La piratería de libros viaja por los móviles al abrigo del confinamiento
Una biblioteca enorme, perfecta para el encierro. Había novelas de viajes, ensayos de economía doméstica, o memorias de épocas peores. Libros para huir lejos, afrontar la realidad o cultivar la esperanza. Una lista larga, gratuita y directamente en el móvil: bastaba un clic para obtener obras como Los mares del sur, de Manuel Vázquez Montalbán; El ahorrador astuto, de Rafael Rubio; Un superviviente, de Moriz Scheyer, o los contenidos protegidos de los principales periódicos y revistas de España. Ningún creador lo había autorizado: los piratas decidían —y se lucraban— por ellos. De ahí que la aplicación de mensajería Telegram bloqueara el miércoles 122 canales, con 380.000 usuarios, donde se compartían contenidos. La compañía cumplía así con la solicitud que le envió a finales de abril Cedro, la entidad de gestión de los derechos de escritores y editores. No era la primera vez que sucedía. Ni, seguramente, la última.
“Los servicios de mensajería instantánea, como Telegram o WhatsApp, cada vez son más utilizados para distribuir y consumir copias piratas de contenidos literarios e informativos. Nunca habíamos acabado con la actividad ilícita de un número tan elevado de grupos”, reconoció Jorge Corrales, director general de Cedro, en un comunicado. Hace un año, la entidad pidió un bloqueo parecido: los canales de Telegram cerrados, sin embargo, fueron 13.
El último Observatorio de la Piratería (que encarga la Coalición de Creadores, un grupo de presión en defensa de la propiedad intelectual) estimaba que en 2018 un 22% de los consumidores usaba las aplicaciones como vehículo hacia contenidos descargados de manera ilegal, frente al 17% de 2017. En el caso de las redes sociales, el incremento fue mayor: del 10% al 21%.
El mundo cambia. La piratería también. Y el encierro, al parecer, favorece su más reciente evolución. Hace años, empezó compartiendo archivos entre usuarios, a través de canales como Torrent o Emule. Luego llegaron webs que almacenaban miles de obras, listas para la descarga no autorizada. El streaming permitió perfeccionar la trampa: el contenido pirata ya se veía online. La ley siempre andaba un paso por detrás, pero terminaba llegando. Así, cada vez que perdían un escondite, los bucaneros buscaban otra cueva más profunda donde ocultarse. “La tendencia hacia las aplicaciones y las redes sociales crece desde 2017. Y ha aumentado con la cuarentena”, explica Carlota Navarrete, directora general de la Coalición de Creadores.
Club de lectura ‘online’
Para los piratas, la nueva madriguera tiene múltiples ventajas. “Dificulta sobremanera las investigaciones debido al anonimato que confieren las redes sociales”, reconocía la Policía Nacional, tras una reciente operación contra una red que ofrecía cine y series con una aplicación de mensajería. Navarrete aclara el procedimiento habitual: el primer paso es adquirir una base de contactos o promover una iniciativa que invite al acceso, como un club de lectura online. Se trata de multiplicar el público y los registros. Cualquiera sabe que la acumulación y venta de datos es el gran negocio del siglo XXI. Su vía para lograrlo es robar obras —a veces les basta con descargarlas de una biblioteca pública— y llevarlas al móvil del usuario. Tanto que no cuesta encontrar, estos días, alguien que haya recibido libros en formato pdf en un grupo de WhatsApp. Todo mientras muchas librerías luchan por no cerrar.
Aunque, a la vez, el confinamiento ha multiplicado también el consumo legal de cultura online. Y, desde luego, el sector se lo ha puesto difícil a los piratas: una oleada de contenidos gratuitos ha invadido las casas de toda España. El acceso a videojuegos bate récords, las plataformas audiovisuales se frotan las manos y la propia lectura ha crecido: los que la disfrutan semanalmente han pasado del 50% al 54% de los mayores de 18 años, según un reciente estudio que la Federación de Gremios de Editores encargó a la empresa Conecta Research & Consulting. Su secretario, Antonio María Ávila, explica que la compra en la Red de libros analógicos, para recibirlos a domicilio, también ha aumentado, aunque queda lejos de compensar la caída de ventas por el cierre de las librerías. El tiempo diario dedicado a la lectura, además, ha subido de 47 a 71 minutos. Imposible, eso sí, saber qué parte del incremento se debe a obras no autorizadas. Al fin y al cabo, según el Observatorio de la Piratería, el 52% no sabe distinguir las páginas lícitas de las ilegales. Puede que algún encuestado mienta. O que ahí, precisamente, esté parte de la solución.