Pedro Zarraluki: “Me pareció divertido encerrar a dos generaciones en un hotelito y ver qué pasaba”
Pedro Zarraluki (Barcelona, 66 años) ha reaparecido en el panorama literario con La curva del olvido (Destino), una historia sobre el conflicto generacional enmarcado en el verano de 1968 en Ibiza. Llevaba 10 años alejado de la novela (la anterior fue Un encargo difícil) y ocho del cuento (el último libro de relatos, Te espero dentro). “Pasa que la vida es muy rápida y yo soy muy lento escribiendo”, se justifica, con toda la tranquilidad del mundo, en una mesa de su Café Salambó, en el corazón de Gràcia, rodeado de un puñado de periodistas.
La idea que estimuló a Zarraluki fue la siguiente: encerrar en un hotelito, casi cochambroso, a dos generaciones. Por un lado, dos amigos camino de los 60 años (uno, divorciado; el otro, viudo); por el otro, las hijas de cada uno de ellos (una pragmática, extrovertida; la otra, tímida, etérea). Y ver qué les sucede a unos y a otras. “Me pareció divertido y recordé el título de un artículo que leí no sé dónde, La curva del olvido, precisamente, que hablaba de que cada recuerdo tiene su propia curva del olvido…”
“Para los padres, la vida solo puede ir a peor”, sostiene el escritor. “En la lotería de dolores a la que debía enfrentarse cada mañana le había tocado aquel día la cadera”, escribe, por ejemplo, de uno de los protagonistas, que en otro momento de la novela piensa “que los hijos llevan mal que sus padres disfruten de los placeres (…) como si eso fuera algo desagradable de contemplar”. Es mejor, para ellos, mirar al pasado, reflejado en forma de flash-backs que ayudan a entender ciertas desavenencias, esas que siempre se tienen entre amigos de confianza.
“Para las niñas, de 19 y 20 años, la vida mira al futuro, claro”, dice Zarraluki. “Y se encuentran ante un tremendo vacío: tienen la necesidad de elegir demasiado pronto su futuro y se enfrentan a una perspectiva distinta a la nuestra. Los que miramos hacia atrás tuvimos un relativo bienestar: yo tuve un pisazo en el Eixample y podía pagarlo con los cuatro duros que ganaba. Ahora el problema del acceso a la vivienda o al trabajo es escandaloso”.
La curva del olvido empezó a armarse antes de la pandemia, pero los dos meses de confinamiento extremo le sentaron de perlas: “¡Cada día me iba a Ibiza! Fue maravilloso…”, comenta, entre risas. Él, que se “mediocrió” en aquella isla y, por tanto, la conoce bien, ha querido trasladarse a “aquel verano apasionante”, en el que todavía había ecos del mayo de París, de la primavera de Praga o de la independencia de Guinea, y hippies extranjeros aliñaban el paisaje.
Zarraluki confía en que el lector empatice con los personajes. “Quizás sea la novela en la que me lo he pasado mejor, en la que más a gusto he estado con los personajes”, revela el autor. “Lo que tiene la novela y no tiene el cuento es que vas conociendo a tus personajes poco a poco”, explica. “Es como entrar en una fiesta en la que no conoces a nadie: empiezas a observar a la gente, a hablar con ellos, y los vas conociendo”. Esta forma de enfrentar la novela es exigente porque alarga el proceso de escritura: “Conforme avanzo voy conociendo a los protagonistas y me doy cuenta de que, al principio, no los conocía bien, así que vuelvo atrás a corregir cosas de los primeros capítulos. Es un proceso largo, pero agradable”. De hecho, la novela la arrancó hasta cinco veces de manera diferente.
Lo que tiene la novela y no tiene el cuento es que vas conociendo a tus personajes poco a poco
Este descubrimiento de los personajes lo disfruta Zarraluki también con los secundarios, que ayudan a entender la obra. “Tengo claro desde el principio que los protagonistas son los cuatro que llegan a la isla, pero allí se encuentran a personas que también aportan a la novela”. Se refiere a la propietaria del hotelito, arisca y antipática, pero buena persona; al camarero, con su Bultaco, que lucha por ser cartero; a un alemán idealista… “Además, me sirven para dar un toque de humor, algo que considero imprescindible”, apunta.
No hay nada de autobiográfico en la novela. En todo caso detalles, como circular por la isla en un Dos Caballos, coche con el que el autor cuenta que recorrió Marruecos de joven; las fichas para hablar por teléfono, que él, claro, utilizó mil veces (“hay que ir con cuidado con la ambientación en el pasado: a veces se me escapa poner a un personaje a hablar por el móvil”); o a lo mejor también hay algo de esa atmósfera “absolutamente asilvestrada de su vida en Ibiza, de pequeño”, de aquellos meses de verano que acababan, ya en Barcelona, con la orden paterna de que tocaba ponerse los zapatos.
Con algún guiño a los maestros (está orgulloso de la referencia a Últimas tardes con Teresa, de Marsé, que decide leer una de las chicas), Zarraluki asegura que su evolución como novelista lo lleva hacia un estilo muy sencillo: “Intento hacer una prosa clara”, dice, a la que llega después de documentarse mucho: “Lo complicado va por dentro”, añade. Se seguirá complicando la vida porque asegura que ya ha dado con un par de ideas estimulantes para su próxima obra, que será otra novela (no regresa al cuento, por ahora) y no tardará otra década.