Diana Gabaldon, Outlander y la ciencia del perfecto bestseller
Llega ‘Cuenta a las abejas que me fui’, la novena entrega de la exitosa saga literaria protagonizada por ‘highlanders’, con viajes en el tiempo y ambientada en la rebelión jacobita
Hace 34 años, Diana Gabaldon decidió probar a escribir una novela. Un primer ejercicio que nadie leería y que, según su mente de científica profesional le serviría (prueba-error) para aprender sobre la marcha. Aquello finalmente no fue un borrador personal, sino el primer título de una saga, Outlander (Forastera), que hoy acumula millones de lectores en todo el mundo y ha dado pie a una exitosa serie de televisión. Un mundo narrativo inclasificable, entre la novela romántica y la fantasía, con apuestos highlanders en kilt y viajes en el tiempo.
Ahora, Gabaldon presenta en España la novena entrega, Cuenta a las abejas que me fui (Salamandra), un volumen de más de 1.100 páginas ambientado en la guerra de independencia estadounidense no apto para no iniciados, pese a que un abigarrado árbol genealógico oriente al lector en el espeso bosque de peripecias y relaciones entre Escocia y Norteamérica adelante y atrás entre dos siglos.
La ascendencia de la escritora está casi a la altura de su gran retablo de ficción. Un primer Gabaldon llegó a México desde Galicia en el siglo XVII, y sus dos hijos se establecieron después en Santa Fe, hoy en territorio estadounidense. Algún rasgo de Diana, aparte de una cuidada melena oscura, le hacen sospechar la existencia de algún ancestro apache por parte de su huérfana abuela paterna. Sus progenitores se conocieron en 1950 en Flagstaff, una pequeña ciudad de Arizona. «Mi padre era el mexicano, así llamaban entonces a cualquiera de ascendencia hispana, y mi madre no sólo era muy blanca, sino que era la hija del alcalde». Fue un escándalo pero triunfó el amor; y Tony Gabaldon se sacudió el peso de los prejuicios y llegó a senador del estado. Su hija, que pese al apellido no habla una palabra de castellano, nos lo cuenta en el vestíbulo de su hotel de Madrid, pocas horas después de la multitudinaria presentación de su libro, con gaiteros incluidos.
«Mi familia era bastante conservadora, y mis padres nos alentaron a mí y a mi hermana a estudiar para llegar lo más lejos posible. Yo quería escribir desde que tenía ocho años, pero incluso a esa edad me di cuenta de que probablemente no ganaría mucho dinero con los libros». Estudió zoología y tiene un máster en Ecología del comportamiento, además de un grado en literatura. «Me gustaba la ciencia, era buena en lo mío y disfruté mucho enseñando e investigando. Pero yo sabía que quería escribir. Y cuando cumplí 35 años me planteé que quizá había llegado el momento. Mozart murió a los 36, así que, me dije, si quieres escribir una novela tal vez deberías ponerte a ello».
Hasta entonces, aparte de artículos académicos y algún libro técnico, Gabaldon había escrito guiones para algún tebeo de Disney. «Todas las historietas de Mickey Mouse son iguales, porque como es un buen tipo no hay conflicto. Las del tío Gilito eran más interesantes, porque no es tan buena persona. Y una de las pocas cosas que aprendí en mis clases de literatura es que toda buena historia necesita un conflicto».
Con este bagaje decidió lanzarse a la aventura autodidacta de escribir. «Soy lectora desde los tres años, así que pensé que si lograba parir una novela, la reconocería». Se decidió por una ficción histórica por su experiencia investigadora, y porque si le fallaba la imaginación siempre podría recurrir a los hechos. El tema se le presentó viendo un viejo capítulo del Doctor Who en el que aparecía el highlander Jamie McCrimmon, uno de los personajes más recordados de la veterana serie británica. «Se me ocurrió que la rebelión jacobita contra los ingleses sería un buen conflicto. Visualicé a aquellos hombres en kilt agazapados en una cabaña alrededor del fuego, y pensé que si metía a una mujer tendría, además, la tensión sexual. Después, luchando infructuosamente para que aquella mujer consiguiera hablar como un personaje de época, se consolidó la idea de que viajara en el tiempo».
Claire Fraser es la heroína de Outlander, «y ahora que en la ficción todo tiene que ver con los personajes femeninos fuertes, siempre me preguntan por ella. Y yo siempre respondo que todo empezó con un hombre con kilt, no con Claire. Da la impresión de que las mujeres son fuertes cuando hacen cosas de hombres; cosas que no suelen ser tan difíciles, francamente. Las mujeres siempre han sido fuertes».
¿Qué tienen los highlanders para producir semejante fascinación erótica y contar con un todo un subgénero romántico? «Hace años, un periodista me preguntó cuál era el atractivo de un hombre con falda. Creo que porque había tenido muchas entrevistas ese día y estaba muy cansada le respondí que quizá era la idea de que en apenas un minuto podías estar montándotelo con él contra la pared. Pero lo cierto, bromas aparte, es que toda esa idea de una estirpe de hombres fuertes educados para ser guerreros, devotos de su clan y capaces de morir con tal de proteger a los suyos es muy atractiva».
No obstante, Gabaldon no cree que las novelas de Outlander sean propiamente románticas. Cuando apareció el primer título, la editorial tuvo dificultades para clasificarla. ¿Romance, fantasía? Finalmente se decidió por el primero debido a su mayor potencial de ventas. Fue, de hecho, la primera novela romántica en tapa dura. «Todos los géneros tienen buenos y malos libros, pero la novela romántica ha atraído tradicionalmente mucha atención negativa porque hay mucha mala escritura sobre amor y sexo. Pero es una de las formas más antiguas de literatura, y si sigue existiendo es porque la gente sigue interesada en lo que hace que nos enamoremos, vivamos juntos y formemos una familia. No obstante, una novela romántica tiene una estructura muy rígida, con un final feliz en el que los protagonistas acaban juntos, en la cama o en el altar. Y a mí siempre me gusta escribir cosas nuevas».