Tragedia en Harlem: la prosa antirracista de Ann Petry

En estos tiempos en que no abunda la literatura de ficción y sí el afán por contar la propia vida, encontrarse uno con una novela dotada de tanta imaginación, fuerza expresiva, vigor narrativo y ambición como La calle es pura felicidad literaria para el lector: un intenso relato de corte tradicional a caballo entre el mejor realismo americano de los años cuarenta, el thriller y un medido y desacomplejado aroma a melodrama, que nos ofrece una historia trágica y de poderoso contenido social; o sea, una de esas grandes novelas con las que se atrapaba a los lectores en los buenos tiempos.

En los años veinte se produjo en Nueva York una eclosión de arte negro que se conoce como Renacimiento de Harlem. Los tres libros que dieron la señal de salida fueron Harlem Shadows, de Claude McKay; Caña, de Jean Toomer, y There Is Confusion, de Jessie Fauset, a los que siguieron con los suyos los más distinguidos autores de este movimiento: Langston Hughes, Nella Larsen y Zora Neale Hurston. Además, el Renacimiento de Harlem tuvo otros protagonistas, como los míticos músicos de jazz Louis Armstrong, Duke Ellington o Fletcher Henderson, y pintores como Jacob Lawrence, Lois Mailou Jones o Aaron Douglas, padre de la pintura negra en Estados Unid os. A partir de este momento histórico, el arte afroamericano encontró su lugar en la cultura norteamericana.

El año del nacimiento de Richard Wright fue 1908. Fue el autor de una novela sustancial de la literatura norteamericana, Hijo nativo, al que siguieron nombres tan ilustres como James Baldwin, LeRoi Jones, Ralph Ellison, Toni Morrison y Alice Walker. Ese mismo año vino al mundo Ann Petry en Old Say­brook, una localidad de Nueva Inglaterra, donde apenas vivían 15 personas de color. Su padre era farmacéutico, como su abuela Anna Louise James, la primera mujer farmacéutica de Connecticut. Aunque pertenecían a la clase media establecida tuvieron algún incidente debido al color de su piel, pero apenas conocieron el maltrato, el odio y el desprecio de la mayoría blanca porque eran una familia fuerte y aceptada en su entorno social. Hija de los escritores del Renacimiento de Harlem, Petry se casó, trabajó como periodista y pudo dedicarse a la literatura gracias al éxito de su novela La calle. Así como Toni Morrison, nacida en 1931, 23 años después que Petry, fue la primera mujer afroamericana en obtener el Premio Nobel, ella fue la primera en vender un millón y medio de ejemplares. La calle apareció en 1946.

Lutie Johnson, la inolvidable protagonista de esta novela, es una joven que ha tenido una vida progresivamente dura, que abandona la casa de su padre, un borrachín que sobrevive destilando alcohol para venderlo, se casa con un vecino, Jim, y tienen un niño, Bub. Poco a poco, la pobreza, el rechazo racial, la falta de trabajo y la infidelidad de Jim la llevan a la separación y se va con el chico a un sórdido apartamento en la calle 116 de Harlem, que será el epicentro de la tragedia.

Toda la novela es una impresionante denuncia del abismo entre blancos y negros en la sociedad americana. Ann Petry toma el punto de vista de Lutie Johnson. La mirada a su mundo procede de ella, la conciencia de humillación procede de ella, lo mismo que la de la pobreza. Es una muchacha ignorante, pero valiente; sin embargo, está encerrada en un círculo diabólico: la falta de dinero, la falta de amigos, la indefensión a que la conduce la ignorancia y, lo peor de todo, que no sólo es el mundo blanco el que la desprecia, sino que es la misma gente de su raza la que abusa de ella de manera inmisericorde. Petry no permite que sus emociones nublen la realidad: en ese mundo los hombres holgazanean y las mujeres se desloman trayendo dinero a casa, pero lo cierto es que no hay trabajo para ellos porque la desconfianza es la norma con que los blancos miran a los negros. Las personas cercanas a Lutie (el conserje, un sucio canalla que se venga en su hijo del rechazo de ella), la retorcida dueña del prostíbulo (que la tienta para pupila), el pianista con intenciones lascivas que le propondrá cantar en su banda y se dispone a venderla a su patrón por lo mismo, sólo quieren aprovecharse de ella.

Ann Petry tiene una escritura tradicional y directa, abarrocada y tan repetitiva como los pensamientos que la torturan, pero incansable en la persecución del alma de sus personajes, todos ellos extraordinarios, todos ellos perfectamente personalizados y encajados en el círculo infernal de Lutie. La novela es tan inteligente como desoladora. El look de los cuarenta es el marco perfecto para la narración, al estilo de todas las grandes películas del cine negro, pero la conciencia social es tan poderosa como la narración misma, por lo que acaba siendo mucho más que un thriller; su antecedente formal es el Theodore Dreiser de Nuestra Carrie, pero ahora la sociedad es más inclemente. La mirada de Petry es asombrosamente curiosa, penetrante y llena de matices, devora todo lo que ve, no pierde detalle por nimio que sea, no se le escapa nada del mundo alrededor de Lutie y va sacando progresivamente consecuencias apoyada en los pensamientos, sensaciones y sucesos de su memorable protagonista.

 

 

FUENTE: EL PAÍS