La curiosa historia de ‘la batalla por los huesos’ de James Joyce

El 13 de enero Irlanda recordó a su genial escritor, James Joyce, a propósito de haberse cumplido 80 años desde que murió, en Suiza, por una peritonitis agravada después de una cirugía, a los 58 años.

Se trata de uno de los escritores más celebrados y quizá menos leídos en su propio país. Esta es solo una muestra de la complicada relación de Joyce con su patria, de la que migró joven por motivos ideológicos.

El mítico escritor fue a aparar a Zúrich (Suiza), en donde, de hecho, descansan sus restos, por fin en paz, en una tumba junto a la de su esposa, Nora, y su hijo Giorgio.

Y se dice que están ‘por fin en paz’ porque, en los últimos años, varias iniciativas han hecho campaña para lograr que las autoridades suizas devuelvan su cuerpo a Dublín, esa ciudad con la que mantuvo un intenso vínculo de amor y odio, y a la que retrató en clásicos como Ulises, Retrato del artista adolescente, Finnegans Wake o Dublineses.

Entre esos esfuerzos, casi toma vuelo el de dos concejales del ayuntamiento de la capital irlandesa que en 2019 plantearon la posibilidad de “repatriar” a Joyce y a Nora a través de canales diplomáticos.

Paddy McCartan (democristiano) y Demot Lacy (laborista) llegaron a promover una moción en tal sentido, alegando que respondía a los últimos deseos expresados por el escritor y su esposa, quien falleció diez años después.

El guante lanzado por los ediles lo recogió el académico Fritz Senn, director de la Fundación James Joyce, que él mismo estableció en Zúrich hace más de 30 años.

La ‘batalla de los huesos’

Aunque ha reconocido en varias ocasiones que no está claro cuáles fueron los últimos deseos al respecto, Senn recuerda que el autor nunca quiso adquirir la nacionalidad irlandesa cuando se creó el Estado Libre Irlandés en 1922, tras la independencia del Reino Unido.

De hecho, Joyce (1882-1941) rechazó en dos ocasiones la oportunidad de obtener el pasaporte ‘verde’, según han confirmado sus biógrafos. Eso quiere decir que murió siendo británico, aunque se lo recuerde como irlandés.

Senn ha señalado que este asunto, que bautizó con humor como la “batalla de los huesos”, plantea otras dificultades.

Junto a las tumbas de Joyce, Nora y Giorgio también están enterrados en el cementerio de Friedhof Fluntern la segunda esposa de éste último; el hijo del escritor, Asta Osterwalder, quien, por supuesto, no tiene relación alguna con Irlanda.

“La ciudad está muy orgullosa de tener esta tumba. Es una reacción normal. Zúrich fue el último refugio de Joyce”, declaró Senn recientemente.

Desenlace surrealista

De momento, la “batalla de los huesos” la ganan los suizos, después de que los dos concejales hayan parado definitivamente la citada moción.

Lo que parecía ser una puja llena de tensión tiene un desenlace incluso amigable, que no se esperaba.

“Al final la hemos retirado porque se trató de un error por nuestra parte”, le explicó Dermot Lacy a Efe, en un giro de guion inesperado, surrealista y hasta cómico, propio del mismísimo Joyce en, por ejemplo, Finnegans Wake, una de las novelas más extrañas de la literatura universal.

“Alguien cercano a la familia” del escritor, prosigue, “nos llevó a creer” que “entre sus últimas voluntades” figuraba el deseo de regresar a Irlanda junto a Nora Barnacle, cosa que se veía un poco paradójica a las luces de las posiciones que tenía el escritor en vida.

“Después constatamos que no era así”, señala Lacy, y aclara que todo se trató de un truco o engaño.

“Una persona de nuestra circunscripción, que no voy a nombrar, se había puesto en contacto con nosotros para plantear la cuestión. Cuando presentamos el proyecto, esa misma persona nos criticó después públicamente y, tras obtener más información, lo dejamos”, expone el político.

Sea como fuera, “aún existe división al respecto”, pues diferentes expertos, precisa Lacy, “sostienen que fue Nora quien declaró que su marido quería ser enterrado aquí”, con sus parientes dublineses.

En ambientes culturales irlandeses se han criticado estos y otros intentos acometidos por las autoridades para reforzar (o forzar quizá) los lazos del escritor con Dublín, al considerarlos “oportunistas y mercantilistas”, según reflejó entonces un editorial del diario Irish Times.

Aunque, de cierta forma, es comprensible que desde Irlanda quisieran recuperar la memoria de un artista de su cuna cuando Joyce adquirió la prominencia que hoy tiene en el mundo de las letras universales.

Influencia para grandes autores como Borges o T. S. Eliot, el autor de Ulises se convirtió en uno de los escritores fundamentales del siglo XX y una referencia del tamaño de Shakespeare o William Blake para entender la literatura británica.
Ante tal recepción y el gran legado del autor, a quien la historiografía literaria ubica al lado de Kafka, Faulkner, Proust o Pessoa, Irlanda quiso recuperar a su genio.

Profeta lejos de su tierra

Pero la realidad es que Joyce mantuvo una relación compleja con su país, que abandonó muy joven en 1904 para instalarse en Trieste (Italia), en París y, finalmente, en Zúrich.

No siempre fue profeta en su tierra, pues su obra maestra, Ulises, publicada en 1922, no empezó a venderse libremente en las librerías del país hasta la década de los 60, debido a las trabas impuestas por las autoridades de aquella Irlanda controlada con mano de hierro por la Iglesia católica, que tachó el texto de “obsceno” y “antiirlandés”.

Un ensayo de Jessica Traynor, comisaria del Museo de la Inmigración Irlandesa, recuerda que Joyce “condenaba el pietismo y conservadurismo de la sociedad irlandesa”, así como su “nacionalismo ciego”.

En partes iguales, Joyce odió y amó a Dublín, ciudad con la que “mantuvo un compromiso espiritual y artístico” hasta “el final de su vida”, hasta el punto de que, cuando vivió en París –escribe Traynor–, “su pasatiempo favorito era buscar turistas” dublineses para que le “recordaran los nombres de tiendas y pubs” de sus calles favoritas.

Y es que su distancia con Irlanda se debía a una cuestión política, que no cultural o identitaria.

Gordon Bowker, autor de una biografía publicada en 2011, aporta más datos: “Lo que pasa con Joyce es que siempre amó la Dublín de su juventud, incluso cuando los británicos estaban al mando, y realmente nunca estuvo cómodo con la nueva Irlanda que emergió después”.

Joyce falleció el 13 de enero de 1941 en Zúrich tras sufrir una perforación ulcerosa duodenal. Los dos diplomáticos irlandeses radicados en Suiza no asistieron a su funeral. Tenían otro encargo.

El Ministerio de Exteriores les pidió que enviaran por cable “detalles de la muerte de Joyce” y, de ser posible, que averiguaran si “murió como católico”.

La identidad irlandesa en su obra: una paradoja literaria

James Joyce tenía una relación tensa con la ideología política que llevó a Irlanda a separarse de Inglaterra. Por ello partió muy joven de Dublín. La nueva Irlanda, católica y conservadora, distaba mucho del discurso anglicano predominante en el este de Gran Bretaña.

Esa lejanía de su patria provocó que, durante algún tiempo, se leyera poco y no se reconociera en su ciudad natal. Paradójicamente, Joyce amaba su ciudad y su cultura. Lo más contradictorio es que sus obras son las que retratan con más neutralidad, fidelidad y profundidad la identidad dublinesa de principios del siglo XX.

El mismo Leopold Bloom, protagonista de Ulises, recorre las calles de la capital irlandesa de una manera odiseica. En la compleja estructura de la novela, su obra maestra, están mencionados lugares específicos de la ciudad con los que el personaje se relaciona.

Hay también exploraciones identitarias en otras obras. Así sucede en Dublineses, una colección de 15 relatos que hacen cuadros naturalistas y cotidianos de ciertos sectores de la sociedad de la capital.

 

FUENTE: EL TIEMPO