Evelio Rosero escribió una casa en la que pasa de todo

Una conversación con el escritor sobre esta novela, una tragicomedia en la que se resume el país.

No hay que esperar mucho para que en “Casa de Furia” se desaten los nudos: Uriela está parada en el balcón y llega su tío Jesús, al que nadie está esperando ni está invitado a la celebración de aniversario que se realizará ese día. Alma Santacruz, la mamá de Uriela, anfitriona de la fiesta y su hermana, le tiene pánico. Mientras tanto, una de las hijas confiesa que está embarazada: es 1970, no está casada, el novio prometió contar en su familia al mismo tiempo, pero prefirió dormir. Y apenas es la tercera página y la fiesta ni siquiera ha empezado.

Cuando terminó de escribir, ¿cómo se sintió con el silencio que deja una novela como esta en la que pasan tantas cosas un una casa?

“Creo que al terminar padecí la misma incertidumbre de Uriela Caicedo, la única sobreviviente de la historia, al enfrentar su tragedia o su destino. Pero allí se quedó ella, con su incertidumbre, y yo me fui a continuar con mi vida”.

¿Qué familia lo inspiró a escribir la del libro, esa que casi resume el país?

“En mi propia familia, por supuesto, y en familias de amigos o conocidos. Todas las realidades literarias parten de la vida real, del país, del entorno social, cultural. De allí que la familia Caicedo, con todas sus vicisitudes a cuestas, pueda encarnar perfectamente al país donde vive”.

Cómo pueden confluir tantas cosas malas al mismo tiempo, las violencias, el arribismo, las venganzas, la hipocresía. ¿Esas cosas mueven, de alguna manera, el mundo?

“Por supuesto. En el mundo de un solo individuo caben todos los mundos. Cuántos mundos, entonces, en una familia, padre, madre, hijos, que son el epicentro de la sociedad. Hay tantas cosas malas al mismo tiempo porque nunca me propuse idealizar la realidad. Las cosas malas que usted enumera son el país, el entero país, por desgracia”.

Esta novela es un laberinto: pasan tantas cosas, hay más de 70 personajes que se cruzan… ¿Se perdió de pronto escribiendo?

“Me extravié muchas veces, claro. Pero de eso se trata la hechura de una novela. Y la terquedad lo salva a uno. Ahora bien, solo para dar una idea técnica, tenía anotados los nombres de cada personaje en un papelito (incluyendo los nombres de los animales), y el papelito estaba muy bien pegado en una de esas carteleras de corcho, frente a mi escritorio. No me olvidaba de ellos; y a medida que iban muriendo los personajes los papelitos iban desapareciendo hasta que solo quedamos Uriela Caicedo y yo”.

Los animales son importantes en su escritura.
Hay muchos gatos, por ejemplo, ¿por qué? ¿Qué animales acompañan a Evelio?

“Es cierto. Desde mi primera novela, ‘Mateo Solo’, hasta ‘Casa de Furia’, que es la décimo cuarta, siempre han aparecido los animales, sobre todo los gatos, que son, por ejemplo, los que le llevan el alimento al profesor Pasos de ‘Los Ejércitos’, y han aparecido los ratones, los pollos, el cóndor, los perros, en fin. En la casa de mis padres siempre hubo mascotas. Tuve un perro muy querido, era mi perro, y se llamaba Pinocho. Un día regresaba del colegio en bicicleta y me lo encontré muerto en la calle, atropellado. Fue duro. Ahora tengo una gata blanca que se llama Luna, y tiene un ojo azul y el otro verde. Es albina, es anacoreta, asocial, casi sociópata: se parece a alguien”.

La casa es más que un espacio donde pasan cosas, ¿podría considerarse un personaje? La casa es la ciudad, el país, el mundo… depende de la necesidad.

“Muy bello eso de que la casa pueda considerarse un personaje. En realidad así es. La casa ha sido siempre un personaje de mis novelas. Tengo un cuento corto titulado ‘Casa’ que termina diciendo: No han acabado de entender que todos son en realidad mis habitantes, que están dentro de mí como también yo estoy dentro de ellos, que yo soy algo vivo, y que a pesar de todas las vueltas que puedan dar por el mundo quizá nunca les sea posible abandonar mi tiranía para siempre, porque también yo estoy dentro de mí”.

La idea de esta novela empezó en las fiestas de su familia, ¿qué vio en ellas que terminó metido en una novela?

“Fueron muchas fiestas. En especial me afectaron las que ocurrieron durante mi infancia, en los carnavales de blancos y negros en Pasto. A la fiesta del carnaval, que ocurría en plena calle, se incorporaban las demás fiestas familiares. Era algo épico, para no olvidarse jamás”.

¿Puede una novela ser una versión de la “historia”?

“Por supuesto que es una versión, pero es una de las versiones más importantes, porque es la humana, la intrínseca, lo más íntimo de la historia. Hay que ver la versión que da ‘La Vorágine’ de ese segmento cruel de la historia de Colombia, la explotación de los indios en la selva, hasta la muerte. El tratamiento del historiador, por más enjundioso que sea, no deja de ser un registro yermo. Yo creo más en la guerra napoleónica que pinta Tolstoi en sus obras que en las áridas páginas de los historiadores. Me gustan más Walter Scott y Víctor Hugo en sus llamadas novelas históricas que lo que intentan enumerar y demostrar e imponer los historiadores, gente que por lo general toma partido por el poder y la sangre, por el general victorioso, se trate de Atila o Simón Bolívar. La novela aborda la condición humana de la época en la que profundiza. Es cierto que puede equivocarse, pero su resultado es importante, no se puede desdeñar”.

¿Cómo nos relacionamos los colombianos con la verdad?

“Mintiéndonos todos los días, en los noticieros, en los colegios, en los salones de belleza. Pero si entendemos la mentira como ‘otra creación’, como lo asume Oscar Wilde, podemos creer que los colombianos somos plenamente imaginativos. Bromas aparte, habría que pensar a qué tipo de verdad nos referimos. Fíjese que ahora se habla de la ‘post-verdad’, invento de presidentes y de políticos. Es difícil pensar que alguien diga la verdad a plenitud. Parece que la verdad, hoy en día, es como un dinosaurio: se sabe que existió. En las próximas elecciones presidenciales ya veremos cómo hieren a la verdad y la violan todos y cada uno de los candidatos. Allí veremos cómo nos relacionamos los colombianos con la verdad”

Por: Mónica Quintero Restrepo

FUENTE: EL COLOMBIANO