Erik el Belga, el ladrón que pasó de largo de El Greco
Erik el Belga se paseó por la geografía española durante casi dos décadas robando iglesias, catedrales y monasterios. Pero también museos como la Biblioteca Museo Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú, uno de los más antiguos de Cataluña. El centro contaba con una importante colección de pintura barroca procedente de varios depósitos realizados por el Museo del Prado desde 1882, pero también obras de pintores catalanes de finales del siglo XIX, como Santiago Rusiñol o Ramón Casas. Las habían donado directamente en 1889 a Víctor Balaguer, político -fue ministro en cuatro gobiernos, de Fomento y Ultramar- y hombre de letras, además de destacado masón, por el prestigio que tenía su centro inaugurado en 1884, que mandó construir con forma de templo clásico coronado por una cúpula y con dos alas simétricas destinadas a biblioteca y museo, para mostrar su colección de libros, arte y material etnográfico.
La noche del viernes 30 de enero de 1981 Erik el Belga y una o dos personas más saltaron la verja del jardín por uno de los laterales menos transitados y expuestos del edificio. La empresa no tuvo que ser fácil, porque si bien Erik el Belga sabía que no había medidas de seguridad, tipo alarma, porque antes de perpetrar su delito había visitado el lugar, también conocía que el vigilante dormía en el piso de arriba y, mucho más importante, el edificio estaba (y está) al lado del cuartel de la Guardia Civil y de la estación de tren, y por lo tanto era un lugar con cierto tráfico de gente.
Con la ayuda de una enorme escalera, oculta entre la vegetación, accedieron al edificio por una de las ventanas de la biblioteca. Una vez dentro, pasearon por la galería del piso superior y bajaron hasta el suelo por la escalera de una de las esquinas. Aquí se encontraron con la enorme puerta de madera cerrada. Reventaron la cerradura y para conseguir que la puerta no se cerrara colocaron un volumen de Le Antichità di Ercolano Esposte del siglo XVIII, según contaba Oriol Pi de Cabanyes, que fue director de ese museo tras el robo. Para acceder a las obras de arte tuvieron que forzar también la puerta del ala derecha. Tenían práctica, porque en marzo de 1980 en el robo que perpetraron en la catedral de Tarragona reventaron hasta cinco puertas para llevarse su botín.
Una vez dentro sacaron un cúter y cortaron de sus bastidores las obras que querían llevarse. Tras unas horas recortando y enrollando lienzos, volvieron sobre sus pasos y bajaron por la escalera que habían subido. En total se llevaron 52 pinturas: ocho del Prado, nueve del depósito de 1953 del Ayuntamiento de Barcelona y 35 pinturas del fondo del museo firmadas por pintores como Joaquín Vayreda, Santiago Rusiñol, Marià Fortuny, Ramon Casas y Antonio Caba, entre otros. El resto, hasta la setentena, fueron piezas de las colecciones egipcias, como amuletos ushebtis y orientales, como un barco de marfil chino. Todo valorado en 601.000 euros.
Pero sorprendió que entre las 52 obras no estuviera la más valiosa de todas, con permiso de Nesi, la momia de un niño de cinco años, que quizá pensó era demasiado frágil o difícil de vender: La Anunciación, de El Greco, que estaba allí desde 1882, dos años antes de abrirse al público el edificio. “Josep Maria Xarrié comentaba que bajo la obra había un termohigrógrafo y posiblemente pensó que era un dispositivo de seguridad y por temor a que la operación fuera un fracaso, no lo tocaron; pero es solo una hipótesis”, explican Mireia Rosich, directora del Víctor Balaguer, y Mónica Álvarez, técnica del museo, en la sala donde se produjo el robo hace casi 40 años.
Quizá, pudo ser también que Erik el Belga pasara de largo y no la viera, ya que la obra estaba colocada en una sala aislada. “Analizando el robo es fácil deducir que fue un encargo y que no solo vino a por las piezas del Prado”, continúan. Y puntualizan: “No fue una negligencia, las escasas medidas de seguridad eran lo normal en ese momento”. Y es verdad: en 1988, en la Fundación Joan Miró tres ladrones robaron seis obras del pintor entrando por una ventana aprovechando que la perra del guarda, un conductor jubilado, acababa de parir y estaba atada con una cadena.
Al día siguiente el conserje y la directora del centro de Vilanova i la Geltrú, Teresa Basora, se llevaron el susto de sus vidas cuando vieron los marcos colgando en las paredes sin las telas, por mucho que no se hubieran llevado el greco. El museo cerró como medida cautelar y se dio parte a las autoridades y al Prado, que rápidamente decretó el levantamiento del depósito alegando falta de seguridad. La orden no fue bien recibida por los responsables del museo (Ayuntamiento y Patronato), que se negaron a entregarlas cuando llegaron en marzo los camiones para llevárselas a Madrid. Incluso mandaron un telegrama al rey Juan Carlos para que intercediera. Pero el Ministerio aseguró que de insistir en su actitud recurriría a la vía judicial.
Hasta que se resolvió el contencioso las obras se depositaron en el Archivo de la Corona de Aragón y la cámara acorazada del Banco de España de plaza de Catalunya. Las obras viajaron por fin a Madrid en agosto y septiembre de 1981, según han podido documentar Rosich y Álvarez en La presencia del Prado. Episodios de una historia (Lectio/Lectio). De ese fondo solo se salvó el Dos de Mayo, de Sorolla, por sus 3,87 por 5,60 metros, unas medidas que lo convierten en un seguro a prueba de robos.
El museo no volvió a abrir hasta el 30 de octubre de 1982, después de que el Ayuntamiento y la Generalitat lo dotaran de nuevas medidas de seguridad. Antes, en febrero de ese año, fue detenido en Sitges Erik el Belga junto a otro ciudadano belga, un anticuario español y dos alemanes en Benidorm con los que había sacado del país el resultado de sus expolios rumbo a Bélgica, Holanda y Alemania. En estos dos últimos países se localizaron, en guardamuebles, las pinturas robadas en Vilanova.
Pero solo las obras de Vilanova volvieron al Víctor Balaguer, las del Prado fueron directamente a Madrid. En 1986 el Prado renovó su presencia en el centro enviando 41 obras de los siglos XVI al XVIII, aunque entre ellas no estaba la obra del Greco. “Pero es una muy buena representación de las escuelas del Barroco española, flamenca e italiana”, reivindica Rosich, mientras señala las heridas de las obras que fueron violentadas, como un paisaje de Rusiñol o el bello retrato que Antoni Caba hizo de su mujer. Pueden verse en las salas del museo, que recibió el año pasado 18.000 visitantes.
Desde el Víctor Balaguer se ha pedido en varias ocasiones el regreso de La Anunciación, como en 1984, para celebrar el centenario del museo, y en 1992, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. La obra se puede ver en la sala donde están las mejoras pinturas que El Greco tiene en El Prado, dando cuenta de su nivel.
A Erik el Belga, que falleció el 19 de junio, le gustaba hablar de sus robos. Lo comprobó el historiador Jordi Campillo, que contactó con el ladrón en septiembre de 2004 para entrevistarlo para su tesis doctoral sobre patrimonio expoliado en el Pirineo. “Fue una de las experiencias más sorprendentes que he vivido”, explica Campillo pasados los años. Tras aceptar ser entrevistado lo invitó a él y al restaurador Ramon Canal a visitarlo en Málaga. “Al principio nos examinó, porque decía estar harto de policías y periodistas que lo querían engañar, pero luego se relajó. Cuando le pedí permiso para grabar me dijo que si lo hacía me contaría lo que a todo el mundo. Y no lo hicimos.
Durante toda la tarde estuvo hablando sin parar y nosotros sin poder tomar notas. Luego nos invitó a su casa, donde nos enseñó tres volúmenes encuadernados con fichas donde documentaba, con notas y fotos, los lugares que había visitado diciéndonos: ‘Así estaba vuestro patrimonio; mirad cómo estaba todo. Yo era un ladrón, de acuerdo, pero también un comerciante que compró el 80% del patrimonio que pasó por mis manos”, explica Campillo. Erik el Belga les dijo que las compras siempre las hizo con el beneplácito de curas y las autoridades eclesiásticas. “En un momento dado se levantó y cogió la guía de arte español de la Exposición Internacional de 1929 y la puso sobre la mesa diciendo: ‘El 50% de las obras que aparecen aquí han desaparecido. Este ha sido el catálogo para muchos robos”.
La entrevista se alargó durante diez horas, con cena incluida donde no dejó de hablar, beber y fumar. Al llegar al hotel, Campillo y su compañero estuvieron el resto de la noche escribiéndolo todo. Del robo de Vilanova les contó que pasó algo que les hizo contener la respiración: “Apareció un hombre paseando al perro, pasó por debajo pero no se percató de que estábamos subidos en la escalera de seis metros a punto de entrar”. Si los hubiera visto la historia podría haber sido otra. De La Anunciación ni una sola palabra.