El encanto de una historia sencilla
La soledad se convierte en un rascacielos al leer una sola frase. Los días se encadenan entre comas y mueren con un punto. El mundo nace con la escritura y la cotidianidad se vive en los espacios en blanco que aparecen en el libro. Se observa el tiempo y al final parece que nada ocurre, como en la vida. Algo así se siente al leer Nuestras vidas, de la escritora francesa Marie-Hélène Lafon. Es el encanto de una historia sencilla.
La novela trata sobre una mujer jubilada que inventa una vida para las personas con las que se encuentra todos los viernes en el supermercado. Desde que sus días cambiaron de rutina ha poblado el tiempo con historias fantasiosas: la mujer de la caja registradora, con la que jamás ha cruzado una palabra, empieza a tener un pasado lejos de Francia, su acento es el eco de una historia de abandonos, enfermedades y soledad; el hombre que hace fila junto a la narradora es el heredero de una saga de porteros portugueses que se ganan la vida en algún suburbio parisino; su antiguo amor, Karim, regresa cada tanto a su mente y la ausencia de él la combate con un futuro inventado: en él aparecen historias de una familia inexistente, hijos que no nacieron o una vida en Argelia. Las historias no son más que pequeños retazos, pequeños hilos que Lafon junta. Al final son las historias las que ocupan el carrito de las compras.
Pero hay otro telón de fondo: el abandono del mundo rural. Jeanne, el nombre de la narradora de la novela, es hija de una familia de una ciudad pequeña. La vida era la tienda de sus padres, allí parecían estar destinados todos los descendientes de su estirpe. La viejas costumbres nunca desaparecen y nunca logran adaptarse del todo a las formas de vida de un lugar como París. Es el retrato de una Francia que no se siente parte del mito parisino, una Francia mucho más conservadora, tanto que Lafon ha dicho que gran parte de sus personajes son hijos de una mentalidad conservadora.
De ahí que uno de los grandes conflictos familiares que tuvo Jeanne fuese su novio
argelino: “Al principio me hicieron preguntas, yo respondía, e incluso nos reíamos juntos de nuestro padre que ya me veía arrebatada de Francia, machacada, envuelta en velos, agobiada de hijos demasiado numerosos, esclavizada en la aldea y víctima de las humillaciones de mi suegra todopoderosa […]el mundo ha cambiado desde la guerra de Argelia, hay que poner los relojes en hora”. Este pasaje muestra ese conflicto irresuelto no solo de Francia, sino de Europa con la migración y su pasado colonial.