El increíble viaje a la década de los ochenta

Depredador mira las nubes grises de Bogotá y parece estar extasiado ante la abominable fila de automóviles que se forma a pocos metros de la autopista del barrio La Castellana de Bogotá.

El alienígena que le hizo la vida imposible a Arnold Schwarzenegger en 1987, permanece inmóvil en el segundo piso de una casa del sector. Pero no ha vuelto para descuartizar al que se le acerque, sino para despertar esa poderosa nostalgia que siempre destila cuando se recuerda la década de los 80.
Muchos pasan y sonríen, otros se asustan un poco ante su imponente figura de guerrero de otros mundos y no falta el que baja la velocidad del carro y trata de tomarle una foto.

En el primer piso de la casa, Saadid Martínez también sonríe emocionado, a él le pasó lo mismo cuando muchos años atrás vio un juguete de ese personaje y lo compró para alimentar una fiebre por el coleccionismo de una década de monstruos, colores brillantes, televisión de tubos y fantasías, que hoy sonrojarían a los herederos de la cultura de la indignación y las redes sociales. Es toda una estética que se ha negado a desaparecer y a la que hoy se le rinde tributo en series y se revive en un afán por mantener su legado en la historia. “Te voy a mostrar algo que te va a sorprender”, me dice el director del Teatro ABC y coleccionista empedernido, mientras abre una puerta pequeña que ofrece un espacio de un poco más de 500 metros cuadrados y tres pisos, que alberga más de 3.000 piezas de esa década en la muestra Generación X: La exhibición.

 


E.T convive sin líos con los personajes de Looney Toons. | Mauricio Moreno. ELTIEMPO

Tras unos pocos pasos y el asombro de ver una foto gigante de un bus urbano con los clásicos colores verde y amarillo y su aviso de Germania en el parabrisas, el corazón se me acelera cuando miro a la derecha de la entrada y veo un E.T muy grande y al fondo a un maniquí de tamaño natural con un atuendo de la famosa serie V: La batalla final, esa en la que visitantes de otro planeta que llegaban a la Tierra prometiendo la cura contra el cáncer, pero que en realidad se alimentaban de ratas y buscaban acabar con los humanos.

Cuando el nivel de emoción comienza a incrementarse, mis ojos se pierden ante la colorida e imponente imagen de los personajes de Looney Toons. Silvestre y Piolín parecen mirar con una sonrisa tierna y desafiante a una réplica del Conde Pátula, aquel pato vampiro al que solo le aterraba no tener cerca a su nana. Martínez tenía razón, es imposible no sentirse avasallado ante sus tesoros ochenteros que ahora tiene a disposición del público en esa casa atrapada en el tiempo.

A sus 44 años este fanático, o mejor: este loco emprendedor, reconoce que logró cumplir un sueño. Desde muy joven se dejó llevar por la música, las series y todo lo que hiciera referencia a esa época y adoraba guardar los objetos de otros tiempos, como lo hizo alguna vez con el equipo de sonido de su abuela.

 


Saadid Martínez es el artífice de este viaje emocional por la década de los 80. | Foto: Mauricio Moreno. ELTIEMPO

“Mira, ¡aquí está Alf!”, me dice, mientras aún trato de asimilar las figuras de los Thundercats en una caja de vidrio de seguridad a pocos metros de la maleta de El Hechicero y una imponente reconstrucción del castillo de Eternia de He-Man, junto a la enloquecida imagen de ‘Rayita’, el ser más despreciable de la cinta Gremlins.
Cuando el bocado no podía ser más exquisito para cualquier conocedor de los ochenta, la ruta adquiere un tono más emocional y si se quiere sensible.

En otro de sus espacios se produce el reencuentro con los cuadernos de color café (que emulaban la corteza de un árbol), esos que muchos disfrazaban con forros de plástico de colores fluorescentes para darles un poco de onda y hacerle frente a los famosos Jean Book, ese elitista argollado que presumían unos cuantos y, cabe decir, también tiene su espacio en la muestra. El olor a tiza, los carros de guerra Búfalo y la plastilina Berol, la kola para pegar las ‘monas’, la escuadra y el transportador para los ángulos y las indescifrables fórmulas matemáticas contrastan con botellitas de Coca- Cola de colección y el atomizador (mejor conocido como ‘Flip’) del matazancudos Baygon, sumado a las loncheras del Hombre Nuclear o Hulk. Un acercamiento más hogareño a ese momento histórico.

Con la nostalgia a flor de piel, el recorrido llega a su punto de éxtasis al entrar a otro espacio que reproduce una sala de una casa.

Parece un anticuario, en el que conviven sin conflicto una vieja rockola, un reproductor de beta con su famoso rebobinador
que los papás compraban para que no se le “dañaran las cabezas de video al aparato”, pero que siempre terminaba reventando la cinta de las películas poco antes de devolverlas al videoclub. Un olor a madera y la voz en segundo plano de una emisión radial de Kalimán me preparan para el encuentro con otro maniquí: el de una señora mayor que leyó un periódico con la noticia de la victoria de Lucho Herrera en la Vuelta a España, el 15 de mayo de 1987, acompañado de un tierno perro que la observa como si fuera un fanático del ciclismo.


La impactante representación de una sala de la época. | Mauricio Moreno. ELTIEMPO

“La gente que viene se puede quedar dos o más horas viendo todo esto. Hay sonrisas, algunas lágrimas y la sorpresa de reencontrarse con esos recuerdos de infancia”, recalca Saadid Martínez, que reconoce que tiene una bodega con más tesoros para compartir, como los que esconde por ahora en un pequeño sótano de la casa en el que rinde tributo al terror y que encierra a Pinhead, el infernal amo del dolor de la saga de Hellraiser o el barril de sustancias tóxicas que despierta a los muertos en The Return of the Living Dead, que causó pesadillas y risas en los cines en 1985 y que hizo famoso el grito de un goloso resurrecto que siempre gritaba: ¡Brains! (¡cerebros).


Batman y su famoso auto clásico tienen un lugar especial en la exposición. | Foto: Mauricio Moreno. ELTIEMPO

Antes de subir unas escaleras para nuevas sorpresas, me tropiezo con una sala llena de autos. Solo hay que cerrar los ojos y pensar en una serie o película y aparece la versión a escala que la referencia. Están desde el infaltable K.I.T. del Auto fantástico, El general Lee con sus puertas soldadas y una versión impresionante del Batimóvil del Batman de Tim Burton.

“Solo nos dimos una licencia creativa al agregar los modelos de la saga de Rápidos y furiosos, por la cercanía que tienen con la gente, pero tenemos también joyitas como el carro de la serie policíaca Hunter y una versión del que aparecía en Automan”, agrega Martínez. Hay que tomar un poco de aire, ya que está el Delorean de Volver al futuro o la camioneta clásica de Los cazafantasmas, así como más muñecos de Bruce Lee, Tony Montana (de Caracortada); el robot que creó el nerd Murray Bozinsky en la serie de detectives Riptide, en un eclecticismo demencial en la que hay piezas que pasan los cinco mil dólares Eintervenciones de la casa’, como unas pequeñas luces que titilan en una majestuosa versión de la nave espacial Enterprise de Star Trek.

En el segundo piso de la muestra de ‘Generación X’ hay un descanso visual. El lugar da paso a habitaciones más pequeñas que encierran grandes recuerdos. En una se encuentran diez juegos de Arcade o maquinitas, que me transportan a esas escapadas a un centro comercial para gastar las monedas y tratar de romper un récord en alguno de los videojuegos de artes marciales, mientras los más chicos disparaban a diestra y siniestra a unos pobres patos que se movían extrañamente en toda la pantalla de la aparatosa consola.

A pocos pasos se construyó una réplica de la emisora 88.9, que se hizo famosa por sus tandas de rock y pop en español. También se exhibe una guitarra firmada por Sheryl Crow, quien dio su primer concierto en Colombia como telonera (o artista invitada como se usa ahora) dentro de la gira de Elton John en 1995, claro, unos años después de los 80, pero con una carga de recuerdo que no le quita protagonismo en la muestra.

 


En uno de los espacios hay Estralandia para recordar los momentos en que muchos soñaban con ser arquitectos. | Foto: Mauricio Moreno. ELTIEMPO

A lo largo de esa habitación también se deja ver una consola de control radial, un reproductor de cintas magnéticas, una buena cantidad cartuchos (los papás del ya antiguo casete) y hasta un disco de Tulio Zuluaga, antes de dejarse llevar por los ritmos de la gastronomía.

Hasta en la pared hay un recuerdo de la famosa Página de Rock de EL TIEMPO, con un reportaje crítico a la reina del pop Madonna. Es imposible no tocar las perillas del control de ese recuerdo de emisora y palpar el plástico duro y la cinta gruesa de un cartucho de Barry Manilou o de la banda sonora de los Muppets. Así como tomar alguna de las partes de un gigantesco Estralandia, que tiene su propio cuarto y tratar de soñar con ser un arquitecto amante de pequeños ladrillos rojos y ventanas blancas.

“Nuestro primer Lego”, dice con nostalgia Saadid Martínez. “Voy dar otra vuelta a ver que otros tesoros me encuentro”, respondo, antes de bajar las escaleras y encontrarme con los afiches de Tiburón, Pesadilla sin fin o Porki’s. No es fácil reencontrarse con toda una década en un solo recorrido.

¿Dónde se puede ver?

Generación X: la exhibición puede visitarse los jueves y viernes de 2:00 p.m. a 8: 30 p.m. y sábados, domingos y festivos de 9:30 a.m. a 8:50 p.m, en la carrera 47 número 91-08 La Castellana. Las entradas tienen un valor para adultos de $ 36.000 pesos y $ 26.000 pesos para niños.

FUENTE: EL TIEMPO