La poderosa estatura moral de Kenzaburo Oé

En las letras japonesas, Kenzaburo Oé ha sido el gran heredero de una tradición literaria de sólida preocupación humanista legada por Natsume Soseki y Mori Ogai hace ciento diez años. En casi todas sus obras explora temas y asuntos basados en la moral y en la libertad individual. Oé, fallecido el 13 de marzo a los 88 años, aunque se ha anunciado este lunes, sobresale, aparte de por su cultivo de los dos ejes temáticos señalados, por su magistral capacidad para enlazar mito e historia, ternura y cinismo, locura y lucidez.

Escritor de raza y que, sin embargo, procede de la rural Shikoku, cuyos bosques y mitos tendrán un lugar relevante en gran parte de su producción literaria, empieza a escribir a los 21 años.

Las líneas de los planteamientos morales de Oé quedaron trazadas por un puñado de circunstancias biográficas que datan de sus años de infancia durante la Segunda Guerra Mundial, de la adolescencia y primera juventud. De niño, hasta los 10 años, era obligado diariamente a jurar en la escuela reverencia y obediencia ciega a un emperador legal y literalmente deificado. Pero en su adolescencia, tuvo que tomar conciencia, a través de la humillante presencia de las Fuerzas de Ocupación del Ejército de Estados Unidos, de que el emperador, de la noche a la mañana, había sido destituido al estatus de un simple mortal. Después vinieron la convulsión de valores tradicionales en la sociedad nipona por efecto de la devastadora posguerra y la honda reflexión suscitada por su inmersión, durante sus años de universitario, en la filosofía existencialista. No mucho después, en 1963, recibe el impacto del nacimiento, deseado —a pesar de la recomendación médica— de un hijo con una grave malformación cerebral.

“Debo admitir que mis ideas sobre la sociedad y el mundo en general… se basan en la experiencia de vivir con este hijo y en lo que he aprendido de ese modo”.

– (Oé, Un amor especial, Barcelona, Martínez Roca, 1998, página 48).

Esta serie de hechos biográficos van a determinar los temas y asuntos de las obras más representativas del segundo galardonado japonés en conseguir el Premio Nobel de Literatura. Una cuestión personal y El grito silencioso (Anagrama) abordan respuestas al dilema moral de la aceptación de un hijo como Hikari, obras de sorda violencia moral.

En los años noventa, la atención de Oé se dirigió al fenómeno social del surgimiento de los nuevos movimientos religiosos (Salto mortal, Seix Barral, 2004) y los cambios en la sociedad de su país.

La poderosa estatura moral de Oé, activo en manifestaciones contra la energía nuclear en su país y que contrasta con la efusión de plástico de las obras de otros autores nipones mundialmente aclamados, arroja una luz bienhechora que da universalidad y actualidad a toda su obra. Su conciencia moral le hace, por ejemplo, reconocer esta verdad: “Japón ha sido descaradamente hostil a las naciones de Asia del Tercer Mundo. Hemos sido agresores hacia países entre los cuales deberíamos contar al nuestro. El peso de esta conciencia me oprime”.

FUENTE: EL PAÍS

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