‘Si la cultura no es el epicentro para sobrevivir, estamos perdidos’
Las artes resguardan los recuerdos mejor que los reportes históricos porque logran atrapar los sentimientos de lo vivido. Un ejemplo de ello son las escrituras, los poemas, de los presos en sus diversas formas. Son muchos y en todos los momentos de la historia los textos que así lo comprueban: Las cárceles de Miguel Hernández reflejan el sufrimiento de la guerra civil española; el diario de Ana Frank, el encierro en la trinchera de la cotidianidad durante la Segunda Guerra Mundial; o las cartas de George Jackson, conocidas como Soledad Brother, que con su crudeza cuentan la prisión para los negros durante los años 60 en Estados Unidos.
Lo irónico es que las artes son las que más padecen los tiempos de crisis, por lo menos, desde el punto de vista económico. Quedan relegadas a un plano inferior. Todo lo anterior lo señala un poeta en encierro. Juan Manuel Roca es un reconocido poeta, ensayista y profesor colombiano, doctor honoris causa de la Universidad Nacional y ganador de diversos premios de poesía.
En estos días de pandemia, decidió empezar el 20 de marzo un diario en el que registra: ¿pensamientos? ¿reflexiones? ¿historias? ¿emociones?… registra lo que vive en tiempos de encierro. Ese día empezó así: “Esta vez quiero obedecer. Oigo al presidente y a la alcaldesa decir que tenemos que cuidar a los viejos. Miro para un lado, miro para el otro, y al único viejo que veo soy yo. Me resulta un poco extraño tratarme como si fuera el abuelo de mí mismo”.
El pasado 17 de junio terminó así: “Hasta aquí llega este garrapateado diario intermitente. Cierro el grifo en la confianza de que la pandemia no deslice bajo mi puerta el cobro del agua bendita, su fecha de vencimiento, amén”.
EL TIEMPO conversó con el poeta y sus palabras sobre ‘Diario de un anarco-dependiente en cuarentena’, el cual se pueden leer en su Facebook o en www.lavoragine.net.
Se entrevista mucho a economistas, a políticos, pero poco a los artistas…
Yo lo que creo es que como se habla sobre todo de la economía, y no de la cultura, y me parece que un país sobrevive a sus crisis gracias a la cultura. Yo me acuerdo de un personaje que no es propiamente de mis afectos, pero decía algo muy sensato, y es que durante la Segunda Guerra Mundial había que mantener la cultura porque o sino por qué estaban peleando. Era por la cultura que estaban peleando, por no ser aplastados por la barbarie nazi en ese caso. Y era Winston Churchill, que fue premio Nobel, no se sabe por qué, no era un notable pensador ni escritor, pero tenía toda la razón. Si de algo se trata para que sobreviva algo de un país en crisis, si el epicentro de eso no es la cultura, estamos perdidos.
En los momentos de crisis es donde más apoyo se le debería dar a la cultura…
Yo creo que la frase de W. Adorno ya ha sido superada, dijo: “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie”. Yo creo que es precisamente en los momentos de crisis en los más se debe fomentar la creación porque deja de ser un adorno, una cosa esteticista, de espectáculo, y se vuelve una suerte de resistencia espiritual. Si no se fomenta la resistencia espiritual de la cultura, y fundamentalmente de las letras en general, me parece que nos ganó la barbarie. Si dentro del propio aparato estatal y de quienes pueden tomar determinaciones, las últimas que se llegan a contemplar y que al contrario hay una economía en menguante para la cultura, pues si es así: ya estamos derrotados, estamos vencidos.
Usted dice que un poeta es un traductor de sí mismo…
Un poeta es un traductor de sí mismo, y es que cuando uno logra traducirse a sí mismo quizá logre traducir a los demás. Pero en ese empeño mucha gente nos quedamos a medio camino. Pero de todas maneras yo sí creo que hay una efervescencia alrededor de las palabras. La hay, sin duda, ya se decantará. En ese magma habrá un exceso de sentimientos, y de cosas patrioteras, y de panfletos. Hay una cosa muy interesante y es la condición política de la poesía, porque como no se ha podido poetizar la política, se ha politizado la poética, y eso que para muchos es terrible, es todo lo contrario porque la poesía debe estar sucia de realidad –que no quiere decir realista–. La poesía tiene que contar lo que nos ocurre en el ahora…
¿Para qué sirve que esté sucia de la realidad?
Sirve porque es una reflexión que no nos lleva a una suerte de total escapismo. Hay una poesía edulcorada, almibarada, que está muy cercana al bolero –que no tengo nada en contra del bolero–, pero que está ligada a ese tipo de expresiones y hace un tránsito muy inmediato. Pero la poesía, si uno quiere entender mucho lo que pasó durante la terrible época del nazismo y uno lee a un historiador, seguramente se entera muy bien, pero si uno lee a todos esos poetas expresionistas alemanes, uno se da cuenta de que realmente lo que queda más fuerte y firme son esas expresiones de la poesía sobre esa realidad sucia, turbia, que no eran puramente cantarle al árbol. En este momento, al poeta se le obliga al habla –creo yo–, no es que sea un deber ser, sino que no se puede sustraer porque como no nos movemos en un medio abstracto, ignorar lo concreto es una tontería, es autismo.
¿Cree que en la introspección que estamos viviendo es donde está la clave del cambio que supuestamente vamos a vivir?
Yo no creo que vaya a haber un gran cambio. Va a cambiar alguna gente que tiene un grado de conciencia y que va a salir espantada del espejismo que ha sido toda la cosa consumista y de darse cuenta de que lo esencial no está precisamente en la posesión de objetos inútiles… es como estar atrapado en el paraíso. Si a mí me dicen que el paraíso tiene las características de un centro comercial, prefiero el infierno. Esos espejismos a mucha gente le cambiará, pero realmente mientras no cambien los sistemas va a haber más desigualdad, muchísima más desigualdad, no necesita uno ser un profeta ni un gran sabio en materia geopolítica para saber que esto va a quedar cada vez más en manos de los más poderosos y que realmente es terrible.
¿Le gusta de donde venimos y hacia donde vamos?
Hay un poema de Bertolt Brecht que refleja muy bien la situación en la que estamos, dice: “Estoy sentado al borde de la carretera, el conductor cambia la rueda,/ no me gusta el lugar de donde vengo,/ no me gusta el lugar a donde voy./ ¿Por qué miro el cambio de rueda con tanta impaciencia?”. De donde venimos a mi no me gusta. Eso de que vamos a volver a la normalidad pues no me parece que hayamos vivido en ninguna normalidad, sino en una anormalidad que se nos ha enquistado como corriente, como lo que debe ser, y hacia dónde vamos pues yo tampoco sé… sin embargo, yo estoy mirando la rueda con impaciencia, a qué hora se termina este encierro. A qué hora uno puede saludar tranquilamente y no estar embozalando la voz, a qué hora uno puede ejercer las libertades individuales, si esa cosa coercitiva y autocrática nos tiene encerrados y enjaulados. Yo no soy muy optimista, seguramente algunas cosas cambiarán para bien, pero en lo dominante yo creo que va a seguir peor y que nos van a apretar más las tuercas.
Se ha puesto como ejemplo que después de la peste negra llegó el Renacimiento y se dice que después de la covid-19 podía pasar algo similar, pero el consumismo es muy poderoso…
Sí, y la deshumanización y el individualismo y la ignorancia… Es que ves un pobre que está de acuerdo con los autócratas, como pasa en Colombia, es increíble, pero resulta creíble en la medida que uno piensa que ha habido una malformación cultural y de la educación para llevar a la gente a un grado de sumisión que se maneja con espejismos, con mentiras. Nos muestran el espejito del progreso y estamos muriéndonos de hambre, pero creemos en ese espejito. Nos muestran el espejito de la convivencia dentro de la paz, y nos están matando. Yo creo que se romperá el cascarón, pero creo que va a haber un intento de sojuzgamiento mayor para el hombre.
¿Por qué el diario?
La intención no es una, son varias. Una es primero que todo escaparme, esculcarme, intentar traducirme para intentar escarbar y traducir a los demás a través de lenguaje, que es lo que yo instrumento. No sé si lo hago bien o mal, pero es a lo que me dedico. Por otra parte, porque creo que a pesar del pesimismo que he manifestado, me parece que los cantores de la oscuridad y de lo negro que estamos padeciendo se olvidan de muchas otras cosas que es, por ejemplo, el humor. Yo creo que el humor, como la poesía, son dos muletas que nos ayudan a caminar por este camino pedregoso. Y el humor quiere decir la capacidad de mirar por el otro lado del catalejo la realidad para ironizar sobre la situación y no para dedicarnos al lamento, al gimoteo, al llanto, que me parece que eso además de ser inútil es otra pandemia. Es casi como crear la desazón y la desesperanza.
¿El humor como estrategia para tener esperanza?
Yo intento en eso que escribo hacer reflexiones donde nunca se me olvide un poco la manera de burlarme de mí mismo y de, a través de mí mismo, burlarme de los demás. Hay un grado de complicidad en la vida que no podemos abandonar, que hay un sesgo en el cual todavía nos podemos mirar al espejo y sonreír, que en este encierro que padecemos hay una vida dedicada a tantas cosas que no pueden ser borradas sencillamente por un decreto de que nos aislemos y por un decreto de unos virus y de un enemigo invisible. Entonces yo creo que la exaltación de la vida sigue siendo muy importante, y en medio de eso la denuncia de tantas cosas que nos ocurren como conglomerado social, que nos ocurre a nosotros en los demás, de manera que tiene un carácter no solamente catártico de limpiarme a mí mismo, sino de intentar conectar con los demás.
¿Por qué es anarcodependiente?
Es una cosa irónica porque el anarquismo implica libertad, y ejercer la libertad con la prohibición de poder salir pues es un marco para jugar con una palabra tóxica que es la de narcodependiente, uno goza la libertad de expresarse en la soledad, pero es un dependiente. Hay una ironía, un oxímoron: uno no puede ser a la vez libertario y dependiente. Pero en este caso sí porque pienso de una manera libertaria, pero a la vez soy dependiente porque no puedo jugar a que yo soy un hombre libre. Soy un hombre que quiere ser libre, que es distinto. Por eso anarcodependiente en cuarentena (risas).
En este momento, ¿quién es libre? Pero no solo durante la pandemia, sino desde antes…
Así es. Uno puede ejercer la libertad de pensamiento y ejercerla en su escritura, pero realmente más allá de eso es un imposible. Es muy coercitiva la sociedad en el marco de un capitalismo salvaje.
Si antes de haber hablado con usted me hubiera resbalado en el baño y desnucado, lo último que habría hecho habría sido perder mi última hora de vida llamando a Codensa para que me arreglaran el recibo de pago y yo pudiera pagar lo justo y no lo que ellos querían…
(Risas) Terrible, me hace pensar en una novela de Saramago en la que habla de la ironía de una mujer que antes de morir pide que sus cenizas las tiren en un centro comercial que fue donde pasó los mejores momentos de su vida. (Risas). Es una cosa monstruosa. Es increíble, esa gente de los barrios a los que les han mandado el Esmad, ¿qué es lo que están pidiendo? Agua y un poco de comida. A esa gente lo que hay que darles es trabajo porque o sino los condenan a ser pobres, pero no tienen ni derecho ni siquiera al agua… Es que entre Codensa y el anarquismo, pierde el anarquismo como cinco-cero.