Celebrando el nacimiento del pensamiento cartesiano

A mediados de este mes de noviembre concluye el Año Descartes. Pero ¿a qué se debe dicha celebración, por cierto no tan resonante como el actual Año Beethoven para conmemorar el aniversario 250 del natalacio del inmortal músico alemán? ¿Por qué?

La razón es obvia: en 1619, durante la noche del 10 de noviembre y la madrugada del día siguiente –o sea, ¡el año pasado se cumplió su cuarto centenario!–, nace la filosofía cartesiana, uno de los pilares de la era moderna, en la cual se sentaron las bases del racionalismo que desde entonces ha reinado en el mundo.

En aquel momento, el joven René (Renato, en español), quien fungía de militar en la guerra de los Treinta Años, tenía apenas poco más de dos décadas, era joven y, por tanto, no sabía siquiera qué camino coger. Recién había concluido sus estudios en el Colegio de La Fleche y, aunque su padre pretendía que continuara la carrera de las armas o las leyes, estaba indeciso.

Al quedarse dormido y despertar en tres ocasiones, seguidas cada vez por sus reflexiones en torno al significado de los sueños, descubrió que su misión era consagrarse a la filosofía e ir en busca de la verdad, pero una verdad definitiva, indudable, y alcanzar así la sabiduría que en su concepto era sinónimo de una ciencia universal, cuyo fundamento fuera matemático y, sobre todo, metafísico.

Por eso terminamos ahora el Año Descartes, siendo oportuno volver sobre su obra, como haremos a continuación.

Vigencia a toda prueba

La filosofía cartesiana ejerce gran poder de atracción. En primer término, atrae la figura de Descartes por su absoluta dedicación a la filosofía y una vida plagada de inquietantes enigmas que hoy todavía son terreno abonado para los especialistas (Maxime Leroy –recorde-mos– lo llamó “el filósofo enmascarado”).

Asimismo, atraen la universalidad de su pensamiento, no ajeno a ninguna preocupación científica, y el hecho de ponemos en contacto, a través de sus libros, con la era moderna, que sigue siendo, a pesar de todo, la nuestra.

Atrás quedan, en gran medida, la filosofía tradicional (escolástica, en su caso) y el sometimiento a la autoridad fundada en el dogmatismo para cederle el paso al libre examen, el auténtico espíritu científico, el pleno ejercicio de nuestra facultad racional y, por ende, la igualdad entre los hombres, fruto de la razón que es común a todos nosotros.

O sea, bien se hace en reconocerle, según lo hicieron los enciclopedistas franceses, como uno de los artífices de la democracia moderna, que es acaso la mayor prueba de la vigencia de su pensamiento.

Y hay algo más que debemos subrayar: aunque la cabal comprensión de algunos de sus textos sea una labor ardua, difícil, a Descartes, en líneas generales, es fácil leerlo. Ya muchas veces se ha hablado acerca de su cautivante manera de escribir sobre los más complejos temas filosóficos y científicos.

Más aún, como suele partir del sentido común para llegar a la verdad, esto hace fácil el acceso a la sólida estructura de su pensamiento, permitiéndonos entrar con paso firme a cualquier campo del conocimiento, siempre con el propósito de eliminar los prejuicios y avanzar en forma metódica, lo que garantiza el adelanto progresivo, constante, en toda investigación.

Estas son, en fin, algunas de las razones que permiten justificar la vigencia de su filosofía.

Primeros pasos

Acercarse a Descartes es una bella aventura, por decir lo menos. Ya señalamos arriba hasta qué punto su filosofía ejerce enorme atracción para los lectores, incluso los no muy versados en cuestiones filosóficas.

De ahí que desde temprana edad muchos nos hayamos familiarizado con libros como El discurso del método y compartamos, desde entonces, la necesidad de llevar la duda hasta sus últimas consecuencias, desenvolvernos con el mayor rigor científico, poner en tela de juicio las enseñanzas recibidas e ir en busca de la verdad hasta encontrarla.

¿Cuál verdad?, preguntará alguien. Ante todo, no la que es producto de vanas especulaciones o juegos de palabras, sino aquella que manifiesta su contenido profundamente humano, donde se reflejan las intensas luchas libradas para alcanzarla.
Es decir, el espíritu humanista, el mismo que nos habla en un lenguaje personal y biográfico que con mayor razón nos compromete, es lo que inicialmente nos acerca a Descartes por la defensa de la individualidad a través de la firme conciencia de rebeldía en cabal ejercicio de nuestra libertad, un llamado que no podemos evitar, mucho menos en nuestro tiempo.

Así, pues, llegamos a Descartes en los años mozos. Y hoy todavía sentimos el estremecimiento que provocaron en nosotros las incipientes lecturas, cuando de la mano del sentido común soñamos alguna vez con repetir la hazaña del filósofo o al menos no traicionar sus principios.

Salto a la metafísica

Con el tiempo, a medida que se ampliaba el conocimiento de su filosofía, empezamos a entender que el citado subjetivismo o individualismo cartesiano es mucho más de lo que inicialmente creímos. De hecho, la visión individualista se trasciende hasta descubrir la dimensión matemática y, sobre todo, metafísica, alcanzada especialmente en sus Meditaciones metafísicas, donde descubrimos que en el fondo de la conciencia humana está Dios.

¿Debemos concluir, entonces, que nuestro autor, padre de la filosofía y la ciencia modernas, se mantuvo aún dentro del espíritu teocéntrico que reinó en la Edad Media? Así es, si bien no con el carácter eminentemente religioso de aquella época.

Hay, pues, un notorio teocentrismo en la obra cartesiana, algo sorprendente y desconocido para muchos en el siglo XXI, cuyos extraordinarios avances tecnológicos tienen ahí, al menos parcialmente, sus lejanos orígenes.

Admitimos, no obstante, que Descartes, frente a la filosofía tradicional –escolástica–, representó un salto gigantesco, dado que a partir de él se establecieron profundas diferencias entre teología revelada y teología racional o metafísica, ciencia aristotélica y ciencia propiamente dicha, nacida en los tiempos modernos, desde el Renacimiento.

No obstante, es evidente que el teocentrismo medieval se prolongó con él en cierta forma, aunque sus planteamientos dieran origen al panteísmo de Spinoza y hasta, según se sostiene con insistencia, al ateísmo científico, el cual brota de orientaciones positivistas y materialistas, ampliamente extendidas en la actualidad.

Por lo demás, Descartes abrió paso a la separación entre teología y filosofía, dando origen a la posterior ruptura entre filosofía y metafísica, llevada a cabo principalmente por Kant y extendida a movimientos contemporáneos como el neopositivismo lógico de Ludwig Wittgenstein, entre otros autores.

Sentimos el estremecimiento que provocaron en nosotros las incipientes lecturas, cuando de la mano del sentido común soñamos con repetir la hazaña del filósofo o al menos no traicionar sus principios

Volver a Descartes

No obstante, hay quienes proclaman que la filosofía de Descartes está superada, lo cual sería el fruto, en forma paradójica, de las propias semillas que él sembró en sus obras y entre sus numerosos seguidores.

La discusión al respecto continúa. Sus defensores, por ejemplo, plantean que el racionalismo cartesiano nunca conduce al materialismo absoluto y mucho menos al ateísmo (por más que su física sea de carácter mecanicista, basada en las leyes del movimiento que él mismo enunció), sino, por el contrario, a una visión trascendental o espiritual del ser humano.

De hecho, en la base de la ciencia cartesiana está situado el hombre o, mejor, el espíritu humanista de donde surge la ciencia universal, ideal que, en medio de la especialización imperante en las diversas ramas del conocimiento, podría estar en vías de extinción de no ser por autores como Edgar Morin, padre del pensamiento complejo, a quien aún en Francia consideran sucesor de Descartes y digno exponente de la nueva filosofía francesa.

En síntesis, pensamos que es necesario, de la mayor importancia, seguir de nuevo sus pasos al margen de los prejuicios que él tanto combatía, los mismos que suelen manifestarse hoy en diversos campos del conocimiento, desde la política y la economía hasta la religión y la ciencia, cuando se cae en posturas dogmáticas, fundamentalistas.

Solo por esto, volver a Descartes es tarea inaplazable.