Una sensibilidad para lo horrible: una charla con Martín Doria sobre ‘Los niños de mangle’
En Los niños de mangle, el escritor y médico Martín Doria aborda un tema delicado y atroz; algo que produce asco y de lo que muchos no quisieran ni oír hablar pero que, triste y lamentablemente, ha sucedido y sucede: el turismo sexual infantil en los pueblos más pobres del Caribe colombiano y las redes que promueven y facilitan esta actividad a algunos ciudadanos extranjeros.
La novela de Doria, la más reciente ganadora del Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe, narra con tacto y proeza este duro y monstruoso tema sin llegar a ser grotesco ni morboso. Poniendo el foco en una problemática que se vive a diario pero que muchos prefieren desconocer y hasta negar, su libro sorprende en muchos sentidos. Aparte de relatar una historia con un misterio punzante, estremecedor, el ritmo con el que está narrada es fluido y lleno de tensión. El constante cambio de punto de vista y narrador entre capítulos hace que su lectura sea dinámica y, asimismo, retrata el escenario del Caribe colombiano (el que muchos conocen y donde otros tantos sueñan con ir a pasar sus vacaciones cada año) de una forma nada paradisíaca y acaso más cercana a la dura realidad del país.
Los personajes, un detective privado caído en desgracia, Efraín Sánchez, alias ‘El Caimán’; Köell, un extranjero con unos deseos inconfesables, y una reina del carnaval de Barranquilla con un pasado nada glamuroso, hacen de esta novela un soplo de brisa en el a veces árido panorama literario actual. La muerte de una prostituta y la desaparición de su pequeña hija sumergen a ‘El Caimán’, un detective que se encuentra en una mala racha y se siente acabado, en un mundo lleno de horribles deseos. La intriga está bien sostenida durante todo el libro y aderezada con un elemento sobrenatural que, aunque nunca se explica del todo y es dejado a la imaginación, hace que el lector no pierda el interés.
Los niños del mangle está narrada en capítulos cortos que alternan el punto de vista: primera persona cuando se trata del detective; tercera persona omnisciente cuando es Köell. Este acierto narrativo nos hunde de lleno en los dos mundos: la Barranquilla de ‘El Caimán’, asfixiante, llena de ruido, vallenatos, canciones de Joe Arroyo, arroz con cucayo y miseria; y la apacible, monótona, civilizada y llena de horribles e impronunciables anhelos de Münster, en el norte de Alemania, de Köell.
Ese contraste funciona a la perfección. Por momentos, los pasajes dedicados al pasado de Köell tienen una profundidad psicológica pavorosa y recuerdan la construcción de personajes que realizara Thomas Harris en sus libros sobre el doctor Hannibal Lecter. El escritor deja ver el atormentado y muy real funcionamiento de la psique de Köell de quien, aunque sea un personaje cuyas acciones son injustificables y criminales, nos deja ver el atormentado y muy real funcionamiento de su psique. Aunque no se podría denominar empatía y menos aún aceptación, el sentimiento que produce ese recurso se aproxima quizás a un hipnotizante y frío terror.
Los niños de mangle fue publicada en España por la editorial Edaf a finales del año pasado y es distribuido en Colombia por Ediciones Urano. ARCADIA conversó con él acerca de su obra y de cómo acercarse, desde la literatura, a los horrores del turismo sexual y la trata de niños en el Caribe colombiano.
El tema de Los niños del mangle, el turismo sexual en el Caribe colombiano y la trata de niños, es algo bastante delicado y atrozmente horrible. ¿Cómo logró adentrarse en eso sin resultar grotesco o morboso?
La idea original, la trama básica de horror de la novela (el drama interior del extranjero adulto, aguijoneado por la tentación de un amor prohibido, que pone su vida en juego en el ámbito de una ciudad igual de preciosa que maldita), surgió claramente a mis diecisiete años, conmovido por la lectura reciente de Muerte en Venecia (Thomas Mann, 1911) mientras viajaba de Santa Marta a Barranquilla y atravesaba el rosario de pueblitos de pescadores de la Ciénaga Grande, contagiado yo mismo por el ánimo lúgubre de un futuro exilio que me alejaría del Caribe muchos años. En las siguientes dos décadas no supe darle forma de novela. Me parecía un tema inabordable desde el monólogo interior: no podía identificarme finalmente con el monstruo que oculta un pederasta. Fue recién cuando abracé –en mi práctica literaria– los recursos de la novela negra clásica, que pude darle un marco narrativo que, sin perder sensibilidad para lo horrible, me permitiera interponer la figura de la contraparte heroica: el personaje de ‘El Caimán’.
Los niños de mangle es una de las primeras novelas negras que aborda –así sea de manera tangencial– el tema de los desmovilizados y el proceso de Justicia y Paz. ¿Qué tan difícil fue incluir todo esto en la historia? ¿Acaso fue algo que surgió de forma natural al escribir la novela?
Fue premeditado, aunque creo entender que, para una novela colombiana contemporánea, de género negro sobre todo, el fondo de la vieja guerra interna es ineludible. El tema del posconflicto (otro de los tantos períodos de esta guerra sempiterna) aparece en toda mi obra posterior (especialmente en Un caimán dorado, novela finalista del Medellín Negro, pero también en La muerte y el garabato, editada en ePub), siento que influye a mis personajes al igual que para autores previos debieron influir las épocas de la Violencia y la Hiperviolencia.
En la novela, la atmósfera del Caribe colombiano y la cultura costeña son intensamente palpables.No obstante, se tiende a resaltar los aspectos menos positivos de las mismas: el calor asfixiante, el ruido, la pobreza y la miseria o la corrupción. Es como si el libro siempre quisiera romper esa imagen paradisíaca y de ensueño que muchos tienen del Caribe. ¿Es correcta esta interpretación?
Para los que nacimos en él, el Caribe, antes que un destino turístico para extranjeros de todo el mundo, refiere al tráfago de la vida cotidiana: levantarse temprano para ir al colegio, los juegos de bolaetrapo o béisbol en el parque, el ruido de las palmeras con el empuje de los alisios, los aguaceros huracanados, la tienda del cachaco de la esquina, el calor de la familia, la radio que escuchan tus papás antes de salir a trabajar, el aroma del almuerzo que preparó una abuela, el primer beso, la música permanente que se escucha en las calles, cualquier día de la semana. Un escritor del Caribe no necesita mentir como un folleto de viajes. Esto somos: lo bueno y lo malo; lo lindo y lo feo; lo alegre y lo triste.
El costeño tiene siempre a Jesús y a Dios en la boca, dispuesto también a agradecer y recibir bendiciones de algún santo personaje de la imaginería católica. Da igual que vengas de casa de tu amante, que te hayas ganado la Bolita o que el Junior le haya ganado al Medellín. Ellos, los seres intangibles, caminan a su lado. En todo ese ejército inasible entran luego nuestros fantasmas propios, los de nuestros muertos. Y luego de una guerra de sesenta años, contamos con demasiados, como esos fantasmas de la violencia paramilitar que parecen rendir cuentas con la población pobre de los palafitos de Ciénaga.
El personaje de Köell (por decirlo de alguna manera, el villano principal del libro), está muy bien construido y la profundidad psicológica que se nos muestra es aterradora. ¿Qué requirió para poder construirlo?
Fue el personaje que requirió mayor investigación, en cuanto es el único ajeno a la cultura Caribe. El aspecto de su inserción en las redes internacionales de tráfico de pornografía infantil y en el turismo sexual siempre es un tópico desagradable para la investigación, pero la cantidad monumental de noticias sobre estas redes, sobre la deep web y los retratos que pueden revisarse en internet sobre actores específicos de este horror son un recurso inestimable.
El ritmo de la novela es clave, alternando el punto de vista del narrador (primera persona cuando se trata del detective, tercera persona omnisciente cuando es Köell) y a veces saltando en el tiempo para mostrar el pasado del alemán. ¿En qué momento supo que ese cambio de perspectiva era lo que requería el libro?
Necesitaba el acento sobre los dos personajes contrapuestos: el monstruo y el héroe perdedor. Pero, como dije antes, no me sentía cómodo con una primera persona del pedófilo, quería escaparle al mínimo rastro de auto justificación. Todo lo opuesto quise para el detective, que debía representar además el pensamiento caribe prototípico. El hecho de mezclar tercera y primera, un recurso que a priori puede parecer tramposo para el rigor, digamos, de un conservador escritor de taller, requirió una profunda reflexión personal sobre la intención final del autor, que no es otra que la de presentar un plato, un texto, que haga avanzar la trama de forma dinámica, entretenida y lúcida para el lector, independiente del cuadro de recetas incorporadas. Algo así como: el cuento es mío y lo cuento como quiero.
Los niños de mangle muestra una repugnante realidad que muchos no conocían o habían preferido ignorar. ¿Cree usted que la novela negra, como género, debe abordar esos tabúes y ponerlos en la luz?
Parece ser tal el consenso, habiendo conocido festivales del género en países y culturas muy distintas. El concepto de denuncia, aunque me resulta pretencioso hasta la mueca, es un valor que puede permitirse el arte, sabiamente dosificado, como una voz que busque instalar conciencia en el espectador más inesperado.
¿Volverán los lectores a encontrar al personaje de Efraín Sánchez, ‘El Caimán‘, en una futura novela o relato?
Eso espero, si los lectores tienen la decencia de comprar y considerar bien a Los niños de mangle, y las editoriales cumplen su parte del plan, interesándose en editar nuevos autores. En lo que a mí respecta, hay una segunda novela concluida de ‘El Caimán’ y otra en proceso. Muertes seriales y béisbol a tutiplén.
Los niños de mangle se publicó en España, en donde ganó el Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe. ¿Cómo la han percibido los lectores allí?
Muy bien, según parece por las ventas y las primeras críticas. Inesperado para mí, que dudé injustamente del temple del lector de España para lidiar con el argot popular costeño, aunque tuvimos a bien poner al final de la novela un nutrido glosario. Ahora espero la misma templanza en los lectores capitalinos, antioqueños, caleños, pastusos, amazónicos, pacíficos, etc.
¿Cuáles son sus referentes en el campo de la novela negra? ¿Qué obras recomendaría?
Leonardo Padura (Tetralogía de las cuatro estaciones), Santiago Gamboa (Perder es cuestión de método; Plegarias Nocturnas), Dennis Lehane (Abrázame, oscuridad; La última causa perdida), John Banville/Benjamin Black (El otro nombre de Laura), Bret Easton Ellis (Suites imperiales), Geno Díaz (Los desangelados; Moriré sin conocer Disneylandia).
*Concha es escritor, autor del libro de cuentos de terror Otra Luz y colaborador literario en varios medios culturales.