“Escribir en Barranquilla” de Ramón Illán Bacca.
ESCRIBIR EN BARRANQUILLA
“TODO NO VALE NADA SI EL RESTO VALE MENOS”
Por: Miguel Iriarte
Bacca, Ramón Illán, ESCRIBIR EN BARRANQUILLA,
Ediciones Uninorte, 1998, 283 Págs.
Este libro editado por la Universidad del Norte de Barranquilla, institución en la queeste autor costeño es profesor desde hace muchos años, ofrece a todos sus lectores la estupenda oportunidad de leer de “corrido”, y como conversando con el propio Ramón, páginas llenas de variadas e interesantes referencias literarias y/o de muchas otras tantas referencias, acerca de lo que ha sido la ciudad desde el punto de vista de la literatura.
Este es ante todo un libro que revela la condición creativa de un extraordinario conversador; de un escritor que ha fundamentado su estilo personal en el expediente de la palabra hablada, más allá de todo coloquialismo vulgar. Más aún, allí en esa virtud del libro radica no sólo el placer de su lectura sino de la experiencia misma de conocer a Ramón. No en vano en la ciudad, amigos o no, siempre se han disputado el honor de sentarse a solamente hablar con el “abate Illán”, cuando no se trata de estudiantes y catedráticos aventureros de universidades francesas o alemanas que llegan un día a Barranquilla, como salidos de una novela de Conrad, preguntando por el inconseguible profesor Bacca, para sumarle a sus tesis algunos datos importantes producto de su peculiar punto de vista, o de esa manera personal de interpretar la historia.
Comoquiera que es un libro enmarcado precisamente en la indagación literaria de la historia, en este caso con énfasis en la historia minimal, la microhistoria, la anecdótica, práctica intelectual en la que es experto Ramón Illán, la obra constituye un sensible aporte a ese ejercicio de relectura de la ciudad y de la región, que se ha venido dando en los últimos diez o doce años por parte de una importante comunidad de investigadores desde el punto de vista de la sociología, la antropología, la economía, la historia y la política. Hacía falta, desde luego, la perspectiva de la literatura para ir redondeando un cuadro crítico distinto de lo que ha sido el acontecer cultural de Barranquilla. Son ochenta años de la historia de la ciudad vistos desde la experiencia literaria, matizados y enriquecidos por el particularísimo filtro cultural de este autor que, como es ya una marca de su estilo personal, en sus crónicas, cuentos y novelas dispara siempre una descarga informacional que no se inhibe en la aportación de datos, y que está siempre controlada por un talante desmitificador y zurdo que va poniendo poco a poco las cosas en su sitio. Un ejemplo de eso mismo puede ser lo que el propio Bacca escribe en el Proemio de “Escribir en Barranquilla”: “No es este ni un libro de historia de la literatura, ni de crítica literaria, como tampoco un texto didáctico. No se hallará, pues, aquí un estudio completo ni de la poesía, ni de la novela, ni del teatro, ni del ensayo entre nosotros, sino, descartado todo lo anterior, lo que resta”.
Desde luego que sí, pero no. En este caso el libro es la consolidación de ese estilo. Es la oportunidad de mirar en un solo croquis textual las crónicas que hemos ido conociendo publicadas en diferentes medios periodísticos en los últimos doce años. Desde la publicación de “Crónicas casi históricas”, cuyo título revela una conciencia autocrática de su abordaje, o de igual manera la mirada oblicua y el sesgo humorístico de su documental “Lo que pasó en el 48”, Ramón Illán sentó las bases de lo que constituye una aproximación crítica muy original e irreverente de lo que los otros estudiosos afectan con una pretendida visión trascendental de lo histórico. Así, con trabajos como los anteriormente mencionados, sus memorables “Carnet” de Ribal, que publicaba en el suplemento del Diario El Caribe, y un poco menos en sus actuales columnas de El Tiempo Caribe, Bacca nos ha ido acostumbrando a encontrar en las cosas que escribe un guiño deliciosamente culto, un chisme de exquisita malditidad, un comentario de extraordinaria agudeza y sensibilidad, y casi siempre una visión inteligente y fresca, desacralizada, de todo lo que su estrabismo (que le viene de Stravinsky) puede aportar al propósito de esa mirada diferente. Con esos elementos conceptuales en función de su condición profesional de anti-héroe perfectamente asumido, este escritor nacido en Santa Marta y residente en Barranquilla por casi treinta años, es quien más ha sabido aprovechar las ventajas del “mamagallismo” integrándolo sabiamente en un modelo literario cuyos resultados son mucho más serios de lo que a algún enfermo de suma “gravedad” pudiera parecerle.
“Escribir en Barranquilla”, está compuesto entonces por cinco extensos ensayos, nueve crónicas cortas y una entrevista comentada, materiales de los cuales, según nota del editor, algunos, los que habían sido publicados, fueron revisados y corregidos por el autor para efectos de la edición. Los demás son inéditos. Aquí lo importante resulta ser la calidad de la experiencia de su lectura, como textos reunidos, como libro unitario, porque no obstante haber leído en su momento los textos ya publicados, encontrarlos en ese nuevo contexto, interpolados, reordenados e intertextualizados en un mismo volumen, se les redescubre con algo de nuevo que se le suma a su significación original.
El ensayo que encabeza el libro es el titulado “El modernismo en Barranquilla”, y fue publicado en 1993 en el No. 33 del boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Es un texto que pudiéramos subtitular Modernismo sin modernistas, porque la acuciosa pesquisa de Ramón Illán más que hallar pruebas irrefutables de literatura modernista propiamente dicha, le permite, en compensación, regalarnos una estupenda recreación contextual de la Barranquilla de aquellos años, rica en el más animado entrecruzamiento de viejas y nuevas luces que avisaban el tránsito de un siglo a otro en un “pueblón” que era la Barranquilla de la época, la de Abraham Zacarías López Penha, un poeta y novelista judío que se carteaba con José Asunción Silva y figuraba en la Enciclopedia Espasa Calpe como “el iniciador del movimiento modernista francés en América”, y la de otro barranquillero que intimaba por cartas con Rubén Darío. Además de un hecho histórico de verdadera trascendencia: el famoso naufragio de Silva en el vapor Amérique, en el que perdió casi toda su obra inédita, que ocurrió frente a las costas de Sabanilla, como quien dice, aquí mismo, a las puertas de esta ciudad.
El segundo ensayo es “El mundo de Cosme”, publicado inicialmente en el No. 30 de la Revista Huellas de la Universidad del Norte, en 1990, y constituye un merecidísimo ajuste de cuentas con la obra y la figura del maestro José Felix Fuenmayor, un gran animador del periodismo y la literatura en los años 20s y 30s, y a quien cierta crítica especializada ha considerado más tarde, al calor del boom, como una figura vanguardista en la literatura latinoamericana, imagen tutelar detrás del famoso Grupo de Barranquilla. En ese texto, como en todos los que componen el volumen de “Escribir en Barranquilla”, el autor despliega sus telones de época y con la magia del escenógrafo provee el más completo background de anotaciones sociológicas, políticas y culturales de quien fuera el personaje primordial en la literatura del viejo Fuenmayor: Cosme.
En los otros tres ensayos del libro, los titulados “Presencia de Voces”, “Las revistas literarias en Barranquilla” y “Aproximaciones a la Literatura del Carnaval”, Ramón Illán, ya con su método sistematizado, arma una sola corriente de conversaciones entre uno y otro texto, a pesar de haber sido escritos en momentos diferentes, pero en los que a los nuevos contenidos siempre se insertan intercambios de voces, personajes, circunstancias, libros y procesos, cosa que contribuye por lo tanto a darle ese carácter unitario que ya habíamos anunciado arriba.
En la estructura del libro, antes de llegar a las crónicas dedicadas a los personajes del Grupo de Barranquilla, hay cuatro crónicas que podríamos llamar de transición: la primera es una titulada: “Nadaísmo en Barranquilla”, publicada en el No. 699 de Intermedio del Diario del Caribe, en 1998, cuando el Nadaísmo cumplía treinta años. En general es un texto en el que se mira este movimiento de reojo y con cierto descreimiento más que crítico. Ramón Illán despacha el compromiso con un ”En Barranquilla el nadaísmo no era un círculo beligerante, como en Medellín o Cali. Parecía ser un pretexto para hacer unas cuantas fiestas muy movidas… así las cosas, rastrear la vida de ese movimiento en esta ciudad sólo es posible buscando sus expresiones literarias y pictóricas. Estas son también pobrísimas”.
Las otras tres crónicas de transición tienen que ver con lo que se leía en Barranquilla en tres momentos diferentes de su historia. Por una parte, está el texto titulado “Frente al estante alemán” que es un recorrido misterioso por la Biblioteca Departamental del Atlántico para satisfacer la extraña curiosidad de Illán Bacca de saber qué libros de autores alemanes se leían en Barranquilla en la década del 40. Una empresa sin duda digna de un personaje como él mismo. Cierran entonces estas cuatro crónicas los textos titulados “Qué se leía en Barranquilla” I y II, publicado el primero en 1987 y el segundo en 1997. La visión de ambos momentos es absolutamente desoladora y no queda de su lectura sino la sensación de un precario gusto literario y una terrible hojarasca de mala literatura.
Las últimas seis crónicas, salvo la de la escritora Marvel Luz Moreno, están relacionadas con Barranquilla y su grupo, y son sin duda retratos breves y entrañables, logrados a trazos rápidos pero seguros, de los personajes consabidos de esta cofradía. Hace falta aquí sin duda, un texto probablemente titulado “De cómo no conocí nunca a Gabriel García Márquez”, que algunos conocemos a pedazos, para completar al lado de Ramón Vinyes, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda y Bob Prieto, la nómina fundamental del Olimpo de la Cueva, como el mismo Ramón Illán la nombra en una crónica exquisita publicada en la Revista “viacuarenta”.
Reseña publicada inicialmente en la Gaceta de Mincultura en 1999.