Candela: adiós a la cueva que le dio la vuelta al flamenco
Ocurre con pocos y elegidos lugares, aquellos que logran habitar en mentes y corazones de forma perdurable por encima del paso del tiempo y de las cosas vividas, efímeras por su propia naturaleza. Pudiera tal fenómeno ocurrir con las noches del Candela, el bar madrileño que recientemente ha echado el cierre para desgracia de Lavapiés, su barrio, y sobre todo del mundo flamenco, que tanto se nutrió de la excepcional atmósfera creada por su fundador, Miguel Aguilera Fernández, Miguel Candela para todos, un ser especial que concitaba afectos unánimes. Los trasnoches de “la cueva”, el sótano del bar, llegaron a ser una suerte de patrimonio público, tal fue la fama que adquirieron. Sus protagonistas coinciden en recordarlas con una singular viveza.
En sus casi cuarenta años de existencia, el Candela pasó por muchas etapas, pero nadie duda —y menos los que lo vivieron— de que hubo un tiempo en el que se convirtió en “la casita común de todos los flamencos de toda España, que desde los años ochenta llegaban a Madrid a buscarse un futuro”. Así lo refiere el guitarrista, escritor y productor José Manuel Gamboa, quien reconoce que en esos años vivía más tiempo allí que en su propia casa.
El guitarrista Gerardo Núñez fue otro de los que habían decidido instalarse en la capital para hacerse un hueco en el panorama flamenco, y pronto encontró en el Candela el escenario idóneo donde crecer artísticamente. “Al Candela —relata Núñez— acudíamos todos los guitarristas y flamencos de Madrid, además de los que estaban de paso. Se convirtió en un lugar de culto y en el templo de la guitarra flamenca. En la cueva, con un silencio sepulcral y un respeto extremo, se producían auténticos conciertos hasta la seis o las siete de la mañana”. Además de “casita común”, el bar fue también local de ensayo. “Miguel —añade— era buen aficionado y entendía muy bien la idiosincrasia de los flamencos. Nos dejaba los espacios para ensayar y para dar clases de baile y guitarra sin cobrarnos”. La misma experiencia comparte el bailaor Joaquín Grilo, que llegó a contar con una llave del local para entrar por la mañana a ensayar. “Para mí, Miguel fue como un hermano y allí aprendí muchísimo tanto artística como personalmente”, recuerda.
Y más allá, la cueva fue el espacio en el que los artistas ponían en común sus creaciones y aportaciones de cada día. Relata Núñez que se reunían allí para mostrarse sus nuevas composiciones y falsetas. “Con todos los piques del mundo —añade—. Era la selva: íbamos a muerte, porque teníamos que destacar para hacernos un hueco, pero siempre con respeto, admiración y educación. Nos nutríamos los unos de los otros, pero también los mayores venían a pillar de los jóvenes”. De esa forma, el Candela se convirtió en el escenario donde se fraguó gran parte de la nueva revolución de la guitarra flamenca de concierto que habría de venir. Con la confluencia de los hoy maestros Riqueni, Cañizares y el citado Núñez, entre otros, se encuentra el germen de la generación que habría de suceder a la de Manolo Sanlúcar, Víctor Monge Serranito y Paco de Lucía. Por ello y por más cosas, Gamboa se muestra contundente y sentencia que “el Candela fue el lugar que le dio la vuelta a todo: el flamenco que vivimos hoy en día es, en gran parte, fruto del Candela”.
Todos los testigos de esos años coinciden en nombrar a Enrique Morente como figura principal y referencia absoluta. “Era una suerte enorme que estuviera allí casi todos los días con sus noches, aunque ello fuera síntoma de que no trabajase mucho por esas fechas”, señala Gamboa, quien subraya que a pesar de los pocos conciertos que le salían, repartía su dinero dándole trabajo a los jóvenes: “Era el único de los artistas de renombre que apoyó verdaderamente a la juventud”. Lo corrobora Gerardo Núñez, que narra cómo lo contrató para una actuación en el Teatro Real.
Personaje fundamental de ese tiempo fue también el guitarrista granadino Pepe Habichuela, quien arrastró al fotógrafo y productor discográfico Mario Pacheco para que conociera a su hijo Juanmi y a sus sobrinos Antonio y Juan Carmona, futuros integrantes del grupo Ketama, columna vertebral, junto con La Barbería del Sur y otros más, de la etiqueta Nuevos Flamencos de su sello (Nuevos Medios).
Otro asiduo visitante, siempre que estaba en Madrid, era Paco de Lucía, que elegía el bar para celebrar allí sus cumpleaños. Aunque la historia que mejor ilustra su relación con el sitio fue la que marcó su vuelta a la sonanta después de su accidente de submarinismo en México, que lo pudo retirar del toque de por vida. Cuenta Gamboa que un día, en la cocina del Candela y con el brazo aún escayolado, Paco le preguntó si la guitarra de la casa tenía cuerdas y le pidió que la tuviera afinada mientras él se acercaba a una casa de socorro. Volvió ya sin escayola y cogió la guitarra para, sin pensárselo dos veces, dejar a todo el personal asombrado con uno de sus increíbles picados.
Las madrugadas
El Candela tuvo una forma muy especial de trascender en el espectáculo De noche (como quien espera el alba), del bailaor jerezano Joaquín Grilo, que fue estrenado en 2001 dentro del V Festival de Jerez para después hacer temporada en la capital. Fue una obra muy celebrada, de evocación cernudiana, que trasladó un homenaje muy explícito a las madrugadas del local, una recreación de su ambiente y del encuentro entre el arte y reconocibles personajes noctívagos adictos a sus noches. Grilo reconoce que volcó en él toda la mochila de vivencias en el local, con sus fiestas y, subraya, “charlas, muchas charlas”.
Musicalmente, además del inevitable flamenco (con composiciones de Paco de Lucía y Bolita), cuenta el bailaor que intentó trasladar también la cercanía del jazz de los cafés Central o Berlín de Madrid. La obra se recuerda, así, como un símbolo de la heterogénea y pacífica convivencia de la cueva, donde se daban cita representantes de todas las disciplinas artísticas: el pianista Chick Corea, el maestro Sabicas en sus regresos de Nueva York, el director Pedro Almodóvar o la coreógrafa alemana Pina Bausch, entre tantos.
En 1991, cuando la primera guerra del Golfo, Bausch pasó un tiempo en Madrid para preparar una nueva creación e iba por allí todas las noches. Miguel había puesto un televisor para que todo el mundo pudiera estar al tanto, y la bailarina lloraba con las imágenes. Gamboa cuenta que la animaban con cantes y conversaciones hasta el alba. Cuando la coreógrafa presentó después en el Teatro de la Zarzuela el espectáculo, en el programa de mano hizo una dedicatoria a la gente del Candela: a Miguel, a Morente, a Gamboa y a Juan Verdú, otro de los imprescindibles del sitio.
En marzo de 2008, Miguel Candela falleció “accidentalmente por la fuerza del destino”, como lo recordó su gran amigo, el cantor Enrique Morente, al dedicarle su grabación de aquel año: Pablo de Málaga. Quizás, para cerrar, haya que recurrir a las palabras del propio Miguel, que a la amanecida despedía a sus amigos con la conocida sentencia: “Nada es eterno, señores, vayan haciéndose a la idea”.