Gustavo Martín Garzo: ‘La maldad es el estado general del mundo’
A los 71 años tiene aún Gustavo Martín Garzo, vallisoletano, autor, entre muchos, de Elogio de la fragilidad, los ojos grandes, asombrados, del niño que fue cuando descubrió la belleza, asunto que trata en su último libro El árbol de los sueños, (Galaxia Gutenberg). La nueva novela es un homenaje a los cuentos y a Las mil y una noches. Martín Garzo llega en mangas de camisa, se sienta como si delante tuviera una película y no un entrevistador y se lanza a hablar con un entusiasmo que casi no necesita preguntas. Ante la petición de que cite un hecho concreto que le revelara la belleza, se lanza a la infancia, cuando su madre le parecía “el ser más bello del mundo”. Luego, dice, se sintió también “muy cautivado por los rostros, sobre todo de las mujeres, y por la belleza de los niños pequeños”, de sus hijos y nietos. “Siempre he pensado que la relación entre un adulto y un niño es probablemente la relación más misteriosa y llena de maravillas que puede existir”.
Pregunta. Y la fealdad y la maldad, ¿dónde las ha visto? En su libro no abundan.
Respuesta. Y sin embargo en él hay historias terribles. También hay un intento de mostrar la belleza que puede haber en la fealdad, incluso en lo que podemos entender por maldad. Es una belleza perturbadora porque no te lleva, como diría Platón, a lo bueno ni a la verdad, sino a otro lado completamente distinto. La belleza a veces va unida a situaciones complicadas, difíciles de definir. Y tiene que ver con el poder de cautivar, de hechizar.
P. ¿Dónde ve hoy esos vaivenes, belleza, fealdad o maldad?
R. La maldad es el estado general del mundo. Países sumidos en la desgracia completa, y muchas veces por pura arbitrariedad. También existe en muchos gestos cotidianos, de gente malhumorada, rebotada, que vive en permanente queja… Hay seres que son malvados, regímenes que son malvados y acciones que son malvadas y destructoras. Está bien recuperar ese término, que parece pertenecer al mundo de la religión y del pecado, para nombrar ciertos hechos que están sucediendo.
P. ¿Encuentra en este lugar donde vivimos maldad explícita?
R. Lo que noto, evidentemente, es un tiempo lleno de aspereza, de gran desazón. No sé si le va la palabra maldad… Hay casos en que sí, pero no es tan grande para describir lo que está sucediendo. Mira el caso de aquel chico al que, por ser homosexual, lo golpea una banda de animales. Por no hablar de las violaciones terribles. Todo eso está ahí, supongo que forma parte de nuestra propia naturaleza. Lo que tiene que ver con el clima político no lo llamaría maldad, aunque sea tan desagradable, preferiría la palabra estupidez. Casi da más pena que encontrarse con un verdadero malvado. Hay una falta de inteligencia en la política actual que es muy de lamentar.
P. Severo Sarduy, el escritor cubano, solía decir que alrededor sentía “una atmósfera sangrienta”.
R. No lo diría así, salvo que fuera una frase retórica para nombrar un tiempo con el que no estás de acuerdo. Vivimos una época terrible porque hay tantas injusticias, tanta pobreza, tanta miseria, que uno se pregunta si realmente las cosas no podrían ser de otra manera y si esta gente que hemos elegido para que nos represente está haciendo lo que debería hacer… Se ha producido una desconexión muy dolorosa entre lo que podemos llamar el común de los mortales y la gente que ha sido elegida para que nos represente. No sé exactamente dónde están los políticos. Están en un lugar que no es este.
P. En este libro cuenta lo que le va pasando por la cabeza.
R. El cuento siempre implica la expresión de un anhelo, el anhelo de estar en otro lugar, el de tener una vida que no sea exactamente la que tienes. Aunque estés satisfecho con ella, sientes que algo te falta. Esa búsqueda es el deseo, la sensación de que la vida está en otra parte. Esa es la vocación del relato, y de alguna forma el mundo hoy necesita más que nunca el relato. Es un mundo muy narcisista, muy apegado a la idea de la identidad, de la identidad sexual, de las naciones, de las identidades económicas… Sin embargo, el mundo del relato es el mundo de la heterogeneidad, un mundo abierto, el mundo de la aventura. Emilio Lledó lo llama el mundo como posibilidad. En el fondo nuestra vida va unida a la necesidad de contar. Siempre estamos contando cosas, tratamos de que nuestra vida se transforme en una historia que merezca la pena ser contada y, a la vez, necesitando las historias que nos cuentan los demás. Ese intercambio de historias es el juego esencial de la vida.
P. Dice en el prolegómeno del libro que haría falta una academia para contar el universo… ¿Cómo se ha atrevido con este libro?
R. Por pura inconsciencia. No es una cosa que me haya planteado conscientemente: “Y ahora voy a hacer la obra del siglo…”.
P. De los siglos es…
R. Sí. El sueño de Las mil y una noches es un proyecto muy antiguo. Mi admiración por ese libro surge de un recuerdo infantil. No fui muy lector, era más un niño de cine de barrio… Pero en mi casa andaba la antología de Antoniorrobles de Las mil y una noches… Me fascinaba un cuento al que le hago homenaje en la novela. Unos niños viven en un palacio donde creen tenerlo todo, hasta que llega un anciano que les habla de un lugar donde los pájaros hablan, los árboles cantan y las aguas son de oro. Y a partir de ahí los niños buscan con anhelo cubrir ese vacío. Otro cuento es aquel en el que una princesa se enamora de un viajero al que su padre no considera buena compañía y por eso la encierra en el palacio… Toda mi literatura procede primero de esa necesidad de preguntarme cómo llegar a los lugares que desconozco y de alcanzar ese cuerpo luminoso como el de las luciérnagas.
P. En El árbol de los sueños hay una madre que guía las historias. ¿Es un homenaje a la suya?
R. Sí. Está, por ejemplo, la ciudad de León, porque la familia de mi madre, leonesa, tenía allí un hotel donde una vez se alojó mi padre y se enamoró de aquella chica tan guapa que iba andando por las habitaciones… La figura de la madre es el acto fundacional de la literatura, es el momento en el que el niño se tiene que ir a la cama, y en ese momento oscuro y siniestro, cuando se le pide que se quede solo, quiere que el adulto le cuente una historia. El adulto, en mi vida y en mi tiempo, era la madre, el padre era el que estaba fuera, trabajando… En el libro todas las historias vienen de otras historias, y todas las he escuchado o me las he inventado o las he leído, pero todas tienen que ver con el deseo de que el amanecer te halle feliz, como quieren los niños.
P. Amanece, que no es poco.
R. Sí, sí, amanece que no es poco.