Rayar los libros, o dejar el rastro de haber leído
El escritor Mark Twain tenía una extensa biblioteca en su casa de Connecticut, EE. UU. Su particularidad era que a los libros que leía les ponía comentarios al margen. Hoy se conocen los apuntes del autor de Las aventuras de Tom Sawyer porque The Mark Twain House & Museum exhibe esos ejemplares.
Contemporáneo suyo, el poeta de Hojas de hierba, Walt Whitman, resaltaba párrafos de textos ajenos, les dibujaba manos para indicar palabras lapidarias como “egotismo” y “vanidad”. Existe una copia de La metamorfosis comentada por el novelista Vladimir Nabokov en la que describió la transformación de Gregorio Samsa. El ruso, que además era lepidopterólogo (experto en mariposas), dibujó la forma del personaje y concluyó que era “un simple escarabajo grande” y no una cucaracha.
Autores, académicos y científicos se han valido de las notas al margen para señalar ideas, comentarios o resaltar pedazos. Pueden ser apuntes, glosas o dibujos y estas tienen nombre: marginalia. A pesar de que se conocía de antes, el término lo popularizó el poeta y filósofo británico Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), un apuntador empedernido.
En la investigación Marginalia: Readers Writing in Books (2001) se explica que, si bien estos “metatextos” se encuentran desde el siglo I antes de Cristo, alcanzaron su auge en el XIX por la democratización de los libros. Entre los escritores que lo hicieron están Edgar Allan Poe (1809-1849), quien dedicó una columna en el diario The Democratic Review sobre estas notas. En su primera entrega dice que pide que sus libros sean impresos con una amplia margen, más que por comodidad o gusto, “por la facilidad que me permite dibujar pensamientos sugeridos, acuerdos y diferencias de opinión, o breves comentarios críticos en general”.
Mark Twain (1835-1910), ávido e incisivo anotador, escribió en el diario del naturalista Charles Darwin, El viaje del Beagle (1839): “¿Se puede dar una excusa plausible para el crimen de crear la raza humana?” Circulan en internet marginalias famosas de David Foster Wallace (1962-2008), como la portada de la novela El silencio de los corderos, atiborrada de ellos.
Dilema
George Steiner definió a un autor como el “que lee un libro con un lápiz en su mano”. Hay posturas enfrentadas: unos prefieren dejar el texto intacto, respetar al autor y no imponer ideas. “Soy malo para subrayar porque no soy capaz con el compromiso, el conmigo mismo del futuro. Siento que veré mis anotaciones y luego pensaré: ‘¿qué fue lo que vi ahí? Es como si leyera a otra persona”, comenta Esteban Duperly, fotógrafo y autor de la novela Dos aguas. A veces escribe frases al margen, pero no es sistemático. Eso sí, en las publicaciones de estudio “es otro cuento”, porque ayudan en la investigación.
La escritora PIlar Quintana hace marginalia dependiendo de cómo lea: “Hay algunos que los necesitan porque me sirve para lo que hago en ese momento”. Hace poco leyó Temporada de huracanes, de Fernando Melchor, y no le hizo una raya, fue una lectura de placer. Sí le molesta, en cambio, que las anotaciones no sean suyas porque “ensucian” la lectura.
En su lugar, salvo que sean ediciones especiales, Héctor Abad Faciolince los raya mucho, sea con lápiz o bolígrafo. “Tengo clavecitas privadas. Por ejemplo, hago un círculo con un punto, como un tiro al blanco, para señalar ideas que me parecen centrales”. También subraya lo que es relevante y si no está de acuerdo usa signos de interrogación. A veces surgen poemas al margen: “La lectura produce evocaciones en la memoria, asociaciones de ideas e inspiraciones raras. No tienen qué ver, exactamente, con lo que se está leyendo”.
Activo
En su ensayo superventas Cómo marcar un libro, Mortimer J. Adler sostiene que “no es un acto de mutilación sino de amor”. Habla de la lectura activa y del deber de rayarlos para ser su dueño. Es “el derecho de propiedad que establece al pagarlo, tal como se compra ropa y muebles, pero este acto es solo el preludio de la posesión. La propiedad total se produce solo cuando lo has hecho parte de ti mismo, y la mejor manera de hacerte parte es escribiendo en él”.
En su texto expone tres razones. La primera, porque la marginalia “te mantiene despierto, no solo consciente, sino completamente despierto”. Esto ayuda a corto (como para preparar una charla o una clase) y a largo plazo. La otra es que fomenta la “lectura activa”, es decir, a extender el pensamiento en palabras, habladas o escritas. “Cuando estás leyendo para una clase universitaria, no estás tratando de ser un escáner o una aspiradora. En cambio, estás tratando de entender el texto y generar sus ideas”. El tercer argumento es que esto hace la lectura mucho más efectiva: es una guía de estudio, ayuda con los detalles, marca puntos de acuerdo y desacuerdo, y hace preguntas.
Además de todo esto, lo mejor de ese “acto de amor” (que puede tener colores, figuras, listas, poemas o dobleces), es que alienta un diálogo personal, directo y profundo entre quien lee y el escritor.