Jacobo Celnik: “Toda la vida tiene música hoy”

La melomanía, como la bibliofilia o la cinefilia, fácilmente podría ser considerada como enfermedad. Cada una, a su modo, nos pone a padecer de diferentes maneras, tanto a nivel físico como psicológico. Por momentos, suele parecerse más a una adicción que a otra cosa porque hasta el síndrome de abstinencia se hace presente. Existen casos en los que una persona puede llegar a experimentar temblores, sudoración excesiva, ansiedad y hasta sarpullido a causa de no poder dar con esa pieza que le hace falta a su colección: un disco añorado, una película amada, un libro imprescindible. No les hace falta poco a nuestras pasiones para llevarnos a la completa perdición.

Recientemente, Jacobo Celnik, conocido en Colombia por ser una de las voces más reconocidas del periodismo musical, ha escrito un libro en el que explora diferentes perfiles e historias de personas que han cultivado su melomanía desde edades muy tempranas, en terrenos muy distintos, y han llegado a la conclusión de que la vida sin música no tendría ningún sentido. El mismo Celnik comparte esta idea con sus entrevistados y a través de esas pasiones que los hermanan, de esos intereses y anhelos, logra escribir un libro en el que da testimonio de cuán importante puede llegar a ser el arte en la vida de una persona.

Señala en la introducción que “se puede ser melómano con o sin grandes cantidades de discos. Se puede ser melómano sin discos o con gigas y gigas de música almacenada en un ordenador; y es justamente en este punto donde las historias de este libro se unen para retratar las motivaciones detrás de una pasión y cómo el melómano, además, puede ser fuente de conocimiento de la historia de la música y del paso del tiempo, porque la melomanía cambia, se transforma con el correr de los años; porque cada melómano atesora datos en información que le permiten narrar, como los juglares, su evolución”.

Melómanos, título editado por Penguin Random House en Colombia, es la sexta publicación de Jacobo Celnik y, sin duda, uno de los libros que mayor cercanía establece con los lectores. Aquí, asistimos al relato de una pasión por parte de un hombre a quien la música le ha dictado el curso de sus días, desde muy niño, y que se ha dado a la tarea de buscar a otros que, como él, en algún punto del camino decidieron entregarse por completo a los dominios y caprichos de la música. Es claro que desde el primer instante el melómano está perdido, pero es justo en medio de esa perdición donde halla el sentido de su vida. Todo empieza con el primer disco, después, solo es cuestión de saber buscar.

El libro relata las historias de diecisiete personajes, diecisiete hombres y mujeres, que viven su melomanía cada uno a su manera. Está el que quiere tenerlo absolutamente todo de una banda en específico, como el que se empeña en acoger cada cosa existente relacionada con un género o un estilo; está el que se casa con un sello discográfico o al que solo le interesa tener lo más notable de sus artistas favoritos; está el que decide comprar sus discos solo en CD, o el que quiere tenerlo todo en vinilos; también al que le interesa solo el registro audiovisual y se empeña en conseguir cuanto video en DVD o VHS exista; hay quienes compran casetes y otros que disfrutan simplemente de la descarga por internet. La melomanía no tiene límites. Se es melómano sin importar el formato o el capital que se posea. La clave del asunto está en no poder vivir un solo día sin la música y una vez que se reconoce esto, cada encuentro adquiere relevancia, cada sonido, cada experiencia. Se trata de “una trama casi perfecta e irrepetible”.

¿En qué momento comenzó a surgir la idea de escribir este libro y cuál era el anhelo de recopilar estas historias?

Un día me encontré con una colección de discos que venían de Venezuela. Quedé fascinado por la calidad de los títulos y le conté a un amigo. De repente, nos pusimos a imaginar quién sería aquella persona, aquel melómano, que tuvo que abandonar sus discos, quizás, para sobrevivir. A raíz de esos cuestionamientos, me di cuenta de que alrededor de los melómanos hay historias y me puse en la labor de recopilarlas. Comencé por mis amigos, luego fui reuniendo otros testimonios. Me hice varias preguntas en el proceso y descarté muchas conversaciones. Es importante decir que no todo melómano tiene una historia buena para contar y en el recorrido pude confirmarlo. El verdadero reto era decir algo alrededor de la melomanía y los personajes escogidos me permitieron retratar cuáles son las razones que hay detrás de esta pasión.

La melomanía es algo universal y el libro no está necesariamente dirigido a los lectores especializados. ¿Era el tema idóneo para lograr un acercamiento más íntimo con los lectores que ya han explorado su obra?

A diferencia de mis libros anteriores, que son más especializados y apuntan específicamente a determinados nichos, Melómanos ha logrado tocar fibras muy profundas de los lectores a través de sus historias, ya que, de alguna manera, terminan siendo espejos para todos nosotros. Todo el que es melómano, el que es coleccionista, cuando lee el libro, inconscientemente, se va a sentir identificado. Creo que el impacto ha sido mayor por estas razones y, a decir verdad, estoy gratamente sorprendido. Me imaginaba, sí, que este iba a ser un libro que le llegaría a la gente de una manera distinta, pero no que iba a lograr un alcance como el que está obteniendo. No puedo estar más que satisfecho. Sin duda alguna, la melomanía me ha acercado a otro tipo de públicos.

Aquí asume el rol de perfilador y cronista para hablar sobre las vidas de otras personas y su relación con la música. ¿Qué tanta distancia tuvo que establecer, si es que hubo necesidad de aquello, entre su faceta de investigador y la de apasionado?

Es imposible dejar la pasión a un lado. Para hablar de un par de coleccionistas de salsa o de ópera, por ejemplo, yo tuve que estudiar mucho acerca de estos géneros para tener algo de qué hablar con ellos. En términos investigativos, no solo era necesario estudiar al personaje y entender las razones detrás de su melomanía, también era importante adentrarme en todo ese mundo, sentarme a escuchar esos discos que a ellos les apasionan e intentar sentirlos de una manera bastante cercana. Si bien el investigador debe mantener una distancia objetiva para lograr una claridad en el texto, la pasión se hace presente y hace que todo tome una dimensión más humana.

¿Qué historias, de todas las abordadas en el libro, tuvo que dejar por fuera? ¿Podríamos pensar en un segundo volumen?

El hecho de que una historia fuera elegida y la otra no tuvo que ver con el peso emocional del personaje abordado, su forma de vivir la melomanía. Una colección de discos no tiene que ser un paisaje, necesariamente. Me encontré con muchos personajes que pensaban lo contrario y esas historias no me interesaba contarlas. Me topé con varios que se encontraban en los límites de la megalomanía, la envidia y los excesos. En cuanto a un segundo volumen del libro, puedo asegurar que ya estoy trabajando en él. Vienen más historias, tengo muchas avanzadas. Tendrán un aire similar, pero serán un poco más amplias en cuanto al espectro geográfico se refiere. Hay anécdotas muy inquietantes e interesantes. Los lectores ya sabrán cuando esté todo listo.

Un melómano, al igual que un bibliófilo, está siempre en busca de algo que haga falta en su colección. Pareciera que nunca estará completamente satisfecho. ¿En qué punto, en su opinión, la pasión pasa a convertirse en obsesión?

Todo depende de cómo se maneje. En mi caso, con la música, yo no tengo obsesiones. Soy un coleccionista completista en la medida en que me interesa tener todo lo referente a artistas y bandas que admiro y disfruto mucho. Les sigo el rastro con la necesidad de entenderlos completamente: Van Morrison, Bob Dylan, Elvis Costello… hay artistas de artistas. Es mucho más fácil tener una colección completa de The Beatles o de los Stones que atreverse a conseguir la de Van Morrison, que tiene parte de su discografía descatalogada. Creo, en este sentido, que nunca vamos a estar satisfechos. Siempre vamos a querer algo más, siempre habrá algo más que encontrar y cada tanto aparecerán nuevos géneros y artistas que despertarán el interés. En la melomanía hay algo que es muy bonito: la amistad. Esta le permite a uno, de alguna forma, compartir y darse cuenta de que todos tenemos un universo entero por descubrir. No necesariamente se tiene que volver una obsesión sino más una necesidad de alimentar un conocimiento.

Usted mismo ha cultivado la melomanía y la ha enfocado al coleccionismo de rock británico y argentino, especialmente. A medida que pasan los años, la forma en que se relaciona con su pasión ha cambiado, pero no la pasión en sí misma. ¿Qué aspectos de su vida resaltaría para señalar que ha llegado a un punto en el que ya está bien dejar de buscar?

Seguiré buscando siempre, de eso no hay duda. La melomanía no tiene que parar de cultivarse. Cuando uno estudia estas cosas se da cuenta de que apenas conoce un lado de la moneda. Es muy difícil tener todo el panorama. Pretender, en mi caso, conocer toda la historia del rock británico desde 1959 hasta 2005 es imposible. Siempre aparecen grupos que han estado perdidos en el tiempo y el mapa se hace mucho más amplio. Esa necesidad de buscar e ir más allá, conocer nuevos grupos, entender el concepto de lo clásico, nunca cesará.

¿Cuáles serían tres de las virtudes que, con los años, todo melómano llega a desarrollar? ¿Cuáles serían sus pecados?

El melómano es generoso, siempre. Carga consigo la amistad. Hay melómanos que son nobles, generosos con su conocimiento y desarrollan su capacidad de investigar, afinan el olfato y la intuición para conseguir cosas que, muchas veces, se creen imposibles. Como hay otros que son envidiosos y creen tener siempre la razón. Está el mentiroso, el cizañero, el que pontifica, el que nunca acepta estar equivocado. La envidia es un gran pecado en la melomanía, al igual que la cleptomanía. Ese tipo de personas le hacen daño a la pasión.

¿Toda la vida tiene música hoy?

Evidentemente, aquí hay un guiño a la crónica catorce del libro, no puedo responder de manera negativa. Spinetta lo tenía claro. La música siempre será parte esencial de nuestra vida.

 

FUENTE: EL ESPECTADOR