¿El último Philip Marlowe? Un héroe inmenso en su vejez. Dejémoslo así

Empecemos por el final. Lawrence Osborne (Londres, 62 años) maneja con acierto los resortes de la saga de Philip Marlowe en Solo para soñar (Navona, traducción de Ainize Salaberri) una nueva continuación del personaje creado por Raymond Chandler con un tono sobrio y toques nostálgicos de fin de fiesta. Reinterpretar personajes clásicos es una misión de riesgo. Se haga bien o no, siempre va a haber aficionados irredentos que no quieran que sus personajes vayan más allá de lo escrito por el autor original. Ha pasado siempre con el Sherlock Holmes de fuera del canon y ha pasado también, en el género que amamos, con Philip Marlowe. Raymond Chandler se inventó con Marlowe el detective arquetipo, el ser melancólico y cínico, de verbo sarcástico, su propio concepto de justicia y cierta tendencia a meterse en problemas. La serie iniciada con El sueño eterno en 1939 se cierra con Playback en 1958. Siete novelas que, con sus fallos, crean un código, una forma de ver la novela negra y la vida.

Su historia a partir de ahí empieza mal porque los herederos encargan tres décadas después a Robert B. Parker que siga con la trama que dejó a medias Chandler antes de morir en 1959. Pero el creador del detective Spenser no acierta ni en Poodle Springs (1989) ni en Perchance to Dream (1991) ya con material propio. El asunto se queda en barbecho hasta que los herederos vuelven a la carga y esta vez eligen mejor: John Banville, alias Benjamin Black, es el encargado de devolver a Marlowe a la vida en La rubia de ojos negros (Alfaguara) en la que sí da con el tono y con una trama mejor armada que las originales, aunque haga con el personaje de Terry Lennox algo que a muchos no gustó.

Muestra de lo consciente que era del reto y de los problemas de origen, Osborne confiesa en una nota en esta edición: “He intentado ser fiel a las tramas de Chandler apabullantemente irreales porque siempre me ha parecido que encarnaban tanto las cualidades de los cuentos de hadas como de las pesadillas a las que él mismo aspiraba”.

¿Qué nos encontramos en Solo para soñar? Pues a un Marlowe que vive retirado en Baja California en 1988. Tiene 72 años (según los expertos en Chandler y con los datos que el autor da como le va apeteciendo en las novelas, nació entre 1903 y 1915. Osborne apuesta por esta última fecha y añade un año porque sí) y ya desde el inicio nos ofrece una mirada nostálgica sobre un mundo que no volverá, en el que él se sentía necesario pero que desapareció hace demasiado tiempo. “A los 62 estás imitando al hombre que solías ser”, dice en una ocasión. “Advertí que nunca me había preparado para hacerme mayor, para que no me necesitaran”, añade en otra. Quizás por eso acepta el encargo de una aseguradora que no quiere pagar a una viuda la indemnización por la muerte por ahogamiento de su marido, un sinvergüenza vividor que la ha dejado hasta arriba de deudas. Ella, Dolores Zinn, antes Dolores Arayo, es, lo han adivinado, la mujer atractiva e implacable que estábamos esperando, pero con un toque siglo XXI. Marlowe ya no está para esos trotes pero abandona su villa, su jarra de sangría y sus paseos, se arma con su bastón espada -elaborado por un artesano japonés al estilo de las películas de Zataichi, tal cual- y se lanza a la aventura. “Sabes que será la última vez que atraviesas las cancelas completamente armado y eso hace que te sientas más curioso que nunca”, le hace decir Osborne en un momento de la novela, que tiene la marca indeleble del autor de Los perdonados o Cazadores en la noche, obras que con tanto acierto está publicando en España Gatopardo.

El mérito de alguien que tiene la misión de actualizar un mito literario no es que no se pueda distinguir del original sino que abra un nuevo horizonte para el personaje sin que los lectores de toda la vida queden huérfanos

Buen conocedor de la obra de Chandler, Osborne, educado en letras clásicas, viajero impenitente, rellena huecos de la biografía del personaje, se inventa casos, proyecta en retrospectiva la vida de nuestro héroe más allá de las novelas de su creador.

Robert Mitchum en una escena de ‘Adiós muñeca’.

 

A partir de ahí, si les digo la verdad, la trama da un poco igual. No importa si el señor Zinn ha muerto o cómo ha muerto, sino ver al héroe bien llevado a sus últimos días de acción en un caso del que pronto se da cuenta no va a sacar nada bueno.

El mérito de alguien que tiene la misión de actualizar un mito literario no es que no se pueda distinguir del original sino que abra un nuevo horizonte para el personaje sin que los lectores de toda la vida queden huérfanos. Conmueve ver al viejo detective compitiendo con la retórica de Dolores no ya para conquistarla sino ya conquistado por la inteligencia de la mexicana y tratando de mantener la dignidad gracias a una idea de vejez poderosa que es el mejor regalo del libro de Osborne. Marlowe está inmenso en su retirada, mira a la muerte sin miedo, se despide con una copa en la mano. Mejor dejémoslo así ¿no?