“Me asombró descubrir el pasado nazi de científicos que había estudiado”
Estudiaba los insectos mucho antes de doctorarse en Biología y se hizo un nombre como articulista de divulgación científica antes de impartir clases de Periodismo en la Universitat de València y de dirigir la revista de investigación Mètode. Pero además, Martí Domínguez, valenciano de 53 años nacido en Madrid, es hoy uno de los novelistas más respetados y premiados de la actual literatura en catalán. Ahora ha vuelto a franquear la frontera a menudo impermeable de la traducción al castellano con El espíritu del tiempo (Destino), su última novela que sale mañana a la venta vertida al español por él mismo.
El libro aborda la complicidad entre la comunidad científica y el régimen nazi a través de las andanzas de un investigador austriaco, un tanto cínico, que pasa de esbozar en su casa teorías darwinistas y eugenésicas sobre el comportamiento animal a llevarlas a la práctica con humanos en Polonia. Acaba recibiendo el Premio Nobel muchos años después de la Segunda Guerra Mundial. Es ficción, pero muy real, y basada en hechos documentados.
“Me asombraba descubrir el pasado nazi, que había sido blanqueado, de científicos que yo había estudiado en libros de texto de Biología”, explica Martí Domínguez. “Algunos, cuando volvieron de los campos de concentración soviéticos, como mi personaje, se encontraron con que nadie quería hablar del nazismo. Hay un proceso de silenciar el pasado. Es cierto que se condena el nazismo pero también se condena su memoria. En Polonia, los visitantes de los campos de concentración como el de Auschwitz [de cuya liberación se acaban de cumplir 75 años) son casi todos extranjeros, pero muy pocos polacos. Y menos aún alemanes”.
El protagonista de esta novela creía totalmente en el nazismo. “También era una forma de liberarse del catolicismo. Thomas Bernhard ya decía en sus libros que pasaron del nazismo al catolicismo asfixiante de antes. Mi personaje se queda deslumbrado con el nazismo. Le pasó al mismo Heidegger. Muchos participaron directamente; otros se dejaron arrastrar. También el régimen nazi destinó mucho dinero para la ciencia. Hitler decía que toda ciudad tendría su centro de investigación. Inquieta mucho pensar en ello. Pero es que la comunidad científica veía a Hitler como un demiurgo, un visionario”, relata el autor de El regreso de Voltaire (Premio Josep Pla).
Domínguez ejerce de periodista y se anticipa a la pregunta: “¿Qué pasaría ahora si hubiera un régimen así? Hemos de aprender de lo que sucedió y de la gran dificultad de oponerse cuando ya se ha implantado un régimen totalitario. Ahora pensamos: qué pocos alemanes se opusieron al nazismo. Y comienzas a buscar nombres importantes, que no fueran judíos o declaradamente marxistas, como Bertolt Brecht, y no hay tantos. Incluso a Thomas Mann le supuso un problema denunciarlo, y no lo hizo hasta que se vio en el exilio. Stefan Zweig, que era judío, no escribió ni una línea contra el nazismo, salvo en sus memorias póstumas. Resultaba muy difícil. Por eso hay que ser muy contundente ante el resurgimiento de ideas totalitaristas antes de que sea demasiado tarde”.
Para documentarse y recrear la trama de su novela, el escritor consultó a historiadores y rebuscó en archivos, además de recorrer escenarios de Austria, Checoslovaquia, Polonia y Bielorrusia. En este último país, llegó a tumbarse en las trincheras nazis de la línea del frente ruso cuya ruptura por parte del ejército soviético “cambió las tornas de la Segunda Guerra Mundial”, aunque la historiografía señale, sobre todo, el desembarco de Normandía, apunta. De aspecto tranquilo y risueño, es más probable imaginar al autor de Las confidencias del conde de Bufon paseando por el Jardí Botànic, donde se ubica su despacho y donde se realizó esta entrevista, que arrastrándose por una antigua trinchera.
Con El espíritu del tiempo, Martí Domínguez se ha introducido en un nuevo territorio literario, alejándose de su apreciado Siglo de las Luces y acercándose a programas como la inseminación de púberes por oficiales de las SS o al secuestro de niños eslavos para repoblar los territorios ocupados como Polonia. “Soy un racionalista puro y duro, pero la ciencia sin conciencia es un error. Siempre debe ir acompañada de ética. Con los nazis la ciencia ocupa el campo de la filosofía para legitimar la masacre. Los judíos eran la punta de lanza. Los campos de concentración se construyeron también para lo que venía después, si llegan a ganar la guerra: millones y millones de eslavos muertos”.
La novela se adentra en el plan nazi para repoblar y germanizar: “El espacio vital de Alemania era el Este, que se consideraba un espacio poblado por subhumanos. A los niños que eran germanizables les quitaban su identidad, los sometían a una rápida educación y los enviaban a familias alemanas, especialmente de las SS. Se recomendaba a las mujeres alemanas que tuviesen al menos cuatro hijos, de modo que pagarían menos impuestos, y también se animaba a las jóvenes de 14 y 15 años a reproducirse, con la apertura de casas de inseminación (Lebensborn). Perdían caudal genético en la guerra y necesitaban repoblar territorios inmensos como Polonia o Ucrania”, explica.
¿Y todo esto no “pertenece al espíritu del tiempo” como dice el escritor y antiguo soldado nazi Ernst Jünger en la cita que abre la novela? “Esa es la gran añagaza, el pretexto para justificar después el enorme silencio. Con los juicios de Nüremberg se condenaron a los principales capitostes, y la sociedad alemana consideró que con esto ya había bastante, y se produjo un inmenso periodo de amnesia colectiva, como denunció el escritor W. G. Sebald en una de sus novelas. No, siempre se debe vigilar el espíritu del tiempo. En ningún caso justifica los hechos”, sostiene Domínguez.