El interminable éxito de «Patria»: la novela de Fernando Aramburu salta al cómic
Ni el más optimista de los editores se habría aventurado a predecir un éxito tan fulgurante como el de «Patria» (Tusquets). La novela de Fernando Aramburu se publicó en septiembre de 2016 y, desde entonces, el fenómeno alrededor de esa historia sobre nuestro pasado más reciente y doloroso no ha parado de crecer. Primero, vino la crítica, entusiasmada con un libro que, por fin, ponía los puntos sobre las difíciles íes del relato del terrorismo etarra en nuestro país. Poco después, llegó la respuesta de los lectores, que se tradujo en ventas que llevábamos años sin ver en España. Algo más tarde, pero no mucho, empezaron a sucederse las traducciones, con ediciones en tantos países que a estas alturas es difícil seguir la cuenta. Luego, los premios: los nacionales de Narrativa y de la Crítica, el Euskadi de Literatura…
Su adaptación a serie de televisión, con la sabia mano de Aitor Gabilondo detrás del proyecto y el apoyo de HBO (iba a estrenarse el pasado 17 de mayo, pero el coronavirus obligó a posponer, sin fecha, su llegada a la pequeña pantalla), fue la confirmación de que, con «Patria», Aramburu había logrado el sueño de todo escritor: su ficción había trascendido la realidad. Y eso, en una sociedad tan poco porosa culturalmente hablando como la nuestra, es un mérito al alcance de muy pocos. A la espera de que, pandemia mediante, Juan Carlos Pérez de la Fuente pueda llevar el libro a las tablas tras haberse hecho con sus derechos, el último episodio de tan exitoso recorrido es su salto al cómic. En unos días, saldrá del confinamiento –tenía que haber aparecido en mayo– la novela gráfica de «Patria», obra del dibujante Toni Fejzula (Belgrado, 1980).
La historia del proyecto tiene mucho más que ver con la causalidad que con la casualidad. A finales de 2017, Fejzula, que vive en Barcelona, ciudad a la que llegó cuando tenía trece años, se puso en contacto con David Hernando, editor de Planeta Cómics, a través de un amigo común. «Fui a visitarles simplemente para ver lo que hacían», explica, al otro lado del teléfono. Para él, con una sólida trayectoria en el género tanto en Europa como en Estados Unidos, era, por tanto, una primera toma de contacto. De ahí que su sorpresa fuera enorme, para bien, cuando, de repente, sin haber digerido que, en realidad, estaba en una reunión formal de trabajo, le pusieron sobre la mesa la posibilidad de adaptar «Patria». «¡Yo había leído la novela justo unas tres semanas antes de que me lo encargaran!», cuenta el dibujante, con entusiasmo, regocijándose en lo hermoso que es el azar cuando se alía con el destino. Sin pensárselo demasiado, pese a la extensión de la novela (648 páginas, todo un Everest), aceptó el reto.
Una vez que Hernando tuvo su sí, le propuso su nombre a Tusquets y ellos, a su vez, le trasladaron la propuesta a Aramburu. «Tusquets aceptó hacer la adaptación y le envió portafolios de lo que yo había hecho antes a Fernando Aramburu. Al día siguiente, aceptó. No sé en qué se basó, honestamente, yo no sé cómo fue, nunca lo hablé con él, no sé por qué aceptó con tanta facilidad que lo hiciera yo», cuenta, sincero, el dibujante. A partir de ese momento, Aramburu le dio «libertad total». «Que me dejaran tanta libertad para hacer lo que yo quería me permitió hacerlo mejor. La pieza clave es la libertad. El mismo respeto que ellos han tenido conmigo yo lo he tenido con Fernando y con la obra en sí. En ningún instante noté ninguna presión ni ningún requerimiento estilístico: haz esto de esta forma o de la otra. Al ver lo que yo había hecho previamente, él se hizo una idea de que yo sería capaz de resolverlo satisfactoriamente», argumenta Fejzula.
Durante el año y nueve meses que el dibujante invirtió en el trabajo, tuvo el «contacto mínimo» con Aramburu. Ha sido ahora, coincidiendo con la llegada de la novela gráfica a las librerías españolas, cuando han hablado algo más, y por Twitter. De hecho, el escritor publicó un tuit, el pasado 27 de mayo, contando que acaba de recibir un ejemplar de la obra en su casa de Hannover (Alemania) y le trasladó sus felicitaciones: «Gran trabajo. Mi más cordial enhorabuena». «Me consta que su alegría es real –asegura Fejzula–. Me gustaría tener más contacto con él, charlar más en profundidad, pero ya llegará, con el tiempo».
Lenguaje
El dibujante, entre cuyos referentes figuran genios de la talla de Gino Battaglia o Alan Moore, nunca había tratado un drama dentro de sus tebeos y, consciente de que la serie ya estaba en marcha, trató de encontrar algo que sólo pudiera aportar el cómic. Y se dio de bruces con la emoción. «Yo no buscaba un resultado realista, sino emoción, porque la novela es una sucesión de estados emocionales. Y el lenguaje de la novela gráfica es único para hacer algo así, el tratamiento cromático, gráfico, de lo emocional. Hice una especie de guión técnico, pero el proceso de hacer las páginas fue como un collage. Buscaba la amplitud del estilo, la mejor forma de recrear esa emoción, y para eso investigué técnicas, jugué con colores, textura… Fue como resolver un puzle, y la verdad es que me divertí mogollón».
Aunque «todo el trabajo fue un placer», Fejzula reconoce que lo más difícil de la adaptación, «el mayor reto», fueron los saltos temporales de la narración de Aramburu, cómo pasar de una época a otra, de página a página, sin que el lector se pierda. «Obviamente, pasas dificultades en la toma de decisiones, todo el proceso de adaptación es complejo, pero no puedo decir que me haya costado, que haya sufrido. Me sorprendo, porque siendo la primera vez que hacía algo tan grande, me he sentido muy cómodo, y eso es mérito de la novela. Yo creo que debe ser el efecto atrayente de las palabras de Fernando, que te hace querer reconstruir una realidad», remata el dibujante.