Margaret Atwood, la maestra de la distopía
El nueve de septiembre del año pasado cientos de personas hacían fila afuera de la librería Waterstone’s, en la calle Picadilly, en el centro de Londres. Muchos de los que esperaban entrar al evento que excepcionalmente haría que la icónica librería abriera sus puertas a medianoche eran mujeres. Varias vestían túnicas rojas que rozaban sus tobillos y capotas blancas que ocultaban sus caras. Esa multitud esperaba el lanzamiento de Los testamentos, la secuela que la escritora canadiense Margaret Atwood escribió de su singular novela El cuento de la criada, publicada en 1985. Esa noche los asistentes tuvieron la oportunidad de ver a la escritora y oírla leer un fragmento de la novela con la que ganó por segunda vez el prestigioso Man Booker Prize.
Quizás el calor cartagenero desanime el uso de túnicas rojas, pero el próximo 31 de enero, en el que será uno de los encuentros más importantes del Hay Festival de Cartagena, habrá casi mil quinientas personas en el Centro de Convenciones atentas al lanzamiento de la primera edición en español de Los testamentos, novela que retoma el régimen totalitario de la ficticia República de Gilead y nos ofrece un vistazo del inicio de su final. Y por supuesto: expectantes también de oír y ver a su autora.
Margaret Atwood publicó su primer libro en 1961, una colección de poemas, cuando tenía veintidós años. Desde entonces ha publicado dieciocho libros de poesía y el mismo número de novelas, once libros de no ficción, nueve colecciones de cuentos, ocho libros infantiles y dos novelas gráficas. Es prolífica, y mucho. Su primer libro de poemas ganó la medalla E. J. Pratt, y no ha parado de recoger honores a lo largo de su carrera. En 2019 compartió el Man Booker Prize con Bernardine Evaristo, un galardón que ya había recogido en el año 2000 con El asesino ciego, una caja china magistral que combina la novela histórica con la ficción especulativa, quizás los dos géneros por los que es más conocida en el mundo.
Sin embargo, su inmenso catálogo deja claro que el género no es un asunto que le preocupe demasiado. Su obra no solo ha navegado las aguas de prácticamente todos los géneros, sino que cruza los linderos entre uno y otro en un mismo libro. Atwood tiene una obra para cada gusto: si le gusta la novela negra, lea Alias Grace, pero también léala si le interesa la novela histórica. Si quiere ver cómo una novela se ve a contraluz de un libro de poemas, lea Resurgir y Power Politics; libros hermanos. Si prefiere las series, lea Oryx y Crake y El año del diluvio. Esas las puede leer en cualquier orden porque ocurren en el mismo tiempo narrativo, pero después asegúrese de leer Maddadam, el tercer libro que cierra ambas historias. Si le gusta el arte, lea Ojo de gato, con cuidado porque la crueldad de las niñas adolescentes puede afectarlo. Atwood ha reinterpretado la mitología griega y a Shakespeare. Se ha agarrado de la Biblia y de los cuentos de hadas. No importa el tipo de lector que sea, ella ya escribió un libro para usted.
Su obra ha gozado de una popularidad internacional que se incrementó en noviembre de 2016. Justo después de que Trump resultara elegido presidente de Estados Unidos, las ventas de tres novelas se dispararon en cuestión de horas: 1984, Un mundo feliz y El cuento de la criada. Quizás la gente necesitaba constatar hasta dónde la realidad que vivimos empezó a superar a la ficción. Justo después se lanzó la adaptación que Hulu hizo de El cuento de la criada y se reportó que las ventas de esa novela aumentaron un doscientos por ciento ese mismo año. Muy pronto fue común ver mujeres vestidas como las criadas de Atwood protestando por causas que van desde la violencia de género hasta la legalización del aborto, en lugares del mundo tan distantes como Londres, Buenos Aires, Dublín o Zagreb.
Es natural que El cuento de la criada resultara tan oportuno en el momento en el que las mujeres empezaron a hablar abierta y masivamente sobre abuso sexual y violencia de género. Una novela que dibuja un régimen totalitario de naturaleza puritana bajo el cual las mujeres divorciadas, las madres solteras y las mujeres homosexuales son usadas como esclavas reproductivas para la clase dirigente es un espejo en el cual mirarnos como sociedad. Y eso es lo que hace Atwood: no escribe sobre universos en el futuro distante que todavía no se pueden materializar. Eso es ciencia ficción. Su obra toma elementos de lo que ya hemos hecho y construido como sociedad y nos lo muestra, pero lo ilumina con una linterna distinta; una que nos asusta. Si no vemos lo que ella ve, necesitamos mirar con mayor atención. Si no somos capaces de verlo, ¿quién nos garantiza que sus distopías y sus cataclismos ambientales no están a la vuelta de la esquina?
Usted escribió El cuento de la criada cuando vivía en Berlín occidental en el 84, en un momento en el que los límites de la cortina de hierro no se podían cruzar y el feminismo de segunda ola empezaba a atenuarse. Escribió Los testamentos en el contexto de Trump, brexit y #MeToo. No ha incluido nada en estas dos novelas que no haya ocurrido antes en la historia. ¿Por qué cree que El cuento de la criada resulta tan oportuno en este momento? ¿Por qué sintió la necesidad de escribir una continuación?
Esta fue la secuencia de eventos: El cuento de la criada en 1985, en un momento en el que se intentaba hacer retroceder los derechos que las mujeres habían ganado en los setenta. La caída de la cortina de hierro en 1989. Luego en los noventa todo el mundo se fue de compras y la postura oficial era que las mujeres estaban perfectamente bien. En el 2001 vino la destrucción de las Torres Gemelas y en el 2008 el colapso financiero. Las cosas se veían menos alegres que en los noventa. El miedo provoca reacciones, y eso fue lo que vimos con la elección de Trump. Pero podíamos ver que eso venía desde mucho antes. Me pareció que sería muy interesante regresar a un Gilead más avanzado en su historia, en el momento en el que empieza a desmoronarse. Puede ser que resulte demasiado optimista asumir que todos los sistemas similares terminarán cayendo en los agujeros negros que ellos mismos crean; pero ese es, más o menos, el punto de vista que prefiero asumir. Ambos libros son oportunos en este momento porque estamos viendo la aparición de muchos ejemplos de las cosas que aparecen en ellos.
El cuento de la criada ha sido adaptado varias veces (película, ballet, ópera, serie de TV). La serie ha resultado muy exitosa, y en Los testamentos responde preguntas que lectores y audiencia tenían sobre el destino tanto de Offred como de Gilead; incluso recoge algunas pistas que deja la trama de la serie. ¿Cómo fue volver a la historia treinta años después?
Fue todo un reto, pero también fue muy estimulante. Y muy riesgoso. No podía haber retomado la historia de Offred, eso no estaba dentro de mis posibilidades. Pero sí podía echarle un vistazo a un Gilead tardío a través de otros ojos. Para serle honesta, no estoy segura de cómo logré escribir ese libro. En ese momento tenía varias presiones en mi vida personal y familiar. Pero escribirlo definitivamente fue una forma de escapar de esas presiones. Creo que muchos escritores han pasado por eso.
Su obra está poblada por las voces de mujeres que cuentan su propia historia. ¿Cuál cree que es el potencial que tienen las narraciones de las mujeres para recuperar el poder, arrojar luces sobre la injusticia o el desbalance en el poder?
Para ser justa, también escribo desde el punto de vista de personajes masculinos. Aunque ciertamente no lo hago con mucha frecuencia. Las narrativas de todo tipo tienen el efecto de hacer que el lector simpatice con el narrador. Me he interesado en personajes femeninos no porque invariablemente sean ángeles victimizados, sino porque son seres humanos, con todas las complejidades y ambigüedades morales que ese estado supone. La gente que está en una posición ‘de abajo’ –muchas mujeres, esclavos, prisioneros, miembros de grupos oprimidos– tiene que ser más astuta y percatarse más del peligro que aquellos que están en una posición ‘de arriba’. Un paso en falso les puede costar mucho, mientras que la misma acción ejecutada por una persona con poder no tendrá consecuencia alguna. Si acaso, tendrá una pequeña. Habitualmente, pero no siempre, ese mandamás es un hombre.
Algunas de sus narradoras se juegan la vida al contar sus historias, o sus relatos tienen consecuencias desastrosas para otros. ¿Es esta su forma de exigir que el lector comparta la responsabilidad de ese riesgo y se mantenga involucrado y comprometido de convertir la lectura en un acto político?
No particularmente. No soy tan ingeniosa. Las narrativas de la tradición occidental muchas veces se preocupan por los secretos y las mentiras, así como por la revelación de esos secretos y mentiras. Eso se llama ‘suspenso’ y tiene el efecto de –idealmente– mantener al lector interesado. Una novela sin peligro de ninguna clase en ella –ya sea físico, social, psíquico– es probablemente una novela aburrida. Tenga en cuenta que dije ‘probablemente’. Cualquier cosa es posible.
Usted ha sido profesora y mentora de nuevos artistas. Por ejemplo, de la británica Naomi Alderman. ¿Cuál sería su principal consejo para escritoras emergentes en una industria todavía dominada por hombres?
Hoy está menos dominada por hombres de lo que solía ser, por lo menos en América del Norte. Lo más probable es que su editora sea mujer. Mi consejo sería el mismo que le daría a cualquier escritor que quisiera recibirlo: simplemente siga adelante. Ponga las palabras en la página, y en ese momento tendrá algo con qué trabajar. Y nadie va a ver lo que escribió hasta que usted lo permita, así que siempre puede corregir y revisar. No le tenga miedo a la página: está esperando por usted. La página quiere ver lo que usted va a decir.