‘La literatura es un gran sueño compartido’: Andrea Mejía
Hay una riqueza en la descripción de los detalles. ¿Esa capacidad de observación es algo innato o era un reto literario?
Tal vez sea mía. Pero no es algo que haga de manera consciente en la vida diaria. Como escritora, en cambio, siento que ese es mi trabajo, y lo he cultivado de manera muy consciente, casi obsesiva. Observar y obedecer, decía Kafka. ¿No es verdad? Siento que como escritora solo puedo agarrarme a lo visible, y que en la capacidad de precisión descriptiva de lo que podemos ver está en juego mi fidelidad a lo que no puede verse, a lo que no es sensible: el mundo interior, las emociones.
¿Qué tanto trabajó la primera voz de la protagonista?
La voz fue surgiendo y se fue transformando también a medida que la novela se iba dando y se iba escribiendo ella misma. Mi trabajo era oír esa voz y descartar todo lo que yo hubiera puesto en ella de manera arbitraria o superficial. Supongo que una de las cosas más difíciles al escribir una novela es dar con la voz.
La montaña es tan protagónica como Ana. ¿Cómo apareció ese lugar y qué siente que representa?
Yo vivo en la montaña. Para mí es un lugar muy real. Amo la naturaleza que me rodea e intento conocerla cada día. Aunque nada, creo, puede reemplazar la presencia real y plena de la naturaleza en nuestra vida, supongo que la montaña es también un lugar mental, simbólico. Es el lugar del retiro y del silencio. De la revelación a veces, y también de la ausencia de la revelación. Hace poco leí que hay pensamientos que solo surgen en la montaña y en el desierto. Bueno, eso tiene para mí mucho sentido. Para Ana, la montaña es el lugar en el que su soledad se profundiza hasta llegar a una especie de fractura que la obliga a volver a la vida, aterrada, pero también fortalecida, iluminada de alguna manera por el horror.
Y como contrapunto aparece la ciudad…
Para Ana, la vuelta a la ciudad es, sí, una confrontación con su vida. Para ella es mucho más difícil que para mí bajar a la ciudad. A mí me gustaba, cuando era posible, bajar y compartir mi vida con otros.
Qué reflexión hace de las relaciones hijas-padres, hermana-hermana, madre-hijos. ¿Es esta una de las columnas sobre las que se erige la historia?
No hay ninguna reflexión consciente a la base de esta novela. Creo que eso la hubiera echado a perder. Pero en ella sí está dada, creo, la intuición, o la experiencia, de que el amor filial (entre hermanas, entre madre e hija, el amor de Ana hacia sus padres muertos) es un amor tan fuerte que quema y duele, pero también que salva.
¿Podría decirse que otra de sus preocupaciones literarias es ‘el dolor del amor’?
Exactamente. Es una bella manera de expresarlo. El dolor del amor.
En la trama también está muy presente el sueño. La protagonista sueña de manera vívida y hasta los escribe…
Muy presente. Los sueños son, con la literatura, la principal fuente de mi escritura. De hecho, creo que la literatura es un gran sueño compartido. A través de los sueños siento que estoy en contacto con algo con lo que no podría estar yo, con mi pequeñez, en contacto. Nunca duermo sin tener una libreta de apuntes sobre mi mesa de noche.
Hay personajes secundarios entrañables, como Gonzalo, el vecino de la protagonista. ¿Cómo surgió él?
Gonzalo es mi vecino. Es una bella persona. No podía ser sino un personaje muy bello. Me da gusto por él, porque muchos lectores de la novela han querido a ese personaje. Quizá para Ana, Gonzalo es la posibilidad de la amistad: de un amor que acompaña desde una cierta distancia, sin doler, sin quemar.