Fallece Quino, el creador de Mafalda

 

El dibujante Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino, ha muerto en Buenos Aires a los 88 años. Quino fue el padre de uno de los personajes más icónicos del mundo del cómic, Mafalda. Desarrolló las aventuras su personaje más popular entre 1964 a 1973, aunque sus historietas se han replicado en todo el mundo hasta la actualidad.

Fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y la Medalla de la Orden y las Letras de Francia. Desde hace unos años, el autor sufría problemas de salud, aunque siguió asistiendo a diversos homenajes a su obra.

Primero llegaron las lavadoras y los frigoríficos. Luego si eso ya vendría la posteridad, el mundo visto a palmo y medio del suelo y, en fin, esa «heroína iracunda», en palabras de Umberto Eco, especializada en señalar las miserias de los adultos mientras estos, embobados, miraban la punta del dedo. Y la sopa. ¡Que manía con la sopa! «¿A quién se le ocurre hacer sopa en verano?», que diría, gritaría Mafalda, voz de la conciencia de la historieta del siglo XX y a la que su creador, el dibujante Joaquín Salvador Lavado «Quino», dejó ayer huérfana.

Eso sí: discreto y bondadoso, el más universal de los humoristas gráficos ha tenido la deferencia de no eclipsar la onomástica de su criatura más querida (anteayer mismo, 29 de septiembre, se cumplían 56 años redondos del debut oficial de Mafalda) y falleció este miércoles a los 88 años en su Mendoza natal. «A uno le va pasando que tiene más médicos que concertistas de piano en la agenda», ironizaba cuando cumplió los ochenta.

Ahora, ocho años después, los problemas de salud que arrastraba le han ganado la partida y se va no sin dejarnos en custodia su proyección animada, «el espejo de la clase media y de la juventud progresista», como él mismo definió a la incorregible y resabida Mafalda. «En todas partes cuecen habas, pero nadie se anima a estrangular al maitre», que bufaría bajo su flequillo negro betún la niña de los ojos de un artista nacido en Mendoza en 1932 en el seno de una familia de andaluces emigrados a Argentina en 1919.

Podríamos darle muchas vueltas a la biografía, pero lo cierto es que todo estaba bastante claro desde que, siendo un crío, Quino se enamoró del dibujo y tuvo claro que toda su vida transcurriría entre lápices, viñetas y personajes en dos dimensiones. Tanta prisa tenía por convertirse en «un obrero del dibujo» que, «cansado de dibujar ánforas y yesos» en la facultad de Bellas Artes, ni siquiera se preocupó por terminar los estudios: en cuanto pudo salió pitando, se instaló en Buenos Aires y colocó su primera página de chistes en el semanario «Esto es» en 1954. Tenía 22 años y, por más que después de aquello llegaran en cascada encargos de cabeceras como «Vea y Lea», «Damas y damitas», «Panorama» y «Usted», ese fue el «momento más feliz» de su vida, como recordaría años más tarde.

Abajo la sopa

Menos romántico fue, sin embargo, el nacimiento de su personaje estrella, esa niña contestataria y revoltosa que, soñando con trabajar en la ONU para defender a capa y espada los derechos humanos, marcaría el rumbo de varias generaciones. A esas alturas, recién estrenados los años sesenta, Quino ya compaginaba el humor gráfico con los encargos publicitarios y de una campaña fallida para una empresa de frigoríficos y lavadoras llamada Masfield surgió uno de los grandes iconos de la historieta del siglo XX. Ahí estaba, gracias a un juego de palabras que finalmente acabó en la papelera, un personaje pensando en clave adulta siguiendo los pasos de Charles M. Schulz que, sin embargo, hizo diana entre los más pequeños. «Yo jamás la dibujé para chicos y sin embargo fueron los lectores más agradecidos», recordaba el autor en una entrevista.

Con todo, el éxito de Mafalda trasciende barreras geográficas, temporales y generacionales y hay que medirlo en millones de libros vendidos en todo el mundo, traducciones a más de una treintena de idiomas, ramificaciones televisivas y cinematográficas… Y todo a partir de las 1.928 tiras que Quino publicó entre 1964 y 1973; una vida aparentemente breve y de bagaje no excesivamente abrumador que, sin embargo, ha alimentado más de medio siglo de humor retorcido e ingenio preñado de ironía. Ya saben: que vivan los Beatles y se muera la sopa.

La huella de Mafalda, Guille y Miguelito fue tal que ninguno de los trabajos posteriores de Quino, viñetas y dibujos en su mayoría de un humor mucho más retorcido y ácido, consiguió igualar el impacto. Aún así, el argentino se mantuvo fiel a sus principios y sólo recuperó a su personaje estrella en contadas ocasiones, casi siempre a petición de organizaciones no gubernamentales y entidades sociales. Preguntado sobre el secreto de su éxito, lo tenía más o menos claro: «Se quedó en el corazón de la gente probablemente porque habla de temas eternos». Y nada más eterno y transversal que el odio a la sopa, alegoría nada velada con la que se refería a la dictadura argentina.

Español de corazón

Si en los ochenta empezaron a llegar los homenajes, los noventa trajeron los achaques y los problemas de salud: en 2006 dejó de dibujar y para cuando viajó a Oviedo en 2014 para recoger el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, ya no podía separarse de la silla de ruedas. Esa fue, de hecho, su última visita a España, país al que siempre se sintió ligado de una manera muy estrecha.

Tanto es así que en 1990, poco antes de comprar un piso en Madrid junto a su esposa, Alicia Colombo, Quino gestionó la doble nacionalidad y se hizo español de forma oficial. Una situación que bien podría haber dado para otra tira cómica ya que el dibujante, sorprendido ante la frialdad del trámite, acabó comprando en un ejemplar de la Constitución en una librería para tener algo sobre lo que jurar.