Ómicron destruye las esperanzas de las giras: oleada de cancelaciones y un futuro incierto

El 26% de los conciertos y actuaciones programadas para el primer trimestre del año en Gran Bretaña han sido canceladas o aplazadas. Cuando se examina la agenda de las bandas británicas fuera de ese país, las cancelaciones alcanzan el 44%. Esos datos proceden de la patronal británica de los conciertos, LIVE, y reflejan la dura realidad de 2022: las giras de música no van a volver a ser, nunca más, lo que eran.

Por de pronto, los conciertos van a estar pendientes de un hilo por el temor a brotes del Covid. El último ejemplo es el de Adele, que el jueves de la semana pasada anunció la cancelación de tres meses de conciertos en Las Vegas con apenas 24 horas de antelación respecto a su primera actuación. La razón oficial, según declaró llorando a pleno pulmón la cantante británica, fueron «retrasos en las entregas y el Covid», que se ha detectado en varios miembros de su equipo. Aparte, la prensa estadounidense ha informado de que Adele y el casino y hotel Caesar’s Palace, en el que iba a realizar sus actuaciones, se habían tirado los trastos a la cabeza por el diseño del escenario de los conciertos. Sea como sea, hasta julio, cuando actúe en el Festival BST, en Londres, los fans de Adele no tendrán más oportunidades para verla.

Pero el problema no viene solo por las cancelaciones. También porque el público, aunque compra las entradas, acude menos, por el miedo al contagio. Antes del Covid-19, entre el 1% y el 3% de las personas que adquirían entradas no iban a los shows por la razón que fuera. Ahora, la cifra ha alcanzado el 20% en los conciertos que los Eagles, Billy Joel, The Flaming Lips, George Strait o Dead & Company (ésta última, formada por tres supervivientes de The Grateful Dead), según el diario Wall Street Journal. Ese abstencionismo de la audiencia no solo pone de los nervios a los artistas, que tienden a detestar actuar en recintos con calvas. También tiene una consecuencia directa en su bolsillo, porque, si la gente no va, no consume bebidas, ni compra pósters, catálogos de la gira, o camisetas.

Todo eso estrecha los márgenes. Y, por si eso no bastara, están las medidas de separación de la audiencia, el control de alimentos y bebidas, y los tests para identificar el virus se han convertido en parte de los espectáculos en directo, y eso eleva los costes.

De hecho, el sector esperaba que 2022 viviera una explosión de conciertos, debido al efecto combinado de la reprogramación de los que habían sido cancelados en 2021 por el Covid y a los nuevos actos previstos para este año. Pero más actuaciones en vivo no significaban más dinero para los promotores, artistas, y organizadores de giras. La razón era simple: la inflación. Por un lado, la demanda de locales, autobuses, sistemas de sonido y luces, y demás componentes de una gira era superior a la oferta. Por otro, como sabe cualquier ciudadano, todo es ahora mucho más caro que hace unos pocos meses.

Ya en diciembre pasado, la revista estadounidense Pollstar, especializada en música en directo, había calculado que el alquiler de un autobús durante una semana para una gira en primavera de 2022 había pasado de 450 dólares antes de la pandemia a 750 (de 400 a 650 euros). Para el verano, el precio sería de 800 dólares (700 euros). La inflación, además, golpea desde todos los ángulos. Uno de los efectos inesperados de ésta es que las aseguradoras también subieron de manera espectacular las primas de los seguros de las giras.

Con todo, el coste estaba relativamente contenido, porque todas las giras canceladas en 2021 – al menos en Estados Unidos – mantenían los contratos anteriores al Covid-19, ya que éste se consideraba una «causa mayor» (o, en el leguaje legal estadounidense, «una acción de Dios»). El problema, así pues, era para quienes fueran a lanzarse a la carretera en 2022 con un nuevo espectáculo. En total, los managers de los grupos consultados por Pollstar preveían un aumento de los costes inferior al 5%, lo que iba a suponer un golpe considerable, pero no inasumible, para el bolsillo de los músicos, los agentes, y los managers. Aunque a los grupos consolidados eso no les afectaba, porque tenían capacidad para imponer básicamente el precio que les diera la gana a sus fans. El problema lo tenían los pequeños, que además habían sido los que más habían sufrido por los confinamientos del Covid.

Así que, hasta diciembre, las grandes giras, festivales y conciertos miraban a 2022 con euforia. No les faltaban motivos. En el cuarto trimestre de 2021, cuando las economías empezaron a abrirse, el sector facturó en todo el mundo 1.119 millones de euros con 15,6 millones de entradas vendidas. Basándose en esos números, Pollstar esperaba en 2022 un volumen de negocio mundial de 4.980 millones de euros con más de 64 millones de personas de público. Era una cifra que batía el récord de 2019, aunque, si se le descontaba la inflación, la caja era menor. Con todo, después del Covid, parecía una vuelta a la normalidad.

Y entonces llegó ómicron, y ese escenario saltó por los aires, con una cascada de cancelaciones y de aplazamientos. Hay que tener en cuenta, además, que el mundo de la música en directo es en gran medida una industria de ancianos oligárquicos, tanto por los intérpretes como por la audiencia y, por tanto, de grupos de riesgo, lo mismo encima del escenario que entre el público. Las giras con más caja del año pasado, que se concentraron todas en el otoño, fueron las de los Rolling Stones, Harry Stiles, Hella Mega (es decir, Weezer, Fall Out Boy y Green Day), Eagles, Dead & Company, Los Bukis y Guns ‘n Roses, y Dave Matthews Band. Cuando se hace la media de edad de esos grupos e intérpretes sale una media de 58 años.

Así que el rock en directo no es para niños. Y tampoco el público. Muy pocos estudiantes podrán gastarse 703 dólares (622 euros) en agosto para cambio de ver y oír en primera fila durante dos horas al ex Pink Floyd Roger Waters criticar el capitalismo. Solo gente con recursos puede permitirse ese lujo. Y esa gente suele tener una cierta edad, y, por esa razón, cuidarse más del Covid-19. La pandemia que salió de Wuhan hace dos años, así pues, ha demostrado que, pese a lo que dijera la frase hecha, el espectáculo no siempre debe continuar.

 

FUENTE: EL MUNDO.es