Petros Márkaris: “Las noticias falsas son consecuencia de la realidad falsa que vivimos”
Jaritos, el comisario griego al que Petros Márkaris ha hecho famoso protagonista de la novela negra mediterránea, se implica tanto en los casos sobre los que investiga que, con relación a los asesinatos de empresarios “hipócritas” que machacaron a los pobres de su país, en la última novela de la serie dice que él hubiera hecho lo mismo que los peculiares terroristas.
La novela, La hora de los hipócritas, acaba de ser publicada por Tusquets y está llena de sabores que otros autores mediterráneos, como Manuel Vázquez Montalbán y Andrea Camilleri, acuñaron como señales de su literatura de investigación y denuncia. En esta nueva novela de Márkaris (Estambul, 83 años), el nacimiento del primer nieto de Jaritos se mezcla con la aparición de los escalofriantes hechos que debe investigar. Las sucesivas celebraciones del nacimiento y de otras fiestas familiares, regadas con vino tinto y sabrosas combinaciones gastronómicas, se confunden con las vicisitudes de las investigaciones, en las que Jaritos recurre a antiguos amigos que fueron parte de la izquierda ateniense.
Es, pues, un paisaje humano a cuyo carácter no es ajeno el autor de esas novelas, en las que ya es imposible imaginar que Márkaris no sea también, en el fondo de su alma, el propio comisario. Por teléfono, desde Atenas, habló para EL PAÍS.
Pregunta. ¿Se parece usted a Jaritos?
Respuesta. No, no me parezco a Jaritos y somos muy diferentes en cuanto a nuestra historia familiar. Lo que sí compartimos Jaritos y yo es nuestra visión de Atenas. Él mantiene la misma distancia irónica a la hora de mirar la ciudad. A veces, mi hija me dice: “Estoy harta de oír tus chistes sobre los demás y encima me los encuentro en tus novelas en boca de Jaritos”.
P. Pero sí se parecen usted y sus novelas a Atenas…
R. Es cierto. Nací armenio. Me crie en Estambul. Vine a Atenas en 1964. En ese tiempo Grecia era un país muy pobre. Pero la gente de Atenas era muy amable, muy simpática, y reflexioné entonces sobre la suerte que tuve de venir a vivir a Atenas. A partir de ese día, jamás me arrepentí de haberme quedado y de tener mi hogar en Atenas… La primera virtud de esta ciudad es su gente. Los atenienses son muy abiertos, puedes hablar fácilmente con ellos y no cuesta nada hacer amigos. La segunda virtud es que Atenas resulta ser una ciudad muy acogedora gracias a su clima. Luce el sol, puedes salir a pasear. Y la noche es estupenda. Ahora no es así enteramente, por culpa de la pandemia, pero en condiciones normales Atenas es una ciudad muy abierta. Alguna vez he comentado que Atenas son dos ciudades, la Atenas diurna y la nocturna. De noche es aún más abierta y amistosa. Lo digo como alguien que tiene por costumbre dar largos paseos por la ciudad, con tiempo para sentarse con amigos.
P. Usted habla en este y otros libros de las heridas morales y económicas que ha sufrido Europa, en especial los países del sur. ¿Esto afecta también al estado de ánimo, al sentido del humor de los griegos?
R. En todos los años que ha durado la crisis, sin duda que les han afectado esas heridas de los recortes en su estado de ánimo. Durante el periodo 2010-2017 los griegos estuvieron muy desanimados. Se sintieron muy decepcionados, viviendo a medio camino entre la desesperación y la rabia. Esto afectó de manera decisiva al modo de vida, a cómo la gente pensaba y se comportaba con otros. Ahora, en cambio, con el coronavirus, ya eso no ocurre. Ahora, en este tiempo tan tremendo, los griegos mantienen su mentalidad abierta, su gusto por hacer chistes. El sentido del humor no es igual al que hubo cuando la crisis.
P. En esta novela hay vidas cruzándose: la del nacimiento del nieto del comisario, que se llama Lambros, como un izquierdista amigo de Jaritos, y la vida amenazada de los que son acusados, y como hipócritas que llenaron de sufrimiento al pueblo griego… Parece como si el descendiente de Jaritos representara la llegada de una Grecia nueva…
R. Le voy a contar algo que digo cuando hablo con alemanes, italianos o franceses. Cuando me dispongo a expresar mis ideas ante ellos, les digo: “Lo que les voy a contar es algo que solo entienden los españoles, porque ellos pasaron por una guerra civil, igual que los griegos”. Y lo que trato de explicar es que un izquierdista como Lambros es amigo del comisario Jaritos, pero estuvo en el bando enemigo durante la guerra civil y una vez terminada esta. Y tal vez por el hecho de no nacer en Grecia y de criarme fuera, yo sabía todo acerca de la guerra civil, no a partir de mi experiencia personal sino a través de la literatura. Esto me ayudó a ver que, incluso entre enemigos, puede surgir la amistad, puede haber reconciliación. Así fue como fui construyendo la amistad entre el comisario Jaritos y Lambros, y fue algo de lo que estoy contento. También me alegra el hecho de que los griegos lo aceptasen, que viesen que era algo que podía ocurrir… Por eso el nieto se llama Lambros.
Incluso entre los enemigos puede surgir la amistad
P. Dice usted que muchas veces escribe por rabia. Aquí comparte su rabia con el policía, que llega a decir que él también ve motivos para matar a los hipócritas.
R. Muy a menudo escucho a mis lectores preguntarme: “¿Por qué sus asesinos son gente tan maja?” Mi respuesta es que la pregunta crucial que me hago al escribir no es quién es el asesino sino por qué. ¿Por qué este hombre acaba matando? Y la razón de que ese hombre se convierta en asesino es la desesperación ante los problemas sociales y los problemas políticos. Eso es lo que trato de contar en mis novelas. No es algo que haya que subestimar. La forma en que estamos viviendo ahora puede llevar a mucha gente a la desesperación, a sobrepasar sus límites. Una vez que alguien cruza ese umbral, ni usted ni yo sabemos de lo que es capaz.
P. Los peculiares terroristas (desempleados o jubilados rabiosos) que protagonizan el libro actúan contra los que ellos llaman hipócritas, que en definitiva causan la desgracia de viejos y de pobres y, en general, de la clase media. Los viejos y los pobres han sido los más azotados ahora por el virus.
R. Me he estado leyendo las obras de Karl Marx. Marx siempre hablaba del proletariado como el sector más pobre de la sociedad. Ahora, por obra y gracia de la revolución tecnológica, el proletariado tal como lo conocíamos ha desaparecido y hoy su lugar lo ocupa la clase media.
P. ¿Usted dónde sitúa la hipocresía en la sociedad de hoy?
R. Siempre digo lo mismo: a todos nos da muchísima rabia este asunto de las fake news, las noticias falsas. Pero las noticias falsas son el resultado de una realidad falsa en la que vivimos, en parte. Y la hipocresía es la fuerza motriz de esta falsa realidad… Déjeme que le cuente otro aspecto de esta hipocresía, que tiene que ver con el desempleo: hoy día, si alguien trabaja y recibe un salario mensual de 50 euros, si se me permite la exageración, se considera que está trabajando. Sí. Está trabajando, pero con 50, 100 o 300 euros no llega ni para pagar el alquiler. Está trabajando, luego tiene empleo… Eso es hipocresía.
P. Mientras escribía, ¿sentía rabia, simplemente buscaba una historia?
R. Estaba escribiendo la novela, y poco a poco me iba enrabietando ante la promesa de nuevas inversiones y la llegada de nuevos empleos, y veía que había gente trabajando diez horas diarias para ganar 400 euros al mes. Para mí esto es hipocresía. Eso me cabrea un montón.
P. En otros libros sus objetivos han sido la publicidad, la televisión. ¿Esto que usted llama agresión es, con la hipocresía, otro problema del presente?
R. Lo es. Por la manera como funciona la publicidad crea una nueva clase de noticias falsas. No se trata solo de las noticias falsas que inundan las redes sociales. Hay todo un sistema trabajando para crear noticias falsas, que son el fruto de creencias falsas, de información falsa, de falsas pretensiones.
P. En otra ocasión dijo que los intelectuales europeos están mudos. ¿Sigue sin oírlos?
R. El silencio de hoy, creo yo, se debe a que cada uno tiene su parcela de especialización. Le hablo desde mi atalaya de anciano: en mis tiempos, aparte de nuestra especialidad, teníamos todos una educación general bastante amplia, estábamos más informados. Hoy, sobre todo los intelectuales más jóvenes, están muy informados de todo lo que concierne a su área de especialización, a sus estudios especiales, pero en lo que afecta a la sociedad, a los problemas sociales en general, están bastante lejos de poder entender esto. Hay una conexión directa de esto con la educación.
P. En 2011, en plena crisis, usted dijo que desde Grecia, Portugal o España era imposible no mirar a Europa con rabia. ¿Europa merece hoy también esa mirada de rabia?
R. A efectos prácticos es una unión de países que se mantiene mediante estímulos monetarios. A escala política, la UE no tiene ninguna forma de que haya una unión. Cada uno busca lo suyo. Me enfadé con todo lo que se habló sobre el apoyo a los países del sur a consecuencia del coronavirus. Pero al menos estoy viendo ahora que Alemania tiene una idea más clara de lo que es la solidaridad. Esto me alegra. Pero no me hago ilusiones de que esto vaya a llevar a un cambio en Europa.