La relación de la guerra con la biodiversidad colombiana en una novela
El conflicto armado en Colombia es una de las vetas de la actual narrativa colombiana. Los escritores han procurado abordar el tema con las múltiples herramientas de la ficción para brindar luces y abrir preguntas respecto al dilema nacional. El periodista Santiago Wills –ganador en dos ocasiones del premio Simón Bolívar de Periodismo– presentó en la FilBo su primera novela, Jaguar. En ella narra la historia del comandante paramilitar Martín Pardo y su compleja relación con Ronco, un jaguar. EL COLOMBIANO dialogó con Wills de este trabajo.
Hasta ahora su nombre figuraba en el radar de los lectores por sus crónicas. ¿Por qué decidió dar el salto a la ficción?
“Siempre quise escribir ficción. Estudié Filosofía para nutrir las novelas y cuentos que en el colegio imaginaba escribiendo. A mitad de carrera, leí Ébano, de Ryszard Kapuœciñski, y descubrí que podía combinar los viajes con la escritura literaria. En ese sentido, Jaguar fue un retorno a ese primer amor, y un retorno que por primera vez me permitió –hasta cierto punto– moldear la realidad, darle una nueva forma al mundo. También me dejó jugar en el sentido literario más puro: barajando frases, párrafos y palabras para engañar a los lectores y crear, como decía Nabokov, un castillo de naipes cuyas paredes poco a poco se convierten en acero y cristal”.
Qué le revela sobre la guerra en Colombia la conexión de un jefe paramilitar y un jaguar?, ¿qué clave encontró ahí que le permitiera entender el país?
“En un primer nivel, por supuesto, habla sobre el poder simbólico del jaguar, el mismo que han perseguido desde hace milenios los humanos, ¿no es así? Los paramilitares, así como algunos narcos, tanto en Colombia como en México, querían tener un jaguar porque eso les confería poder. Si eran capaces de dominar al mayor depredador del continente, ¿qué no podrían hacer? Si tenían encadenado a semejante animal, ¿quién, en sus cabales, querría enfrentarse a esa persona? Pero nada de esto es nuevo. Desde que existe la guerra los animales –y los depredadores, sobre todo– se han usado como símbolos de poder. En ese sentido, en Colombia, el uso del jaguar, los cocodrilos, las serpientes, los burros, las tortugas y otros animales ha sido una muestra de la degradación de la guerra, de que nuestra guerra comparte mucho con las que se llevan luchando desde hace miles de años.
Ahora, hay una diferencia con Martín Pardo y Ronco. Martín no buscó al jaguar por una cuestión de poder. Los demás le otorgaron su alias, pero su relación con Ronco no está basada en ello. Hay un amor genuino, así sea malsano, entre Martín y Ronco. Si las cosas se hubieran dado diferente, es probable que Ronco hubiese terminado atacando a alguien. Quizás no al mismo Martín, pero sí a Amalia o a alguna otra persona en Pantanal de la Sierra. Ronco, después de todo, es un animal salvaje. Pero hasta el punto en el que se llega en la novela, la relación que tiene con Martín está basada en ese amor que llega a existir entre animales de diferentes especies. Ronco, entonces, también representa ese otro aspecto de la humanidad: nuestra capacidad de amar, nuestra animalidad y nuestra gravitación hacia la belleza, incluso en medio de la guerra.
¿Cuál es el hechizo de este felino?, ¿cuánto tiempo lleva tras sus pisadas?
“El jaguar tiene una belleza inaudita. Su pelaje es un sinsentido, una oda a la belleza producto del azar y las fuerzas de selección que rigen la vida. Culturalmente, ha sido siempre un dios o una figura de poder. Y, en términos medioambientales, el felino ha dado forma al continente americano –a la geografía misma, en algunos casos– desde su posición de depredador ápice. A pesar de todo esto, solemos olvidarlo. La gente piensa en África y de inmediato piensa en el león, piensa en Asia y piensa en el tigre, piensa en América y rara vez le viene a la mente el jaguar. En parte quiero cambiar eso. Y en parte quiero dejar un registro de una criatura que quizás desaparezca, como tantas otras, en el próximo medio siglo”.
Volvamos a la novela. Para escribir la suya, ¿leyó novelas colombianas sobre el conflicto armado y la violencia?
“Sí, leí todas las que encontré. Y hay de todo, cómo no. Grandes novelas y novelas pobres, innecesarias. Pero la realidad es que para la escritura de Jaguar no me apoyé tanto en las novelas colombianas sobre el conflicto. Usé, más bien, novelas sobre la guerra, en general, novelas que me han marcado (hay, como lo menciono en los agradecimientos, frases o alusiones al Quijote, Ulises, La casa de las bellas durmientes, entre otros), y muchos libros de no ficción acerca del conflicto en Colombia. El libro se alimentó principalmente de ellos: las obras de Alfredo Molano, historias de Colombia, libros escritos por paramilitares, mercenarios, políticos, etc.”.
¿Cómo va el proceso de escritura y de publicación de La sombra del jaguar?
“Avanza lentamente. Como la gran mayoría de los escritores en Colombia (y el resto del mundo), quisiera poder vivir de la escritura, pero me resulta imposible. Por ello, no he podido dedicarle todo el tiempo que quisiera a la escritura del libro de no ficción acerca del jaguar. Pero la reportería ha avanzado. El año pasado viajé al sur de Arizona y al muro en la frontera para investigar acerca de los alcances políticos de la presencia del jaguar en ciertas partes de América; pasé un par de semanas en el norte y en el sur del Pantanal, en Brasil, observando jaguares y aprendiendo acerca del turismo de avistamiento de jaguares y el conflicto entre humanos y estos felinos; estuve en una playa cerrada al público en Costa Rica aguardando la llegada de jaguares que esperan atentos el desove de miles de tortugas en noches de luna menguante; y este año viajé a Surinam para hacer reportería sobre el tráfico de partes de jaguar hacia el mercado asiático. En mayo, viajo a México y luego en junio voy a la Amazonía brasilera. Después, espero hacer un par de viajes más dentro de Colombia para poder ya sentarme y redondear el libro. Quiero que sea algo poderoso y creo que voy por buen camino”.