El retorno de Ramón Illán Bacca
En una columna publicada en 1987 en el desaparecido Diario del Caribe, Ramón Illán Bacca dijo: “Se piensa una novela mucho tiempo y se la escribe rápidamente. Esto en mi caso. No hablo de Proust ni de Agatha Christie”. Se refería, en concreto, a Deborah Kruel (1990), su primera novela, que tiene como trasfondo la Segunda Guerra Mundial y que escribió después de largas horas en las escasas hemerotecas de Barranquilla y de registrar en agendas los apuntes de sus lecturas “los chascarrillos oídos en la calle” y “alguna piedrecita miliar de una novela de la que hablaba con frecuencia pero de la que no escribía una sílaba”.
Que un escritor señale la necesidad o el acto de pensar durante un tiempo amplio un libro y de hablarlo mientras no lo escribe es significativo para acercarse a su proceso creativo. En las novelas, cuentos y notas periodísticas de Ramón Illán Bacca pervive una voz dialogante, colmada de los abismos y superficialidades de un habla tan poética como desenfadada. ‘Deborah Kruel’ fue publicada cuando el autor tenía 52 años y se desempeñaba –establecido desde los setenta en Barranquilla– como docente de literatura y colaborador habitual de medios regionales. Es fruto, esa obra de estructura folletinesca, de los chismes samarios, las revistas de peluquería, las historietas, de sus excursiones infantiles por los tejados del cine Rex, de lo que sonaba en las radios locales durante la Segunda Guerra, del escándalo que producía ver a una mujer en vestido de baño de dos piezas en quienes con tal de no verse negros preferían no ir a playa.
La inmersión en archivos históricos y la canibalización autobiográfica también la llevó a cabo en Maracas en la ópera, su segunda novela, premiada en el Concurso Nacional de la Cámara de Comercio de Medellín en 1996, y que la editorial Planeta y la Universidad del Norte acaban de reeditar. La narración transcurre en Barranquilla, donde la mansión de arquitectura republicana Villa Bratislava es testigo y lugar de los amores, las luchas políticas, las fugas y operaciones secretas del italiano Amadeo Antonelli-Colonna y la cartagenera Bratislava Cantillo. Su intensa relación, y el contexto social que los habita, es resultado de las migraciones y de las transformaciones de una ciudad al mismo tiempo acogedora y hostil, cosmopolita y clasista, decadente y dicharachera de finales del siglo XIX e inicios del XX.
Este marco histórico se ensancha con otro personaje protagónico, Oreste, nieto de la pareja, heredero de la mansión y trasunto del autor (como el Benjamín de Deborah). Oreste, cincuentañero de baja estatura, es un amante de la ópera con una corta carrera musical que a causa de un amor o una desdichada capacidad para los negocios malvende las esculturas, muebles, bibelots y demás “corotos” de la casa. Su propósito, aunque no sea evidente, es espantar la ruina del patrimonio que terminó convertido en prostíbulo y que heredó en medio de las protestas del 9 de abril, cuando de niño conoció a Bratislava: “lo más imborrable fue la presencia de la abuela, con su bata de seda china adornada con un gran girasol en la espalda. Parecía una dragona, y en realidad lo era”.
A veces la escritura de Ramón Illán Bacca parece una forma de venganza. Como un comediante, no teme ridiculizarse; y desdeña la grandilocuencia de quienes se limitan a ver en la capital del departamento del Atlántico una cuna de fiestas, desde antaño embebidas en un clasicismo podrido y un complejo monárquico –o de vasallaje– que se proyecta ostentoso en cada corona del carnaval (“el tiempo no se cuenta en Barranquilla por fechas de años sino por reinas del carnaval”, dice en un ensayo). En su relato de la Barranquilla que otros colegas de la región como Gabriel García Márquez o Marvel Moreno han descrito, el escritor nacido en Santa Marta apunta como si nombrara el presente: “ciudad ceñida de agua y madurada al sol, paraíso del constante chanchullo y del inacabable carnaval, pionera de la compra de votos y el mejor moridero del mundo”.
A veces la escritura de Ramón Illán Bacca parece una forma de venganza. Como un comediante, no teme ridiculizarse.
La novela, por supuesto, entrelaza otras tensiones: los escándalos y vidas familiares, con sus adornos y costumbres traídos de Europa y su vulnerabilidad ante el qué dirán; el fracaso de las interpretaciones musicales, en las que inevitablemente se cuela un fondo de maracas o un exceso interpretativo que hace de la ópera una opereta (como lo ha expuesto el docente Guillermo Tedio); la mirada a la historia como un salón de baile –intercontinental y carnavalero– en donde ‘lo grande’ se mezcla con ‘lo pequeño’ y la memoria oficial pierde autoridad ante la irrupción de la acción y la memoria colectivas.
Para escribir algunas escenas de los doce capítulos, Ramón investigó la Roma del siglo XIX. “Con ayuda de un diccionario me leí Storia d’Italia dall Unitá ad oggi de Giampiero Carocci y le pedí a Cesare Noseda, un amigo italiano, que me enviara libros y revistas con crónicas de la época”, cuenta en las inéditas ‘Notas para una improbable autobiografía’. Y agrega que perseguía el consejo de Nabokov (“los detalles, los divinos detalles”): “Si Deborah Kruel estaba fumando cigarrillos egipcios marca tal, es porque yo leí mil revistas para poder dar esa marca de cigarrillos. Si en Maracas en la ópera nombro el café La Alondra Canora en la Roma de fines del siglo XIX es porque ese sitio existió”.
Con igual esmero, podemos imaginar al autor, cuyo bisabuelo era italiano, indagando en las hemerotecas, volúmenes de historia y publicaciones de varia procedencia para reencontrar o visitar por primera vez algunos eventos de su libro: el naufragio del vapor Amérique en las aguas de Puerto Colombia en 1895, con un melancólico José Asunción Silva a bordo; la masacre de las bananeras en 1928 o la Segunda Guerra Mundial, presente también en sus cuentos.
El final de la novela es musical, como no podría ser distinto en esta aventura erótica en la que el sexo era “el único deleite que no se había quedado en el Paraíso”. Cada vez que ocurre algo importante en la vida de Oreste, le llegan temas musicales. ¿Qué ópera o bolero suena ahora ante la noticia de que se publica una Biblioteca Ramón Illán Bacca, que incluye otras tres novelas y sus cuentos completos?
Para el día de su funeral, Ramón –que murió de un infarto a los 82 años la madrugada del 17 de enero de 2021– había pedido que sonara el primer acto de ‘Ritorna vincitor de Aida’ de Verdi. Así lo cumplieron sus amigas y amigos. Ramón también dice en su autobiografía: “cuando escribo coloco una cortina musical que me separa del mundo. Generalmente, una ópera”. Las que sonaban mientras escribía y no escribía su novela son probablemente las que escucha el lector en este libro.
KIRVIN LARIOS
LLEGA EL ‘FONDO RAMÓN BACCA’ A LA BIBLIOTECA PILOTO DEL CARIBE
310 volúmenes que corresponden a 285 títulos hacían parte de la biblioteca personal con la que se quedó al final de su días Ramón Illán Bacca, luego de vender alguna parte de sus libros y de regalar a amigos e instituciones el resto de lo que fue su interesante biblioteca. Conociendo el talante y los criterios culturales y estéticos de Ramón pueden estar seguros que sus gustos literarios de gran lector están representados en este fondo bibliográfico en el que sin duda han quedado las huellas de su particularísima forma de ser y de sus intereses intelectuales. A esos textos se han sumado otros títulos que hacían ya parte del acervo de la BPC para que los interesados encuentren en un solo fondo los libros que Ramón escribió, los textos que se han escrito sobre él y los que él se reservó para leer en la última etapa de su vida.
Un fondo que seguramente crecerá con los libros y documentos que su vida y obra ya suscitan y van a suscitar en lectores, académicos e investigadores interesados.
Estos libros fueron adquiridos por Antonio Celia Martínez-Aparicio y cedidos a la BPC en nombre de la familia Celia Maestre. A ellos, muchas gracias.