Hervé Le Tellier: «No se puede descartar que seamos seres virtuales»

(París, 1957) Escritor y periodista. Ganador del premio Goncourt 2020 con La anomalía (Seix Barral), donde plantea la posibilidad de que seamos seres virtuales creados por una civilización superior y que un día nos encontremos con un duplicado de nosotros mismos

Su libro se titula ‘La anomalía’. ¿Cómo reaccionamos los seres humanos ante lo anómalo, ante lo inexplicable?
Creo que estamos formateados para dar sentido a todo. Si miramos a una nube, tendemos a decir que se parece a un pájaro o a otro animal; tenemos tendencia a encontrar explicaciones para todo aquello con lo que nos topamos. Ante una situación anómala, intentamos explicarla. Y si no lo conseguimos, le encontramos un sentido a través de las religiones y las creencias. Nos convencemos incluso de que unos bueyes tiren del sol y encontramos razones que expliquen las fases de la luna, hasta el momento en que descubrimos por qué las cosas son tal como son. Pero antes de encontrar explicaciones lógicas y científicas, buscamos razones y explicaciones puramente mágicas.

En su libro usted propone la posibilidad de que podamos ser una simulación virtual. ¿Es plausible?
No es una posibilidad ilógica. Es una hipótesis formulada en 2002 por Nick Bostrom [filósofo, profesor de la Universidad de Oxford] de manera probabilística para las civilizaciones técnicas: o bien desaparecen antes de alcanzar la madurez tecnológica o bien consiguen llegar a un estado ultratécnico en el que la potencia de los cálculos esté multiplicada por miles de millones y millones. Y en ese último contexto, donde existen ordenadores súper potentes, esa civilización compuesta por nuestros descendientes podría sentir el deseo de simular virtualmente a sus ancestros, es decir, a nosotros mismos, para ver cómo habría evolucionado el hombre de Cromañón o que habría ocurrido si por ejemplo no hubiéramos descubierto América.

¿Y eso le parece verosímil?
Hace un par de meses salió un artículo en Scientific American en el que se calculaba que la posibilidad de que la teoría de Bostrom sea cierta, de que seamos seres virtuales, es del 47%. No entiendo cómo llegaron a ese porcentaje, pero está claro que ese 47% nos da más seguridad que si fuera el 51%. Pero sin duda la hipótesis de Bostrom no se puede descartar en un pispás, y es lo que hace que sea una hipótesis magnífica para una novela.

Hay científicos que advierten de que en el futuro seremos sólo cerebros conectados a superordenadores que nos harán sentir y vivir dentro de una realidad virtual…
Es una de las opciones posibles para el futuro. Vivir en una realidad virtual sería una manera de escapar de la muerte, y es tentador imaginar un futuro en el que cuando el cuerpo no sea capaz de seguir, nos transfieran con nuestra memoria, con nuestros recuerdos y con nuestras emociones a un universo virtual en el que estaríamos protegidos de la mortalidad. Pero no es exactamente eso lo que propone mi libro. La anomalía propone el descubrimiento traumático para toda una civilización, la nuestra, de la hipótesis de que sólo somos seres virtuales.

Los personajes de ‘La anomalía’ descubren que son virtuales cuando un día se encuentran con su doble idéntico. El tema del doble siempre ha estado muy presente en la literatura. ¿Cuál es su aportación?
El tema del doble se encuentra en la literatura casi desde sus orígenes, en los mitos griegos ya está presente. Pero no conozco ninguna novela en la que se trate la idea de la confrontación con uno mismo, con un pequeño desfase que hace que seamos los mismos sin ser los mismos. Es posible que se haya escrito un libro sobre este tema, pero yo no lo he leído. Tenía la sensación de estar escribiendo un libro que aún no se había escrito. Pero estoy convencido de que alguien en algún lugar ha tenido una idea similar. Sin embargo aunque ese libro exista, seguro que su propuesta es muy distinta a la de La anomalía.

Si usted se encontrara algún día con su doble, como los personajes de su novela, ¿qué le diría a su otro yo?
Es exactamente el objeto del libro. Cada uno de mis personajes existe para encarnar una de las respuestas a la confrontación con su doble. La cuestión que se plantea cada uno de mis personajes es encontrar una salida a la pregunta del fundamento de la propia vida, a lo esencial de la propia vida.

¿Y cuál es la pregunta esencial?
La pregunta final es la de la relación amorosa. Todo se puede negociar menos una relación íntima y exclusiva, la relación de pareja no permite ninguna solución de compromiso. Podemos compartir los padres, incluso estamos felices de hacerlo, los hijos únicos saben lo difícil que es cuando los padres envejecen y lamentan entonces no tener hermanos o hermanas que les ayuden a cuidarlos. Los padres pueden no estar de acuerdo sobre cómo compartir la custodia de sus hijos, madres y padres pueden luchar para que el hijo que tienen en común pase con ellos el máximo tiempo posible. Pero el objetivo final de un padre y de una madre es que el niño se vaya, que vuele solo. En cambio, en una relación amorosa exclusiva el objetivo es que el otro se quede, y no compartir a esa persona con nadie más. Los personajes se ven enfrentados a esa dificultad de tener que existir en duplicado para un amor único.

En su novela la tecnología está muy presente. El ser matemático, ¿le ha ayudado a la hora de escribirla?
Creo que ser matemático me ha construido en mi juventud, me ha hecho muy sensible a las cuestiones de lógica y de materialidad. Siempre he pensado que el universo tenía una música y que la mayoría de las leyes que nos gobiernan son leyes matemáticas, desde el código genético hasta la gravitación y todo lo que constituye la materia que vemos, que olemos y que deducimos. Pero como escritor que construye una novela tan estructurada como lo es La anomalía y se plantea la trama interior, no soy muy distinto de un escritor que no fuera matemático. Pero es verdad que no me gusta que las opciones propuestas sean mágicas, siempre busco una manera de proponer al lector una experiencia que le haga plantearse preguntas más que un cuento de hadas.

¿’La anomalía’ es una distopía?
La palabra distopía es ambigua, porque a menudo es una propuesta de desplazamiento en una temporalidad que no es la nuestra. Cuando escribí el libro no era una distopía, pero ahora sí que lo es porque la trama ocurre en el mismo momento en el que los lectores lo estén leyendo, lo que no ocurría cuando la escribí.

Esta pandemia, ¿es una anomalía o era algo previsible?
Creo que era previsible, y de hecho había sido vaticinada, varios autores habían planteado la hipótesis de una pandemia de la misma naturaleza que ésta, vinculada a la disminución del hábitat natural salvaje y a la transmisión de enfermedades de animales salvajes a los humanos. El coronavirus era previsible, igual que tuvimos una alerta en 2003 con el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo). Pero era muy difícil anticipar la velocidad a la que se ha ido extendiendo el coronavirus por la superficie geográfica. Los gobiernos siempre pensaron que si surgía una pandemia como esta podrían limitarla a algunas regiones, y rápidamente hemos visto que no ha sido el caso. Y eso ha mostrado de una manera increíble lo poco preparados que estábamos.

¿Cómo pensaremos en el futuro en esta pandemia?
Creo que algunos, sobre todo los científicos, habrán aprendido mucho. En cambio, creo que la mayoría de la población tendrá ganas de pasar página, de olvidarse de esta pandemia, y nuestra capacidad de amnesia es absolutamente asombrosa. Los años 20 de este siglo se van a parecer a los años 20 del siglo pasado, con un deseo de vivir aumentado, como después de una guerra, a pesar de que evidentemente no se puede comparar. 100.000 muertos en Francia por coronavirus no son los 1,5 millones de muertos de la Primera Guerra Mundial.

‘La anomalía’ está construida como un laberinto, con referencias literarias a otros libros dentro del libro. ¿Por qué?
No puedo evitarlo. La referencia intertextual me resulta bastante natural. Creo que no molesta al lector que no sabe y que hace sonreír al que sí sabe. No crea dos niveles de lectores, pero sí crea dos niveles de lectura. Si empiezo un capítulo con la frase «Todos los vuelos tranquilos se parecen, pero cada vuelo turbulento lo es a su manera», me da igual que el lector reconozca o no el principio de Ana Karenina, es igualmente un buen inicio de capítulo. Creo que en los libros hay un nivel de complicidad entre el lector y el propio autor. Y a mí me gusta que los lectores sonrían. Eso puede conllevar el riesgo de que el libro se aleje de su trama y que el lector recuerde que está en una novela, y yo no quería eso, quería un libro en el que el lector pasara las páginas sin pensar nunca que estaba en medio de una novela. Las inserciones intertextuales sólo tienen una vocación lúdica y no estructural.

Usted es presidente de OuLiPo, un movimiento literario que explora el lenguaje a través de juegos de escritura. ¿’La anomalía’ plantea un juego al lector?
Espero que sea un juego para algunos lectores. Creo que es un libro divertido para casi todos, pero no deseo que las condiciones que me han servido para construirlo sean un impedimento para los lectores, así que escondí todos los juegos. El sistema por ejemplo en el que asocio cada personaje con un género literario tiene que ser natural, y tiene que permitir al lector que se oriente entre todos los personajes. La ruptura entre los capítulos a nivel estilístico tiene que ser suave y nunca suponer un hándicap o un freno para el lector. Creo que se nota que es mismo autor el que ha escrito todo el libro, que no he hecho un pastiche sino más bien un homenaje.

Su libro plantea cuestiones existenciales y trascendentales, pero lo hace a través de un juego…
Sí. Creo que la vocación de las novelas es llevar al lector hacia lugares inesperados, ser soportes para una reflexión propuesta al lector. Crimen y castigo, de Dostoievski, es por ejemplo un libro sobre el destino y la culpabilidad, pero sobre es toda una novela. Madame Bovary es una novela sobre el encierro social de las mujeres. En las novelas las preguntas más profundas nunca se ven desde una óptica psicológica, sino a través de la acción.

‘La anomalía’ ya ha vendido casi un millón de ejemplares, se va a traducir a 40 lenguas. ¿Qué le diría desde el éxito a su yo anterior?
Le diría que no se preocupara, que se sorprenderá, que después de la pandemia quizás cambie su vida y que sus libros anteriores renacerán. Creo que el peligro de un libro que tiene éxito es hacer que el autor sea el hombre de un solo libro. Sin embargliteraculco, me plantearía las razones de ese éxito y durante mucho tiempo me preguntaría cómo pudo ocurrir. Ha habido el fenómeno Goncourt, que ha tenido impacto para la difusión de este libro. Nunca sabré cuál habría sido el destino del libro sin ese premio, a pesar de que fuera de Francia el premio Goncourt sea secundario.

 

FUENTE: EL MUNDO