‘La matanza infinita’, la novela sobre la eterna espiral de violencia
En esta novela de Jaime Moreno García, La matanza infinita, el tema de la violencia fratricida en Colombia vuelve a ser, tanto en la ficción como en la realidad, el santo y seña de una patria herida de muerte desde hace doscientos años y la temática reiterativa de los escritores de estos tiempos.
La aldea que Tolstoi aconsejaba recrear con mano maestra para volver universales sus duelos y quebrantos (porque la felicidad está confinada del diario vivir) surge de la imaginación del autor con el nombre de El Aserradero, en la población de Currucutí, y allí se repiten en cada párrafo y en cada capítulo, siempre como tragedia y con muy poco de comedia, los infinitos odios, injusticias, barbaries, antagonismos y codicias inhumanas entre quienes retienen abusivamente los bienes materiales, y hasta los espirituales, de una comunidad y los que luchan por obtener o recobrar sus pertenencias legítimas que les han sido arrebatadas desde generaciones anteriores.
Son la recurrencia y la recreación de los mismos con las mismas: del sátrapa local con su escudero, del loteador de paraísos y nirvanas, como llamaba Jorge Zalamea a los falsos curas, y que son equivalentes a los remotos tiranos de Roma, perseguidores de los valientes gladiadores que seguían a Espartaco; es la reinvención de los mediocres virreyezuelos hispanos y los heroicos comuneros del Socorro; de los soldados patriotas que fueron despojados de las tierras liberadas y de quienes se sublevaron decenas de veces hasta el alborear del siglo XX con la guerra de los Mil Días; los radicales contra los godos clericales, los cachiporros contra los chulavitas y los pájaros, y así sucesivamente, con uno y otro nombres, instalados con acierto en esta novela escrita en idioma crudo y descarnado por Jaime Moreno García.
La matanza infinita contiene todos los elementos con que la hemorragia fratricida de la Colombia contemporánea se entroniza en la realidad cotidiana: personajes que atacan, se defienden, amenazan, se vengan, asesinan a sangre fría, comulgan con la destrucción y la amargura, donde el diario vivir de los protagonistas se tiñe de manera permanente con la tinta sanguinolenta de las peores lacras mentales con las que construyen la razón de ser de sus existencias, de sol a sol.
El microcosmos de la novela de Jaime Moreno García, elaborada con estilo ágil y directo, está poblado por seres siniestros, en ambos bandos, criaturas abominables que parece que se jactaran de su ingenio para hacer más original su capacidad de maldad.
La novela es un sórdido tête à tête con la muerte, donde la pluma literaria de Moreno García traza un collage sin bordes ni esquinas lleno de especímenes sombríos, donde el cura desde el púlpito se burla de la igualdad que predican los socialistas y de esa manera insinuar las masacres; con genios de la crueldad y la bestialidad que manipulan a docenas de sicarios borrachos y drogados; y el sombrío desfile de los Astorquizas y los Abisambras, los Arroyaves y los Parrafinos, los Tresillos y los Pedropintos, los Pablos y los Enanos, las Adelaidas y las Berenices, las Mirlas, los Eustorgios y los Expeditos, entre otros, cuyas vidas desalmadas ocurren entre los paisajes más luctuosos de la tierra: hospitales tétricos, ataúdes con muertos falsos y reales, carros fantasmas con choferes del diablo, cofres mortuorios, hornos crematorios y mujeres malditas.
Esta novela es la luctuosa alegoría de un país turbulento y contradictorio. Las bárbaras batallas en la oscuridad de los campos y veredas, con golpes de Estado populares a manera de esperanza con un líder llamado Alfredo Sierra, liberal socialista, sumado al frenesí revolucionario dentro del pequeño mundo universitario de la capital, todo ello en la pluma cautivante, no exenta de ironía y humor negro, de Jaime Moreno García, prefigura acontecimientos que se desenvuelven en la actualidad como fruto de la arbitrariedad de los poderosos, con el abuso ante la inequidad social y la falsa legalidad: todo un torrente de infortunios que termina por derribar sueños y utopías, aunque no las esperanzas de que todo lo bueno para el pueblo “algún día será, algún día será…”.
Cuando llegamos al punto final de la novela, la inquietud es la siguiente: ¿La matanza infinita se constituirá en la novela para conocer y entender mejor a Colombia? El lector tiene la palabra.