Se fue Julio Paredes, autor del ‘jardín secreto’ de nuestra literatura
El escritor bogotano Julio Paredes, fallecido este 31 de agosto en Bogotá a los 64 años, hacía parte de ese ‘jardín secreto’ de la literatura colombiana, de autores silenciosos, profundos y constantes, ajenos a la figuración pública, como se lo recordó uno de sus amigos a EL TIEMPO, el escritor y editor Juan David Correa.
“Julio era un tipo entrañable, discreto y silencioso, que había ido cocinando una obra literaria importante. Era de esos escritores colombianos que, como Tomás González o como Evelio Rosero, fueron encontrando un lugar en la literatura colombiana, desde los márgenes. Era un enorme cuentista. Su último libro, ‘Aves inmóviles’, es una obra no solamente muy conmovedora y bella, sino muy premonitoria. Porque habla de la extinción, de la muerte”, anota Correa.
Justamente con ese libro, Paredes ganó a finales del 2020 el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura. Había quedado finalista, junto a las obras de sus colegas Esteban Duperly, Sara Jaramillo, Orlando Mejía Rivera y William Ospina.
En su libro, el autor da vida a un taxidermista que recibe un encargo y reto: disecar el caballo de paso propiedad de un hacendado. Durante la práctica, el protagonista nota algo sospechoso en el animal, que lo hace preguntarse sobre las relaciones entre el arte, la vida y la muerte, tan propias de su quehacer.
Para el jurado, conformado por los escritores Pilar Quintana, Claudia Piñeiro y Mario Barrero, ‘Aves inmóviles’ “produce una reflexión sobre la profesión del personaje que es, a la vez, un ejercicio literario que se pregunta por las posibilidades de la creación estética. (…) Una novela con un trabajo metaliterario sutil, en la que se habla, de manera metafórica, sobre el oficio de escribir mientras se cuenta la historia”.
Paredes se formó como filósofo en la Universidad de los Andes y tenía una maestría en Literatura Medieval de la Universidad Complutense de Madrid.
Precisamente, de esos años universitarios, su amigo, el periodista Eduardo Arias, que estudiaba biología, recuerda que compartía con Paredes su amor por los libros en un grupo de tertulia que se llamó ‘La muñeca partida’. “Todos en ese grupo eran grandes lectores. Eran apasionados por la literatura y el ensayo. Nosotros teníamos la revista ‘Chapinero’ y él formaba parte de lo que se llamaba ‘La Cerbatana’”, anota Arias.
Tanto él como otros de sus amigos, o quienes no lo conocían bien, tuvieron la impresión de que Paredes era un hombre serio, tal vez por esa manera de ser reflexiva. Pero una vez les abría su intimidad, todos están de acuerdo en que era el hombre más generoso y encantador.
“Julio era muy callado, muy discreto, pero tenía un muy buen sentido del humor. Yo tenía una idea de él como de que era bravo, cuando estaba en la universidad. Era una época en que estaba eso de la izquierda de que había que ser serio y circunspecto. Y nosotros con ‘Chapinero‘, era más mamaderita de gallo. Y yo pensaba que él lo miraba a uno rayado, pero después descubrí ese sentido del humor y simpatía. Él lo saludaba a uno de una manera muy cálida”, recuerda Arias.
Su vida la dividió entre la escritura y el oficio de editor. Trabajó en Norma y se desempeñó como coordinador editorial del programa de la Alcaldía de Bogotá de promoción de lectura Libro al Viento, entre 2006 y 2012, al lado de su amiga Ana Roda, actual directora de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
“Es difícil hablar de un buen amigo cuando recién sabemos que ya no va a estar cerca nunca más para seguir conversando con él. Lo conocí hace muchos años, y me sorprendió siempre su sensibilidad a flor de piel y, a la vez, de una profundidad difícil de alcanzar. Tal vez fueron sus libros los que me ayudaron a seguir los recorridos de esa mente delicada, fina, reflexiva. Escritor cuidadoso y dedicado como pocos, sus obras seguirán hablando de su forma particular de relacionarse con los demás y con los dolores de su alma, con esa sensibilidad poderosa y tremenda que lo llevaba a reelaborar, disfrutar y sufrir a la vez, inmensamente, todo lo que leía, oía, veía o quería”, anota Roda.
Otra de sus compañeras de esa época en la Secretaría de Cultura fue la editora Catalina Holguín, quien resalta el gran lector que era Paredes, con quien fueron “amigos por los libros y gracias a los libros”.
“La nuestra fue una amistad de lecturas, de pasear las ferias del libro de Bogotá y Guadalajara descubriendo, gracias a su ojo y olfato, los mejores libros, porque no había mejor lector que Julio. Gracias a Julio descubrí a Alice Munro y Natalia Ginzburg, y compartimos el amor por W. G. Sebald y las fotos misteriosas, como las de las nubes. Tuve la fortuna de leer anticipadamente su Autobiografía en silencio, que yo creo es su mejor novela, y de compartir mesa con él y sus amigos y amigas, en donde yo siempre fui la mascota joven del paseo, y siempre me sentí muy bienvenida”, anota Holguín.
Paredes siempre estuvo unido a la universidad donde se formó y de la cual también fue catedrático. Labor que combinó como tutor en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y del programa de la Universidad Central.
Entre 2011 y 2013 fue director editorial en el Instituto Caro y Cuervo. Desde 2013 fue el editor general de la Universidad de los Andes.
“Con Julio creció muchísimo el fondo editorial de la universidad. Se notaba la gran presencia que tenía en la Feria del Libro de Bogotá. Me gustaba mucho de su obra, que era muy reflexiva y no tanto de acción. Las obras que leí de él tenían esa fuerza”, comenta Arias.
Paredes deja más de una decena de obras; entre otras, Salón Júpiter y otros cuentos (1994), Guía para extraviados (1997), Asuntos familiares (2000), La celda sumergida (2003), Cinco tardes con Simenon (2003), Artículos propios (2011), Escena en un bosque (2012), Antología nocturna (2013) y Autobiografía en silencio (2016).
Su amiga Ana Roda resalta, además de su amor por la literatura, el que Julio tenía por sus dos hijas, Carmen y Sofía; esta última, artista plástica y diseñadora de algunas carátulas de sus libros.
“Sus hijas y su familia fueron los temas de nuestros últimos encuentros, en almuerzos tranquilos y conversados: sus proyectos, sus ideas grandes, siempre visionarias y entusiastas. Además de su deseo de poder, algún día, por fin, dedicarse únicamente a escribir”, dice Roda.
“Se va un hombre que creo que hizo un papel muy generoso en la literatura colombiana, pero siempre con una gran ascendencia sobre los jóvenes. No era una vedete. Y hay algo muy importante en Julio y es que era un enorme lector de literatura. Leía fluidamente el inglés y traducía. Era uno de esos hombres que realmente le van a hacer mucha falta a la literatura colombiana”, concluye Juan David Correa.