“La ciencia ficción puede ser infinitamente más rara que el mundo”
Jeff Noon (Droyslden, 63 años) debutó en 1993 con una novela, Vurt, que le valió, por un lado, el prestigioso Arthur C. Clarke del año siguiente, y por otro, el acertado apelativo de “Philip K. Dick de los 90”. La novela, primera de una tetralogía (la tercera y la cuarta parte siguen inéditas en español), exploraba un mundo futurista en el que nada podía ser cierto— la realidad, como en Matrix, estaba dividida entre lo aparente y lo real, y lo real había dejado de existir, o eso parecía—, empezando por el hecho de que sus habitantes eran seres antropomórficos de todas las especies —incluidos insectos— colgados de una droga orgánica, las plumas Vurt, sin la que nada tenía sentido.
Vurt supuso un paso de gigante en algún tipo de ficción especulativa aún por explorar, un post ciberpunk que se sitúa en los albores del new weird. Con un Manchester lisérgico y salvaje, esquivo y oscuro, de fondo, en Vurt se reconstruía el espíritu de las calles de los 70 y los 80 en un nuevo y fascinante universo alternativo en el que la música y el crimen, y todo lo posible —a Noon también se le tiene por un Lewis Carroll de lo subterráneo—, estaban muy presentes. El autor, que entonces tenía 36 años, provenía del mundo de la música. Había sido guitarrista de Manicured Noise, banda de culto del post punk, y pintaba cuadros.
Su influencia en el terreno de lo especulativo es mayúscula, también en España, pese a que aquí solo se editaron tres libros suyos de la casi veintena que ha publicado. Y lo hicieron hace casi dos décadas. El que precede al recién llegado El Rey Perdido (RBA), data de 2003. El Rey Perdido es un glam noir sobre la condición de “santos modernos” de las viejas estrellas del rock. Está ambientado en los 80, el protagonista es un detective al que todo le sale mal — Hobbes—, marcado por el suicidio de un compañero tras un supuesto ataque racista en el que intervinieron ambos. Investiga, Hobbes, el asesinato de Brendan Clarke, un cantante fan de Lucas Bell —una especie de David Bowie— maldito.
Uno debe ser siempre un lobo solitario. Hay que recelar de los grupos y las tribus
Bell está muerto, y Clarke estaba recogiendo los pedazos que habían quedado de él cuando alguien lo mató. “Brendan hace lo que puede para conectar con esa figura sagrada: colecciona objetos suyos, copia su estilo, incluso ha intentado acostarse con una de sus amantes. Necesita esa conexión para sentirse vivo”, dice Noon. Lo dice desde Brigthon, la ciudad en la que vive y en la que ha pasado el confinamiento. “Oh, mi vida no ha cambiado en absoluto con todo esto. Vivo solo, y no tiendo a salir de casa. Cuando quedo con mis amigos, intento no pasar demasiado tiempo fuera. Muchos me han preguntado estos días cómo puedo escribir ciencia ficción cuando el mundo se ha vuelto tan raro, y yo les digo que la ciencia ficción puede ser infinitamente más rara que el mundo”, dice.
Escribe en la mesa del comedor, y siempre con música de fondo. Asegura que la novela, cualquier novela, “examina las posibilidades de lo real”, es “un laboratorio” en el que se prueba, una y otra vez, lo que podría pasar. A todos los niveles. En su caso, además, está el asunto de la búsqueda de “nuevas formas”. “Uno debe ser siempre un lobo solitario. Hay que recelar de los grupos y las tribus. No ves nada cuando estás ahí dentro porque nada te pone en cuestión”, reflexiona. Sus personajes dudan de todo porque no creen en nada. Están, de alguna forma, suspendidos en su propio vacío, “buscando respuestas”. “Nunca se rinden, y nunca dirían nunca, están dispuestos a todo porque ¿qué somos sino almas cambiantes?”, se pregunta. Una radicalización de esa afirmación es el motor de El Rey Perdido.
“Una de mis películas favoritas de todos los tiempos es Onibaba, un clásico del cine de terror japonés. En ella, el protagonista adopta el rol de otro y eso le cambia por completo. Algo así ocurre con los fans, y la influencia que sus ídolos tienen sobre ellos. Es decir, puede que les ayuden durante una etapa de su vida en que se sienten vulnerables, pero ¿qué pasa cuando el hechizo se mantiene? El encantamiento puede durar años, o no desaparecer”, relata Noon. Lector de, sobre todo, J.G. Ballard, empezó a escribir con su estilo, personalísimo, en mente. “No leo mucha ciencia ficción, pero la escribo porque me gusta su espíritu. Me permite explorar mis propios reinos inventados, y aportar algo de magia al mundo en el que vivimos, además de analizar comportamientos extremos del ser humano. No hay límite en el género, y eso me fascina”.
Las estrellas han dejado de brillar
En ‘El Rey Perdido’ todo tiene base real, aunque no lo parezca. No es solo que el ídolo caído sea David Bowie, sino que la Ciudad del Edén, el lugar imaginario en el que sus seguidores se refugian parte de la ciudad imaginaria que crearon los miembros de U2 cuando eran adolescentes: Lipton Village. “¿Por qué no podía existir en esa ciudad imaginaria, como lo haría en cualquiera real, un asesino en serie?”, se preguntó Noon, y ahí empezó todo. Automáticamente. “Me acordé del primer personaje que creé. No era más que un niño, y se me ocurrió crear una estrella del rock. Se llamaba Jonathan Two. Escribía cómics y él era el protagonista. Para mí, era un ser superior, al nivel de cualquier superhéroe”, explica. Como siempre que se pone a escribir, “todo converge y crea algo nuevo, que en realidad proviene de la suma de un montón de inquietudes”, entre las que, en este caso, figuraba la de la poca importancia que se le da estos días a las estrellas. “Las estrellas han dejado de brillar como lo hacían en los 70, los 80 e incluso los 90. Antes de internet, eran figuras misteriosísimas, que se elevaban por encima del resto de nosotros, los mortales. Hoy han perdido por completo ese poder”, dice.