Goethe: palabra,vida, obra… y opinión

Que la vida va en serio uno siempre lo comprende tarde, como Goethe, que empezó a asumirlo a sus 74 años y sólo porque le rechazó una joven de 19 de la que se había enamorado perdidamente y a la que le había propuesto matrimonio. Especialista en historias (de amor) difíciles, cuando no imposibles, para acabar largándose en el último momento; maestro en doblegar al destino y a las convenciones, el escritor tomó por una vez un gramo de su medicina y vio partir del balneario a la mujer con la que quería casarse.

Pero Goethe es Goethe, la vida lo ha mimado siempre y si hay que insistir, se insiste, de modo que marcha detrás de aquella, que ha cambiado de lugar de vacaciones, por si se alinean los astros y hay milagro. Allí hacen el paripé algunos días hasta que el velo se cae, el desengaño se consuma: Goethe es vencido y se marcha. ¿Qué hace con ese fracaso, con esa crisis? Lo que ha hecho siempre: belleza literaria, que en este caso adopta la forma de los versos de la Elegía de Marienbad.
Desde que, muy joven, partió a estudiar derecho a Leipzig y se enredó con la hija del tabernero, «el impulso amoroso se convierte, ya desde entonces, de manera casi inmediata en escritura (…) la imbricación de arte y vida es ya imparable«, explica Helena Cortés (Salamanca, 1962) en los primeros capítulos de Goethe. Vivir para ser inmortal, la biografía que acaba de publicar la germanista, profesora titular en la Universidad de Vigo y traductora canónica de Goethe (Premio Nacional de Traducción en 2021).
‘Goethe. Vivir para ser inmortal,’
Ella está muy presente en el libro con sus formas y su estilo. Su propuesta es una apuesta: una biografía de autor. En el prólogo, anuncia una «perspectiva desprejuiciada y a la manera de una evocación íntima del hombre». «He querido alejarme conscientemente -explica a La Lectura- del estilo seco de la típica biografía académica que sigue un estricto orden cronológico. Alterno el tono ensayístico con escenas de estilo novelesco para que el lector pueda sentir y pensar al personaje como alguien vivo. Quiero que Goethe deje de ser esa inalcanzable estatua de bronce que adorna las plazas de las ciudades alemanas para convertirse en un ser de carne y hueso».

Tocado por las hadas

Así, los episodios de su vida se plantean como cuadros o escenas de un guion cinematográfico. En primer plano, vemos todos los hechos que fueron marcando la trayectoria vital de Goethe, pero de fondo están las valoraciones y excursiones literarias de la autora por otros géneros. Al comienzo, cuando nace Goethe y está a punto de morir -pero no, porque en su vida todo, prácticamente todo, le salió bien- recrea el cuento de La bella durmiente en el que las hadas van desfilando ante la cuna y haciendo provisión de fondos ante el recién nacido: «Aquellas hadas invisibles se inclinaron con su varita mágica sobre él, y le fueron diciendo con su suave voz: yo te regalo una vida larga; yo te regalo la belleza y el éxito en el amor; yo te regalo una buena familia que te querrá y apoyará siempre; yo te regalo la riqueza y una vida desahogada».
Si es preciso meterse en la cabeza de quienes lo trataron y hasta del propio Goethe, se hace: «Y, Goethe, ¿qué piensa él?», se pregunta la biógrafa del «eterno novio a la fuga», como lo califica, antes de retratarlo a fondo. Porque sí, esta es una biografía valorativa y un libro de opinión, un suelo resbaladizo para este género a no ser que hayas traducido los versos de Goethe y hayas recibido por ello el Nacional a la Mejor Traducción, seas miembro numerario de la Academia Alemana de Lengua y Literatura y tengas en tu haber la Medalla Goethe. «Es sobre todo en el estilo y el tono en lo que mi biografía se distingue de las demás que existen actualmente sobre Goethe. Si he acertado con esta apuesta, lo dirán los lectores».
Weimar, en 1788, acoge la llegada de quien la convertiría en la capital cultural del mundo con la mayor concentración de lumbreras en sus calles. Si se computan los que habitaban en la vecina Jena, donde se gestó el círculo de los primeros románticos, la marca es difícilmente superable en la historia. Pero si hablamos de los alrededores de Weimar hay otros hitos históricos que conviene mencionar.

Voz a un debate eterno

«Los clásicos estudiosos de Goethe se irritarán bastante por el desenfado con que trato al autor más famoso de Alemania», explica Cortés. «Les molestarán algunos detalles que cuento y juicios que hago, por no hablar de la provocación de empezar el capítulo sobre Weimar hablando del campo de concentración de Buchenwald: algo muy relevante para entender las grandezas y miserias de la historia alemana y para poder debatir sobre el tópico de ‘cultura o barbarie'».
«¿Qué habría dicho Goethe de haber sabido que en la ladera del Ettersberg a la que tanto le gustaba subir se iba a alzar ese siniestro lugar», se pregunta Cortés. ¿Buchenwald en una biografía de Goethe? Sí, porque los clásicos, si realmente lo son, responden con voz propia a debates eternos. ¿Protege la cultura de la barbarie? «Goethe así quiso creerlo y puso toda su fe en el peso de la erudición frente al activismo político, siempre cambiante de signo, siempre violento y vil en última instancia. Pero se equivocaba«.
El 22 de marzo de 1832, Goethe da en Weimar el necesario paso para ser leyenda y muere. Cierra así una vida larga, intensa y sorprendente, pues Goethe fue lo que sabes que fue más lo que no imaginas: ministro de Minas, Finanzas y Carreteras; director del Teatro de Weimar; supervisor de la Universidad de Jena; compañero de correrías de su jefe, el duque Carlos Augusto; cronista de guerra; encargado de la administración de justicia…
Todo ello mientras escribía cartas sin descanso, alimentaba las más variadas colecciones, estudiaba y observaba el medio natural, se interesaba y trataba de contribuir al progreso científico, mantenía una familia y cortejaba damas en cadena. Y así, en medio de una vida torrencial, Goethe fue dando forma a una inusitada cantidad de obras destinadas a convertirse en clásicos mundiales: Las penas del joven Werther, Diván de Oriente y Occidente, Viaje a Italia, Ifigenia en Táuride, Fausto
«Desde la absoluta admiración hacia una mente tan activa y tan llena de curiosidad en tantísimos terrenos distintos, ¿cuál sería entonces la mejor obra de arte de Goethe? La respuesta es: él mismo«, afirma contundente Cortés al final del libro. ¿Qué nos enseña una vida como la suya? «A centrar todas las energías en esta existencia, vivir al máximo cuanto ofrece la vida y así aprender todo lo posible sobre el mundo para, de ese modo, aprehender al máximo la existencia».

Goethe, naturalmente

Como siempre se añora lo que no se tiene o no se puede, Goethe, que era la mayor celebridad en lo que se refiere a las letras, estaba empeñado en dejar en el mundo su huella en las ciencias de la naturaleza. «Subrayó una y otra vez que todo cuanto había cometido en el terreno de la observación y en el estudio de la naturaleza era igual (si no superior) a lo que había puesto en la balanza como escritor, y, en cualquier caso, más importante», escribe el ensayista Stefan Bollmann en su reciente Goethe y la experiencia de la naturaleza.
El libro pone el foco sobre una parte importante de su biografía y de su obra si se quiere entender ambas en su completitud: la del minucioso investigador de la naturaleza y la de una vida marcada por ella. Así, devuelve la imagen de un nuevo Goethe que sube al monte, se tiende a ver las nubes, nada desnudo en un lago, se arrastra por una gruta, se agacha para ver hojas, pequeños animales, que observa, observa, observa, hace experimentos, alumbra teorías sobre los colores, escribe tratados sobre el hueso intermaxilar o la metamorfosis de las plantas…
Alguien para quien la naturaleza significaba felicidad y asombro y a cuyo estudio consagró cinco décadas de su vida. A la vuelta de su viaje a Italia (1786-1788), hizo de Jena una ciudad puntera para la que reclutó a los más prestigiosos científicos e intelectuales del momento. En 1794 llega de visita el esperado, el ya famoso Alexander von Humboldt, una de las pocas personas que es capaz de impresionar a Goethe por su intelecto, desparpajo y ambición. Es posible que le recuerde a él mismo de joven. Su sintonía es evidente; hablan de proyectos, investigaciones… Ambos se alimentan.
Bollmann recoge las palabras que Goethe escribió a Von Humboldt poco después de su primer encuentro. «Dado que sus observaciones parten del elemento y las mías de la forma, debemos apresurarnos para encontrarnos en el punto medio«, escribe el autor de esta biografía naturalista de Goethe. Y añade: «Y así es como sucedió».
Brillante en diversas disciplinas tales como fisiología, la botánica o la geología, Humboldt buscaba una idea rectora, una «especia de metaciencia que facilitara la comprensión de todos los fenómenos de la naturaleza», mientras que Goethe era «el que mejor se conocía todas las ciencias que Humboldt quería unificar». Su gran aportación, avanzar en la comprensión de un planeta vivo, semejante a un organismo que respira y en el que todos los elementos están conectados: «La deslumbrante idea de Goethe era que, cuanto más aprendemos a entender la naturaleza, mejor aprendemos a conocernos como seres vivos porque nosotros mismos somos naturaleza«.

 

FUENTE: EL MUNDO.es

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