‘El eternauta’: la obra maestra del cómic latinoamericano
‘La batalla de River Plate’ es uno de los momentos más impresionantes e impactantes de la literatura argentina. Juan Salvo, Favalli y un puñado de guerreros se toman uno de los templos sagrados del fútbol mundial para convertirlo en un fortín clave contra los alienígenas que tienen sometida a Buenos Aires. Juan Salvo, el Eternauta, recuerda desde las tribunas las jugadas de Pedernera con el equipo de la banda cruzada y, desde la parte más alta, contempla la ciudad, la muerte y los escarabajos gigantes que patrullan las calles y rodean el Monumental antes de tratar de lanzar otro ataque fatal.
El eternauta, la obra clásica del cómic argentino, acaba de ser editada por Editorial Planeta en Colombia. Los amantes del noveno arte están (estamos) de fiesta. Porque El eternauta, en nuestro universo y en el de todos los planetas que han pisado los cascarudos, los gurbos, Los manos y, sobre todo, Ellos, solo es comparable con Maus, de Art Spiegelman: el primer cómic que ganó un Pulitzer y puso los dibujos, los diálogos en globos y las viñetas al lado de la densidad de William Faulkner y de la endiablada velocidad de la prosa de Hemingway. El eternauta, por su lado, merece estar al lado de las Ficciones, de Borges, de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, y de Cien años de soledad.
El entusiasmo que despierta El eternauta es visceral; su historia bebe de lo mejor de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, logra las triquiñuelas de tiempo y espacio de Borges y despliega con todas sus piezas un truco genial: ubica un desastre mundial en las calles de Buenos Aires. La historia –antes de convertirse en una novela gráfica– se publicó primero como una tira cómica en la revista Hora Cero Semanal a finales de los años 50 con un tiraje cercano a las 200.000 copias. La revista se agotaba en los quioscos. Los bonaerenses querían saber qué pasaba con la nevada de copos fluorescentes que empezaba a caer en su ciudad y envenenaba el aire sin piedad. Juan Salvo, sus amigos y su familia se salvan en un primer momento por estar encerrados.
Leer hoy El eternauta es ir solo unos años atrás, el fatídico 2020, y estar en cuarentena y usar tapabocas y un impecable traje de apicultor para ir al supermercado porque el coronavirus y la muerte ‘flotaban en el aire’. El covid tenía la sutileza de los copos de los aliens de El eternauta. La obra de Oesterheld y Solano López, como todas las grandes obras de ciencia ficción, también fue profética.
Héctor Germán Oesterheld y sus cuatro hijas murieron asesinados por la dictadura de Onganía en los años 70. Y esos asesinatos también han sido parte de la historia de su obra maestra. Oesterheld fundó la editorial Frontera en los años 50. Su cabeza era un hervidero de ideas y creó varios cómics en los que la ciencia ficción brillaba con una luz especial. Escribía los guiones y se los enviaba a diferentes dibujantes para que les dieran rostros y voces a sus argumentos. Su llave creativa en El eternauta fue Francisco Solano López. En un memorable reportaje en el año 2000 para la revista Gatopardo, el periodista Daniel Riera habló con Solano López y le contó cómo sus amigos se apelotonaban en su casa para saber qué iba a pasar en la siguiente tira. Y algo más increíble: nunca habló demasiado con Oesterheld en el proceso de dibujo y escritura; simplemente le enviaba la historia en un sobre y, cuando se veían, hablaban de todo menos de la invasión de los alienígenas.
¿Por qué asesinaron a Oesterlheld y a sus hijas? Según las versiones de la época, lo que enfureció a los militares fue que en los años 70 hizo una historia del Che Guevara; también escribió una segunda parte de El eternauta, con tinte político (y, en honor de la verdad, bastante floja), que hizo que presionaran a la revista para que dejara de publicarla. En su encierro, también se dice que le pidieron que escribiera una historia ejemplar sobre el prócer argentino por excelencia: José Francisco de San Martín; Oesterheld se negó. Su suerte estaba echada: el lugar donde reposan sus huesos continúa siendo un misterio. Sus hijas, fervientes militantes de izquierda, corrieron la misma suerte. La revancha de Oesterheld, como figura política, tiene un tinte poético. En las calles de Buenos Aires no es extraño encontrar grafitis con su personaje insignia como un símbolo de resistencia. Su eternauta, finalmente, logró frenar una invasión alienígena y no se asustó con las armas más sofisticadas e inesperadas.
Hay algo paradójico en la muerte de Oesterheld; en El eternauta, civiles y militares se unen para pelear contra los invasores, el propio Salvo, el gran héroe de la historia, pertenecía a la reserva, y los militares que aparecen en los dibujos son hombres de honor y no vulgares asesinos. Pero más allá de todo, las páginas de El eternauta ofrecen un tobogán de emociones, en medio del blanco y negro de las viñetas se siente el fulgor de las batallas en las plazas bonaerenses, la forma en que los rebeldes son cercados en la avenida Santa Fe, compartimos las deducciones del profesor Favalli y el miedo que provocan las pisadas titánicas de los gurbos, nos conectamos con el amor de Salvo por su hija Martita y su esposa Elena, nos reímos de los delirios del historiador; abrimos los ojos ante la valentía de Franco; nos imaginamos el caos de los sobrevivientes como en un capítulo de The Last of Us o de The Walking Dead. Y también nos aterramos con Los manos.
Porque Los manos merecen un párrafo aparte. En la década del 50, cuando se publicó El eternauta, los teléfonos celulares y un universo ‘táctil’ estaban bastante lejos. Nuestra vida cotidiana no dependía de la velocidad de nuestros dedos. Oesterheld y López Solano, en otra ‘predicción’ digna de Julio Verne, crearon unos personajes que tenían su mayor poder en esa habilidad. Y no vale la pena decir mucho más: el misterio de El eternauta debe ser descubierto por cada lector. Mire atentamente su ventana; tal vez la lluvia fina de estos días en Bogotá no sea más que un anuncio de Ellos.
FUENTE: EL TIEMPO.com
Escrito por Fernando Gómez Echeverri
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