villoro o Evelio Rosero, entre otros escritores, con las que, además, se plantea un campo de fuerzas en tensión, de poéticas singulares que responden con igual intensidad a los problemas de la modernidad o la contemporaneidad latinoamericana. Al indagar en este motivo, que Diaconu explicita en su estudio introductorio, el lector comprende que la consideración de estos dos momentos no obedece a un criterio cronológico, sino a la constatación de que, en este último siglo y cuarto, diversos escritores le han dado al cuento un objeto estético que en cierta medida responde o bien al paradigma moderno, es decir, a que se encarne en la forma la intensidad de la vida, que no es ni su simulacro ni su copia, sino el destino genuino de alguien; o bien, al paradigma actual de consagrar en el fuego del texto un momento oceánico, un acontecimiento capaz de partir en dos la existencia de cualquiera: la experiencia. O, quizás, a ambos al mismo tiempo, como sucede con La señal, el cuento que Diaconu y Alba seleccionaron de la escritora mexicana Inés Arredondo (1928-1989), que da título a su primer libro publicado por Era en 1965 y que, finalmente, funciona como un pivote entre las poéticas modernas y contemporáneas planteadas en esta Antología de cuento latinoamericano: un límite móvil entre El hombre, de Juan Rulfo, y Capax en Salamina, de Albalucía Ángel. Permítanme, por favor, detenerme en La señal para explicar algunos logros de esta antología, así como de su idea de cuento.