La cara b de los hospitales. B de biblioteca
Carmen está sentada en la sala de estar leyendo El flautista de Hamelín, pasa las páginas lentamente, le cuesta leer. Tiene 74 años y lleva dos meses y medio ingresada en el Hospital de Guadarrama. Cuando llegó no caminaba, se le había paralizado medio cuerpo, y, ahora, gracias a la rehabilitación nadie lo diría. Lo que más le fastidia es que no ve bien, pero igual que ha vuelto a andar está dispuesta a recuperar el máximo de visión del ojo en el más perdió. Aun así, hace el esfuerzo de leer los libros infantiles de la biblioteca del hospital para memorizarlos y, cuando vuelva a casa, contárselos a su nieto de cuatro años. “Es incansable, pide uno nuevo cada noche y se me agotan las ideas. Ya no sé qué inventarme”.
Carmen pasa el día entre “el fisio, terapia y un rato lectura”. Las jornadas en los hospitales se hacen muy largas y todos los pacientes esperan que los médicos digan: “Muévete, haz ejercicio”, “pero también hay que mover las neuronas y la lectura es una manera de activarlas”, asegura la doctora María Sáinz Martín, especialista en medicina preventiva y salud pública y fundadora y presidenta de la Fundación de Educación para la Salud (Fundadeps), que gestiona la red de bibliotecas para pacientes. Coincide con Rosa Salazar, directora gerente del Hospital de Guadarrama en que la estancia se hace agotadora y “el libro es como un cordón umbilical con la vida cotidiana, que ayuda a evadirse de un ambiente que no es el natural de cada uno”. La doctora Sáinz es una de las impulsoras de algunos de esos servicios desconocidos de los hospitales, en los que muchos no se paran a pensar: los dedicados a la salud y no a la enfermedad. “Llevamos muchos años viviendo de la enfermedad, hablemos de la salud, de esa cultura para la salud, de las actitudes para fomentarla. En esa cadena el primer eslabón son los padres y los maestros que enseñan a los niños las medidas de higiene, por ejemplo”. La doctora cuenta que ahora con la pandemia poco a poco la sociedad se va dando cuenta de esto que siempre ha estado ahí. Parece que ahora encuentran más sentido que nunca esas manías de las madres y padres con el “lávate las manos antes de comer”.
Sáinz habla de todas las materias de manera transversal, de la medicina preventiva, de la literatura, de la humanización de la medicina, del trato con el paciente. Y si todo tiene relación, en los hospitales también se puede celebrar hoy, 24 de octubre, el Día de las Bibliotecas. Porque cuando uno tiene que permanecer ingresado, en seguida se entera de cómo funciona la tele, de si tiene que comprar una tarjeta y cargarla, pero, si en lugar de ver la tele, lo que quiere es leer un libro o una revista, ¿el hospital se los facilita?
Ángela Pérez Encina es una lectora empedernida, usuaria de bibliotecas allá donde esté: la municipal de su barrio ―Ana María Matute―; la de Icod de los Vinos al visitar su Tenerife natal y la del hospital Clínico cuando está ingresado o si va a revisión. O simplemente “porque sí”, a veces solo va a devolver o recoger libros, para ver a Carmen Guzmán y a Marisa Guerra, las responsables y sus asesoras. “Carmen siempre acierta, todo lo que me recomienda me gusta”, asegura esta usuaria. Pérez Encina es paciente del Clínico desde que, hace más de 20 años, padeció cáncer de mama, entonces no utilizó la biblioteca. Tiempo después pasó por delante de ella para ir a una consulta y la descubrió, desde entonces es fija. Una vez, durante un pequeño ingreso por una intoxicación alimentaria pidió a una auxiliar que avisara a Guzmán y que le subiera algo para leer, esta no sabía de la existencia de la biblioteca, otra compañera tampoco.
Intentan darse a conocer con carteles, con los buzones repartidos por las plantas para la devolución de libros, con folletos, en la guía de acogida para los nuevos ingresos, pero ni así todo el mundo que pisa un hospital sabe de su existencia. Ni siquiera ahora que por culpa de la covid se han convertido en el centro de la actualidad. El lunes pasado por la mañana, Adela Fraile, neurofisióloga del Clínico, fue a por otro retén de libros para su hija, desde que nació la niña reconoce que ella lee menos. Iba provista de una bolsa de rafia para aguantar bien el peso. Ella ha implantado el virus de la lectura en su servicio, y ha contagiado a algunos de sus compañeros. Iba acompañaba por una de sus médicos residentes que también se llevó unos volúmenes. Esa es otra manera de dar a conocer la biblioteca, que se corra la voz entre pacientes y entre profesionales.
En el hospital de Guadarrama el trato con el paciente es distinto, las estancias son más largas. La relación entre profesionales e ingresados es más pausada que la que existe en los hospitales de agudos (los que tienen urgencias y quirófanos) donde la estancia media es de unos nueve días, mientras que en los de media estancia está entre las 33 y las 34 jornadas. En estos últimos, las supervisoras informan a los que llegan de los servicios que ofrece el hospital, entre ellos los libros de los que disponen en las salas de estar, que son de libre acceso.
Las bibliotecas están sobreviviendo a la pandemia a pesar de estar en el epicentro de ella. Son resistentes desde su nacimiento, algunas con más de 20 años. Sin presupuesto, se nutren de donaciones, en algunas, como el Clínico (8.000 volúmenes) sí tienen personal específico, pero en otras como el Ramón y Cajal dependen de voluntarios o el de Guadarrama, donde una auxiliar administrativa lleva libros una o dos veces por semana a las habitaciones de quienes no pueden ir a las salas de lectura. Personal como Carmen Guzmán, auxiliar de formación, escritora, poeta, coordinadora de clubs de lectura en su tiempo libre y a quien se le nota la emoción cuando Mateo, de 20 meses, va a devolverle el libro de dinosaurios que ha estado leyendo mientras esperaba en la consulta de alergias, contigua a la biblioteca del Clínico.