‘Castigo’, 12 relatos criminales del alemán Ferdinand von Schirach

Ferdinand von Schirach es un penalista alemán que se hizo célebre por escribir dos libros sobre sus casos, titulados Crímenes y Culpa. En el primero, mostraba lo frágil que es la frontera entre un criminal y cualquier persona, y lo explicaba con una sencilla imagen: todos danzamos sobre una fina capa de hielo, pero el hielo no soporta el peso de algunas personas y ellas se hunden. Otro asunto son las mentes criminales o los asesinos en serie, algo que a él no le interesa. En ese orden de ideas, sus casos –contados en narraciones magistrales por su síntesis, la eficacia de su lenguaje sin tecnicismos y su capacidad de captar detalles reveladores– resaltaban la perspectiva del criminal, no para justificarlo, sino para explicarlo, para acercarnos a su historia humana. En la narración del fiscal, el abogado Von Schirach encontraba fisuras, inconsistencias, y le oponía otra narración, acaso más verdadera. En el segundo, Culpa, abordaba este tema, no desde lo jurídico, que es objetivo –si un tribunal sentencia que una persona quedó libre, ya no es culpable–, sino desde el sentimiento de culpa que persiste aún si el caso fue “un éxito de la defensa”. 

 

Luego, publicó varios libros en los que a sus reflexiones jurídicas les incluyó ficción. Muy interesante, como El caso Collini, una novela sobre la justicia por mano propia contra un nazi. Un tema sensible y muy estudiado por él, la culpa y los lazos de sangre: su abuelo aristócrata dirigió las Juventudes Hitlerianas y fue sentenciado en Núremberg a 20 años de prisión. Sin embargo, me parece que es mucho mejor cuando se dedica a escribir sobre sus casos, con pequeños cambios para mantener el secreto profesional. Castigo, el libro que nos ocupa, narra de nuevo casos reales y viene a completar la trilogía iniciada con Crímenes y Culpa. A completar y a terminar: es el fin del ciclo y su despedida como abogado. Así lo cuenta en ‘El amigo’, el último de los relatos: “Después de veinte años como abogado defensor solo quedó una caja de cartón, menudencias, una pluma verde que ya no escribe bien, una pitillera que me regaló mi cliente, un par de fotos y unas cartas”.

Los 12 relatos de Castigo son extraordinarios, pura literatura, si aceptamos la definición de Salman Rushdie: “Últimamente hay una polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la literatura… Para mí son dos cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un libro, quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por el mundo”.

El relato –o el caso– ‘El lado equivocado’ es una joya del género negro. Con ese abogado defensor, Schlesinger, brillante, pero ya en las últimas, decadente, convertido en defensor de oficio, en las garras –literal– de un matón y de unos prestamistas chinos, de forma increíble logra salvar de una condena a una mujer acusada de asesinar a su marido: “La defensa –había dicho siempre– es la lucha de David contra Goliat”. ¿Un homenaje a los grandes detectives de la novela negra? Quizás. Casualmente, este es el único de los casos del libro en el que no hay castigo.

 

Porque el castigo o, mejor, la ausencia de castigo es el punto. Lo que justa o injustamente queda fuera del alcance de la ley. La mujer que le dio un empujoncito a su esposo, que había estrellado a su bebé contra una pared; la que, como jurado de conciencia, permitió, sin querer, que un maltratador cometiera su crimen; la sensible con el dolor ajeno, pero implacable con su pareja; el proxeneta y el resentido que son impunes gracias a unos formalismos legales. La justicia condena justa e injustamente. ¿Tiene derecho a hacerlo? Don Quijote diría que no: “Allá se lo haya cada uno con su pecado, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres”. Pero don Quijote es apaleado por unos galeotes que liberó obrando en justicia. Sin esos formalismos, sin la ficción de justicia, no podríamos convivir: “A veces hay fallos jurídicos que no nos parecen justos, pero que, a largo plazo, son buenos y beneficiosos para el sistema legal”, dice Von Schirach. O, a lo mejor, como dice su amigo Richard, “No hay delito ni culpa, pero si hay un castigo”. Ese, que él se impone a sí mismo y lo persigue hasta la tumba.