¿Existe una ‘rosca’ de escritores en la literatura colombiana?
Para el reputado crítico literario neoyorquino Harold Bloom, fallecido el año pasado, el canon occidental es necesario para institucionalizar la memoria. Agrega que las jerarquías que nos propone nos permiten analizar la literatura desde un punto de referencia con el que se puede estar o no de acuerdo, pero que es punto de partida al fin y al cabo. Con frecuencia nos encontramos con listados que pueden orientar nuestra lectura e, incluso, nuestras preferencias. Y aunque todo inventario es subjetivo, si este viene de buena fuente, puede darnos una certera idea de hacia dónde dirigir nuestras decisiones sobre el próximo libro que abriremos.
Este es el caso de En torno a la novela colombiana, la publicación más reciente de Ricardo Arango Dávila. En ella, el experimentado editor –recordado por su emblemática editorial Arango Editores– logra dibujar un mapa de la literatura hecha en Colombia en los 200 años de su historia, con datos claves sobre los campos culturales en diferentes periodos de su literatura y sobre los territorios de creación.
Como todo mapa, el libro de Arango se convierte en una radiografía que nos permite entender, analizar y profundizar en los temas, las variaciones y los elementos que han motivado y dado fuerza, forma y estructura a la novela colombiana. En entrevista con EL TIEMPO, el autor cuenta cómo fue el proceso de escogencia del listado final y otros datos sobre la literatura que se hace en el país.
En el prólogo, Mario Mendoza define sus inicios como editor a una especie de iluminación divina. ¿De dónde o cómo nace su vocación en el oficio?
A Mario le agradezco mucho el prólogo y la generosidad de sus palabras. No creo que llegué a ser editor por una iluminación divina, aunque también es difícil decir cuándo y cómo me hice editor exactamente. En 1975, yo volví a Colombia después de estudiar en Madrid y París, y me inicié en el mundo editorial como librero, luego como distribuidor de libros y finalmente como editor. Estudié Sociología y Economía Política y era lector de ensayo, sobre todo. Ya había estudiado algo de literatura y había leído bastante, así que fui reencontrando la literatura en el trabajo diario de librero a través del contacto con los clientes-lectores y con mis lecturas.
Tuve la fortuna de conocer a García Márquez y de encontrar la posibilidad de editarlo y finalmente publicarlo. Así mismo, fue muy importante conocer a la agente literaria Carmen Balcells, quien fue la primera persona que me animó a ser editor. En 1977 no había una escuela de editores, tampoco hoy, así que fue en la práctica, visitando editores, yendo a ferias, estudiando catálogos y leyendo, donde me hice editor.
¿Cuáles fueron sus criterios para escoger las obras de este libro?
Son dos selecciones: la de los escritores primero y, una vez elegido el escritor, su mejor o más representativa obra. Es también una selección en el tiempo que abarca toda la vida republicana, es decir 200 años, buscando lo mejor de cada época. Hay, entonces, criterios históricos y criterios literarios. Los criterios históricos tienen que ver con la capacidad de mostrarnos las distintas épocas, los distintos sucesos, la forma de vida de cada momento y los literarios con la obra en sí, la forma en que está construida, los personajes, el hilo narrativo y otras categorías de la crítica literaria.
¿Cree que existe una ‘única’ novela colombiana, o hay novelas de regiones y de épocas?
No hay una novela “única” en sentido estricto. Todas están marcadas por su época. Pero sí hay novelas que logran sobresalir por su capacidad de inventar o reinventar el mundo. Qué duda cabe de que Cien años de soledad nos retrata mejor que muchos tratados sociológicos o históricos, o que Cóndores no entierran todos los días y El día señalado nos explican y nos ayudan a entender el periodo de la violencia partidista. La vorágine sigue siendo el mejor tratado colombiano sobre la explotación del caucho; la conquista española está muy bien explicada en la Trilogía de la conquista y así sucesivamente.
En realidad, en el libro he tratado de encontrar las obras que nos retratan, que nos ayudan a entender nuestra forma de ser a lo largo del tiempo. Bogotá está contada desde fines del siglo XIX hasta nuestros días por Clímaco Soto, José Asunción Silva, Osorio Lizarazo, Álvaro Salom, Luis Fayad, Helena Araújo, Antonio Caballero, José Luis Díaz-Granados, Hugo Chaparro, Santiago Gamboa, Mario Mendoza, Arturo Alape, Miguel Torres, etc. Asimismo, está retratada Cali por Andrés Caicedo o por Umberto Valverde, y Barranquilla por José Félix Fuenmayor. En ese sentido, todas son “únicas”, pues tienen una gran calidad narrativa y son una gran representación de su tiempo.
¿Es la novela el género que mejor relata a nuestro país?
Creo que la novela, como género, permite al escritor retratar libremente lo que sucede a su alrededor. No tiene restricciones, ni censura, y no tiene que dar explicaciones a nadie. Eso es lo que la hace tan valiosa: la libertad de exponer lo que se piensa, lo que se siente, en un país en el que siempre es peligroso disentir de las ideas oficiales. En mi oficio de editor nunca he pedido a los escritores que modifiquen o cambien ningún texto, pues esa libertad es la que hace valiosas las obras. En la introducción del libro digo que la novela relata mejor que cualquier otro medio de expresión las vicisitudes de la época que narra y que son un testimonio de la sociedad, de su tiempo, así escriban sobre el pasado. Cada novelista, cada escritor, cada generación reescribe la historia y esa visión es la que nos entregan los novelistas y sus obras en cada época.
¿Considera que hay un monopolio de escritores en el país?
No creo que haya un monopolio de escritores, o por lo menos no lo definiría como tal. Lo que tenemos es una gran cantidad de escritores muy talentosos que son muy solicitados por las grandes editoriales. Los tienen acaparados, por así decirlo, y se los pelean entre ellos, pero al mismo tiempo están buscando nuevos talentos. Por otro lado, hay unas editoriales independientes o unos nuevos canales donde escritores más jóvenes comienzan a ser editados. Hoy por hoy, también los nuevos escritores tienen acceso a editoriales de otros países. Obviamente, sigue habiendo mucha dificultad para los escritores jóvenes en el momento de buscar un editor y los escritores reconocidos tienen abiertas muchas puertas, pero no me parece ser un monopolio de escritores.
¿A qué se debe la poca presencia de mujeres en el listado?
Efectivamente, es poca la presencia femenina y, sin embargo, es relativa. Fíjate que en 116 Premios Nobel de Literatura solo hay 15 mujeres. En el listado de Los 100 libros del siglo XX, del diario francés Le Monde, solo hay 11 mujeres y así en todos los listados que encuentras. En Colombia, sin embargo, o mejor, en esta lista, la proporción va aumentando. De los inicios hasta 1980 solo cuatro mujeres y en los últimos 38 años son ya once. Hoy la mujer tiene más acceso a la educación y desde ya vemos una buena cantidad de escritoras que han iniciado su recorrido editorial y que, sin duda, tendrán una gran presencia en la literatura colombiana.
Usted menciona tres libros que “partieron en dos” la novela colombiana: ‘Cien años de soledad’ y dos anteriores: ‘4 años a bordo de mí mismo’ y ‘Babel’. ¿A qué atribuye su relevancia?
4 años a bordo de mí mismo es considerada por todos los críticos como la primera novela moderna colombiana. Es en ese sentido que decimos que marca un hito en la historia de la novela. El libro es narrado en primera persona por un joven viajero de 17 años, oriundo de Bogotá en la península de La Guajira. Su importancia radica en que por primera vez usa las técnicas modernas de narrar: el monólogo interior, el lenguaje del cuerpo, la sensualidad narrativa (está subtitulada como Diario de los cinco sentidos) y tiene un lenguaje innovador lleno de metáforas.
A partir de ‘Cien años de soledad’, la literatura colombiana se abre a todas las formas narrativas, a todas las vanguardias, a la experimentación a la altura de la literatura universal
La importancia de Babel radica en que se propone ser una novela moderna para enfrentar el caos propio de los tiempos que vive (años 40 del siglo XX), tiempos babelianos, confusos. Es el itinerario mental de un joven inteligente, desajustado y arisco que filosofa sobre las dicotomías contemporáneas: pensar o actuar, analizar-destruir, civilización-naturaleza, ciudad-campo, amor sensual-amor espiritual, intuición-conocimiento. Son dos novelas que significan un cambio dentro de la narrativa colombiana. Lo curioso del caso es que son novelas escritas por dos escritores muy jóvenes que, aunque se dedicaron a actividades culturales, prácticamente no volvieron a escribir (Jaime Ardila escribió una segunda novela qué pasó desapercibida). Luego viene Cien años de soledad y a partir de allí la literatura colombiana se abre a todas las formas narrativas, a todas las vanguardias, a la experimentación, estando a la altura de la literatura universal.
¿Cuáles son, en su concepto, las novelas colombianas que trascenderán su propio tiempo?
Es difícil decirlo, pero me aventuraré con las novelas de los últimos años, las de los escritores vivos: El hostigante verano de los dioses, Sin remedio, Rosario Tijeras, Satanás, Delirio, Trilogía de la conquista, El olvido que seremos, Los ejércitos, Vampyr, El ruido de las cosas al caer, Pentalogía (infame) de Colombia, La luz difícil, Lo que no tiene nombre y Tríptico de la infamia. En cuanto a las obras de los escritores ya fallecidos, destacaría al lado de las que he nombrado ya: Las estrellas son negras, En noviembre llega el arzobispo, Años de fuga, Changó, el gran putas, La tejedora de coronas, Soledad. Conspiraciones y suspiros y Tanta sangre vista. Te repito, sin embargo, que las 100 seleccionadas son un gran aporte a la literatura y a la cultura colombiana.